Hay jinetes de luz en la hora oscura
Julia Fernández | 29 de septiembre de 2017
Una mujer joven, con un entorno estable excepto por el hecho de que su padre con demencia senil hace un año que desapareció sin dejar rastro, acuesta la siesta a sus dos niños pequeños y con apenas lo puesto se dirige a las vías del tren y, a su paso, se arroja… Al tiempo que inicio esta colaboración compartiendo este caso real de suicidio que conocí por mi trabajo como médico forense, un terremoto en México y otras catástrofes naturales ponen a prueba la capacidad y deseo de supervivencia frente a la probabilidad de perder la vida. ¡Qué dispares reacciones del mismo ser humano!
Supervivientes y médicos reflexionan sobre el suicidio, la primera causa de muerte externa en España. https://t.co/ixfuBPjweR
— EL MUNDO (@elmundoes) September 10, 2017
Y qué diversas reacciones ante el hecho del suicidio: es el suicida un tipo cobarde que no se atreve a afrontar las dificultades o adversidades o es un valiente capaz de enfrentarse al final de su vida de modo voluntario, incluso con dolor o agonía. Es el suicidio una afrenta al honor, es un pecado por atentar contra la vida que es solo disponible por Dios. Es el suicidio un derecho de cualquiera que considere terminada y sin objeto su propia vida o es un delito contra la norma penal, que debe sancionarse y condenarse. Y seguro que se pueden plantear más disyuntivas, cada una de ellas cargadas de polémica jurídica, ética y social.
Pero al margen de lo anterior, el suicidio es, por definición, el gesto o acto intencional de una persona para conseguir su propia muerte. Se conoce y se describe desde que se escribe la historia del ser humano y los mecanismos para llevarlo a cabo son extremadamente variados, muchas veces dependiendo de factores geográficos, sociales, culturales o simplemente de disponibilidad: tóxicos (desde los más domésticos, como cáusticos, lejías, insecticidas, fármacos, etc., a verdaderos venenos “profesionales”, como cianuro o arsénico), armas de fuego reales o improvisadas, armas blancas (autodegüello, corte de venas de las muñecas, harakiri…), asfixia (ahorcadura, sumersión…), precipitación, atropello y, en definitiva, todo aquello que uno pueda imaginar.
El suicidio es la segunda causa de muerte a nivel global entre los jóvenes de 15 a 29 años http://t.co/I5EVK0SKzS pic.twitter.com/1PEmK6o4Qc
— BBC Mundo (@bbcmundo) September 24, 2015
Hay casos en los que se dan suicidios simulados o pretendidos, muchas veces delatando gestos histriónicos o dramáticos más tendentes a llamar la atención y muchas veces también con trastornos psiquiátricos de base… Y también conocemos el llamado suicidio asistido (en el que el suicida recurre a otra persona para consumar su gesto autolítico) y el llamado suicidio compartido, en el que el suicida antes de su propia muerte “ejecuta” a sus seres queridos “evitándoles”, así, y por el cariño que les tiene, los dolores de una vida “sin sentido” para él; muy notorio fue el caso de Magda Goebbels, que en el búnker en el que contemplaba el final de la Segunda Guerra Mundial dio una cápsula con veneno a sus hijos para suicidarse después…
Conocemos la estadística que sitúa la preponderancia del suicidio entre varones y entre gente joven. Y conocemos las causas o factores de riesgo entre los que están (probablemente, por orden) las enfermedades mentales (sobre todo, la depresión severa, la psicosis bipolar o la esquizofrenia), los trastornos de alimentación (anorexias, bulimias…) con o sin consumo de tóxicos, la adicción a cocaína y excitantes, ludopatía, enfermedades crónicas (cáncer, enfermedades degenerativas, demencia orgánica, dolor crónico…), la descompensación de las enfermedades anteriores, fracaso en relaciones interpersonales, ruina social o económica, abandono, aislamiento, estrés, ansiedad, acoso escolar, prejuicios sociales o abuso sexual. Son factores de riesgo conocidos y compartidos por casi todas las sociedades occidentales.
La actitud de una niña de Guipúzcoa alertó a la Ertzaintza para evitar un suicidio colectivo https://t.co/xcH0HNyzZk #LoMásvIsto
— ABC.es (@abc_es) September 3, 2017
Pero conocer esos riesgos no es suficiente. Deberíamos intentar la prevención de los mismos, si bien esto se plantea altamente complicado: por un lado, la detección precoz de rasgos clínicos desde el área sanitaria es difícil, porque no todos los diagnósticos mencionados como riesgos cien por cien concluyen en suicidio. Por otro lado, muchos suicidas en potencia no delatan sus intenciones de un modo claro o, incluso, cuando “deciden” el modo y lugar, su aspecto exterior es más relajado, “más enérgico, mejor”; así lo dicen los allegados: “pero si los últimos días estaba mejor…» Pero sí se debería exigir que se proporcionara un correcto diagnóstico de diversas enfermedades, limitar el acceso a tóxicos, proporcionar un adecuado apoyo clínico y social de los enfermos mentales y ser conscientes de que la mayoría de los suicidas repiten el intento de suicidio una vez fracasado el intento anterior.
Estar alerta y evitar al suicida los medios que lo ayuden al mismo tampoco es suficiente. Debemos ayudarlos desde el conocimiento: conocer es comprender y comprender permite afrontar más objetivamente el problema. Ahí los medios de comunicación tienen gran importancia, pero con cuidado. No se debería perseguir morbosamente el hecho dramático del suicidio, siendo no solo “decentes” en el relato de los hechos sino cautelosos ante la realidad de que el “suicida en potencia” puede verse “animado” a cometer el suicidio a la vista del conseguido por otra persona. La cosa está en intentar el equilibrio entre ocultar la realidad (se dice que lo que no se publica no existe) o ser responsables del conocido como efecto Werther (por el libro Las penas del joven Werther, de Goethe, en el que el suicidio de uno anima al suicidio de otros). Muy peligroso es que cuando un personaje famoso se suicida pueda parecer que tal muerte resulta “atractiva, original” y, por tanto, imitable. Por otro lado, las fantásticas redes de comunicación sociales, a las que accede todo tipo de persona sin límites de edad, maravillosas herramientas, pueden manipular la voluntad de grupos vulnerables (recordamos la reciente “ballena azul”, que invitaba a modo de juego a suicidarse, sobre todo gente muy joven…).
En definitiva: no es fácil. Pero debemos publicar dando un mensaje de esperanza, sin bendecir el suicidio como muerte ejemplar, estar muy pendientes (padres, maestros, médicos, Policía, trabajadores sociales…) de contenidos y de otros signos de riesgo. Y, en definitiva, si en nuestro entorno se dan casos de prójimos nuestros que no encuentran motivo para vivir, se trata de que estemos atentos como profesionales diversos y, sobre todo, empáticos como seres humanos.