Hay jinetes de luz en la hora oscura
David Calatayud | 18 de febrero de 2019
Los cambios recientes en la movilidad urbana han alterado los ánimos de muchos de sus habitantes.
Este no es un fenómeno nuevo. Conocimos actuaciones municipales, desde la década de los 90 del siglo pasado hasta la primera de este, que conllevaron la peatonalización de céntricas calles, la prohibición de aparcar en plazas que se recuperaban para el paseo tranquilo de familias, la limitación de la velocidad en zonas más concurridas…
Estas iniciativas no se han inventado ahora. Gobiernos locales, de uno y otro signo político, apostaban por incrementar las áreas de esparcimiento y por diseñar municipios más accesibles y con entornos más amables, implementando las decisiones sin precipitación, sin carreras mediáticas, situando el bienestar socioeconómico de las personas y de las familias en el punto de mira en cada decisión. Había mesura y no ansia en las actuaciones.
La diferencia con estos nuevos tiempos, lamentablemente, es la imposición de políticas de movilidad urbana aplicadas con precipitación y falta de evaluación, con una gestión y ejecución torpe, incluso amparadas bajo falsas peticiones mayoritarias de la ciudadanía. Un ejemplo, algunos de los carriles bici que se están construyendo en Valencia, y que pueden provocar atascos continuos, fueron reclamados, tras una intensa campaña de participación ciudadana por barrios, únicamente por 67 o por 20 votos en algunos casos, en una ciudad de casi 800.000 habitantes.
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El discurso animoso y la real voluntad de contar con ciudades saludables, amigas de la infancia, sostenibles, sin contaminación… es compartido por todos los partidos políticos, como es lógico y conveniente. El gran error se sitúa en la atropellada imposición y ejecución de medidas, como las de Madrid Central, que han de ir parcheando con posterioridad a su entrada en vigor o abandonando a su suerte a miles de familias.
Padres, madres y otros familiares a los que se les complica el acceso a los colegios con sus vehículos; amigos que ven limitado su deseo de visitar a otros; residentes que optan por cambiar su domicilio; trabajadores con complicaciones diarias, comerciantes con temores fundados, hosteleros con quebraderos de cabeza… Madrid Central es punta de lanza por la capitalidad, pero particulares variantes se dan en otras muchas ciudades de distintos tamaños.
Apuesto por la exigencia de un informe de perspectiva de familia antes de aprobar normas de cualquier tipo, y en las cuestiones de movilidad y accesibilidad debería ser imprescindible. Hay que meterse en la piel de padres, de madres, de hijos e incluso de abuelos. Valorar cómo les afecta cada decisión, cómo incide en el bienestar familiar, en la conciliación y en las relaciones intrafamiliares y sociales. Un estudio sobre perspectiva familiar debería ser preceptivo en todas las normas, y contrastar qué derechos y libertades pueden ser violentados o entran en colisión.
Para las familias, el transporte público no siempre es la solución idónea para sus desplazamientos. No siempre hay una línea de autobús o metro que acerque el portal de casa al del colegio, o simplemente los hijos son demasiado pequeños para usarlos. No hay todavía políticas de conciliación que permitan acompañar a los hijos en transporte público y llegar a tiempo al trabajo. No parece sopesarse, ni en Madrid Central ni en otros planes, las consecuencias que arrastran estas medidas. Colegios que dejarán el centro, descenso y envejecimiento de residentes, zonas turísticas pero sin vecindario estable, desaparición del comercio tradicional…
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Vivo en el centro de Valencia y me muevo normalmente andando y con bicicleta, pero cada vez que uso mi coche me cuesta más volver a casa. Las calles de acceso al centro se han estrechado, los semáforos se ralentizan, la velocidad minora… y la tensión aumenta, la ilusión de vivir en el centro se diluye, crecen los atascos antes inexistentes, se discute que la contaminación disminuya, pues tardamos mucho más en cruzar la ciudad… parece que nos invitan a marcharnos.
Estas políticas estrella en algunos programas electorales conllevan medidas descompensadas y contraproducentes. Un último ejemplo, las familias de mi barrio apenas localizan una fontanería, un zapatero, una tienda de electricidad, una mercería o una papelería donde los niños puedan comprar material escolar. Obviamente, disponemos de decenas de tiendas de recuerdos para turistas y bares de tapas e italianos a discreción.
La doble línea roja que limita el acceso a Madrid Central se vendió como precioso lazo de regalo y puede llegar a estrangular la vida que rodea.