Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Maldonado | 04 de octubre de 2017
El derecho de huelga tiene sus detractores. Quizás el más feroz haya sido William Harold Hutt, quien encontraba en la huelga la causa de la inflación y empobrecimiento de los trabajadores (The theory of Collective Bargaining, Londres, 1975, publicado en lengua española por Unión Editorial). Para Hutt, la huelga no es sino un atentado al derecho de propiedad. Propugna una especie de utopía, una negociación colectiva sin huelgas y propone su prohibición.
La principal objeción que cabría hacer a Hutt es su visión de la empresa y del trabajo personal como objetos de propiedad, más que como manifestación de la libertad de empresa y de la libertad de trabajo, respectivamente. Desde ese punto de partida, no es extraño que erróneamente Hutt identifique el contrato de trabajo con el contrato de compraventa y, al así hacerlo, concibe a dos contratantes en posición perfecta de igualdad. En coherencia con esa concepción, en modo alguno admite la supuesta debilidad del trabajador respecto del empresario, que sería algo excepcional. Obviamente, desde esa posición, el derecho de libertad sindical, la negociación colectiva y el derecho a medidas de conflicto colectivo son innecesarios e inadmisibles, por constituir un ataque directo a la propiedad y una limitación a la libertad personal.
Olvida, por otra parte, Hutt, el valor moral de la huelga. La huelga supone la cesación colectiva y concertada en la prestación de trabajo por parte de los trabajadores. Va de suyo que la suspensión de la prestación laboral implica la cesación asimismo de la retribución salarial que, paralizada la actividad laboral, deja de devengarse. Es este sacrificio el que da valor moral a la huelga. No faltan buenas películas, como Qué verde era mi valle o como Billy Elliot, que muestran el sacrificio que para los trabajadores suponen las huelgas de verdad, especialmente las que se prolongan en el tiempo.
⚒ "La paradoja es que la huelga se identifica cada vez más con los sectores más alejados del mercado".https://t.co/wJIiA0VoVz
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) April 5, 2017
Desde luego, el valor moral de la huelga desaparece cuando la cesación del trabajo no va acompañada de ese sacrificio. Si el trabajador continúa percibiendo su salario durante la huelga a pesar de haberla secundado, algo falla, pues, en puridad, no lo ha devengado. Eso sería una farsa; más que huelga, sería un permiso retribuido. Si además se diese la circunstancia de que el trabajador es un empleado público, la cuestión resultaría todavía más grave, por el quebranto que ello supondría para el erario público.
Conviene no olvidar que lo que la Constitución española legitima al proclamar el derecho fundamental de huelga no es cualquier cesación del trabajo, sino que lo que consagra es el derecho a la huelga legal. A estos efectos, hay que tener presente que la protección constitucional del derecho de huelga se otorga a los trabajadores “para la defensa de sus intereses”. Así, las huelgas estrictamente políticas, es decir, las ajenas a los derechos e intereses de los trabajadores, no encuentran –en principio- el amparo constitucional. Eso sí, en ocasiones, el Tribunal Constitucional ha aceptado como huelgas legales algunas en las que la razón laboral de la huelga está presente pero de un modo muy tangencial y forzado.
Declaración de las Confederaciones Sindicales de UGT y @CCOO sobre la situación en Catalunya https://t.co/fzKrAPef0y pic.twitter.com/0pDcdY6RcA
— UGT (@UGT_Comunica) October 2, 2017
A la luz de lo acaecido estos días en España, más concretamente en Cataluña, y del anuncio de huelga por parte de los independentistas, cabría preguntarse si estamos o no ante una huelga laboral, en defensa de los intereses de los trabajadores, en principio legal, o si lo estamos ante una huelga política que responde a motivaciones no laborales, no amparada por el derecho fundamental de huelga.
No es extraño que los líderes de los dos sindicatos más representativos, CC.OO. y UGT, se hayan apresurado a desmarcarse de la huelga y advertir que en realidad no es tal. Llevan toda la razón. Podríamos decir que, en puridad, no ha existido referéndum, sino ficción de referéndum, pero tampoco huelga, sino ficción de huelga. ¿Cuál será la siguiente ficción? Mientras tanto, con juegos de magia y trampas de este tipo, a miles de catalanes se les genera la expectativa de una inminente independencia; esta es la peor de todas las farsas.
No queda sino esperar que, como en el Show de Truman, sea el propio protagonista –el pueblo catalán- quien acabe dándose cuenta de que todo esto no es más que una suerte de reality show, pura manipulación, cuyo guion prolonga en el tiempo una clase política que actúa a la desesperada. Ante la imposibilidad de lograr sus fines por vías legítimas y democráticas, los independentistas y los revolucionarios han optado -con gran habilidad, por cierto- por la baza del espectáculo, donde la ficción sustituye a la democracia.