Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Maldonado | 09 de febrero de 2017
Estamos sin duda ante una cuestión de vital importancia, que hay que solucionar cuanto antes. Y, como sabemos, las reformas normativas en ese sentido son constantes, así como las campañas de concienciación.
Sin embargo, llama la atención lo poco que se habla de la desigualdad entre mujeres y hombres en relación a las prestaciones de seguridad social, cuando, adviértase, la brecha salarial entre mujeres y hombres significa a la postre una brecha mucho mayor en sus pensiones.
Uno de los efectos principales de esta brecha de remuneración es que al ganar salarios inferiores a lo largo de su vida las mujeres, generan derechos de pensión inferiores a los de los hombres, por lo que, en su vejez, se enfrentan a un mayor riesgo de pobreza que los varones.
Es preciso reconocer el esfuerzo el trabajo de mujeres y familias en el cuidado de hijos y dependientes. De no hacerse así, podría incluso quebrar el espíritu de solidaridad social
Es la brecha de género en las pensiones, que supone que los ingresos medios de los hombres por este concepto son, de media, un 39% superiores a los de las mujeres europeas, porcentaje que desciende hasta el 34% en España.
La situación es especialmente preocupante para las mujeres de más de 65 años. Aproximadamente el 17% de ellas viven en riesgo de pobreza o exclusión social.
Las pensiones surgieron con la finalidad, que aún mantienen, de sustituir al salario cuando este desaparecía, por la concreción de riesgos tales como la invalidez, la viudedad, la orfandad y la vejez o jubilación.
Los sistemas de seguridad social de todo el mundo emergieron y consolidaron en un contexto social en el que, por regla general, el trabajo asalariado era cosa de hombres.
Los sistemas de seguridad social que disfrutamos son herencia de ese modelo, que tenía como paradigma al trabajador varón dedicado exclusivamente al trabajo asalariado y extraño a los cuidados de la familia y el hogar.
La cuantía de las pensiones está en relación con el importe de los salarios, en los que ya existe brecha salarial entre mujeres y hombres, y el tiempo trabajado, lo que viene a multiplicar la desigualdad preexistente en los salarios
Los sistemas contributivos de seguridad social, como el español, en el que las pensiones dependen de lo cotizado durante la vida activa, dejan en peor posición a los trabajadores que han tenido que interrumpir o aflojar en su vida profesional para atender a la familia. Esto afecta, sobre todo, a las mujeres.
La cuantía de las pensiones está en relación con el importe de los salarios, en los que ya existe brecha salarial entre mujeres y hombres, y el tiempo trabajado, lo que viene a multiplicar la desigualdad preexistente en los salarios.
En apariencia, el sistema es equitativo, pues las reglas son iguales para todos; pero de facto, el sistema deja en peor posición al conjunto de mujeres cuyas carreras se han visto interrumpidas o resentidas por atender necesidades familiares.
En los últimos tiempos, se han incorporado, muy tímidamente, medidas que, a efecto de las pensiones, tienen en cuenta la posición de las trabajadoras que han visto interrumpida su carrera profesional.
Así, por ejemplo, el periodo de excedencia para el cuidado de hijo se considera desde hace tiempo como de ocupación cotizada; periodo que además está aumentando paulatinamente, en 2019 alcanzará los 270 días por hijo, y el tiempo trabajado a tiempo parcial cotiza ya como si lo fuera a jornada completa sin perjuicio de su menor cotización por razón del también inferior salario.
Pero este tipo de medidas, más bien escasas, que podrían ir corrigiendo la brecha salarial, se ven neutralizadas y desbordadas por otras generadas por la crisis económica y demográfica, encaminadas a garantizar la sostenibilidad financiera de la seguridad social.
De entre ellas, destaca aquí la ampliación del período de cálculo de las pensiones. A todas luces, esta medida perjudica a quienes han interrumpido o aligerado su actividad profesional.
Si queremos lograr la equidad entre mujeres y hombres en sus pensiones habrá que ir reduciendo la brecha salarial. Pero también habrá que poner en valor actividades tradicionalmente asumidas por las mujeres sin retribución alguna, pero que generan riqueza al conjunto de la sociedad.
No hay que descartar medidas que compensen incluso, con mayores pensiones a los que han dado a luz, criado y educado a quienes más tarde, con su trabajo y con sus aportaciones, sostendrán el sistema público de seguridad social del que el conjunto de la sociedad se beneficia.
En especial, es preciso reconocer el esfuerzo el trabajo de mujeres y familias en el cuidado de hijos y dependientes, mediante fórmulas de compensación a través de las pensiones, con tiempo de cotización o con cuantía de la pensión. De no hacerse así, podría incluso quebrar el espíritu de solidaridad social e intergeneracional que sostiene la seguridad social.