Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Maldonado | 29 de mayo de 2017
Mitos y sofismas sobre el trabajo y las relaciones laborales se propagan con rapidez y lo mismo ocurre con las baritas mágicas con las que resolver el problema del desempleo, recetas más o menos simples que -como si fuera mera mecánica-, de seguirse, se resolverían todos nuestros problemas.
Una de esas recetas sería la de que bastaría con flexibilizar totalmente las relaciones laborales, la desregulación total, para que automáticamente, el desempleo desapareciera. Así de fácil y sencillo. Visto de esta manera, los políticos, técnicos y científicos que debieran resolver estos problemas serían una suerte de inútiles que no adoptan las decisiones que tendrían que tomar.
Pues bien, esa idea según la cual toda flexibilidad laboral es buena para el empleo y la economía es radicalmente falsa. Y, sin embargo, está muy extendida; tanto como, décadas atrás, se propagaban consignas de sentido radicalmente opuesto. Algunos ejemplos de ideas trasnochadas que, transcurrido el tiempo, han quedado desmentidas son, entre otras: que trabajando menos se repartiría el empleo y habría trabajo para todos o que, por definición, la norma laboral tenía que mejorar las condiciones de trabajo preexistentes o que el empleo era para toda la vida. Podríamos poner muchos ejemplos más.
Ponemos en valor el modelo de empresa de la #economíasocial y el empleo que da a más de 2 millones de personas.#MadridEconomíaSocial pic.twitter.com/yyXa5trFSW
— Fátima Báñez (@fatimaempleo) May 23, 2017
No es extraño que este tipo de ideas, tan atractivas como peligrosas e inexactas o –las más de las veces- falsas, se propaguen con facilidad. El trabajo afecta, directa o indirectamente, a la inmensa mayoría de la población y forma parte inseparable de nuestras vidas. Por otro lado, el fantasma del desempleo genera miedo y sufrimiento. No ha de extrañar que casi todos opinemos. Pero hay que tener cuidado con las fórmulas fáciles. Las relaciones de trabajo en una sociedad cualquiera son mucho más complejas y lo son cada vez más, a medida que la economía global exige a las empresas una tensión antes desconocida.
El entorno competitivo actual demanda empresas ágiles, capaces de adaptarse a la demanda y que para ello precisan de estructuras dúctiles
El entorno competitivo actual demanda empresas ágiles, capaces de adaptarse a la demanda y que para ello precisan de estructuras dúctiles. Precisamente por ello, las sucesivas reformas laborales han seguido la inevitable senda de la flexibilización. Ese es el sentido de las reformas laborales, sea cual sea el signo político del Gobierno. En una economía mundializada no queda otra. Ahora bien, las más de treinta reformas laborales desde que en 1980 se aprobase el Estatuto de los Trabajadores evidencian que no toda flexibilidad es buena. El propio legislador ha tenido que rectificar en más de una ocasión.
El ejemplo más grueso es el de los contratos temporales. En España, durante los años 80, nos abonamos a la receta de fomentar los contratos de trabajo temporales. Es decir, lo primero que se flexibilizó fue la duración del contrato de trabajo. El argumento era que los empresarios no contrataban trabajadores por miedo al contrato de duración indefinida. Surgieron, así, nuevas modalidades de contratos de duración determinada, como el contrato temporal para lanzamiento de nueva actividad y, el caso más flagrante, el contrato de trabajo temporal por fomento del empleo. Este último contenía un mecanismo diabólico; cuando la relación laboral superaba tres años, el contrato se convertía en indefinido. Para evitarlo, en la mayoría de los casos, al cumplirse los tres años, el contrato se extinguía y el trabajador pasaba a cobrar prestación por desempleo hasta encontrar un nuevo trabajo, con toda probabilidad de la misma naturaleza que el anterior. Operaba, en realidad, el contrato temporal de fomento del empleo como un modo de repartir el empleo o –más bien- el desempleo. La excesiva flexibilidad en la duración del contrato de trabajo introdujo en la sociedad española más disfunciones que dinamismo.
La política de fomento de la contratación temporal hubo de ser rectificada una década después, por los mismos que la habían iniciado. Durante el último Gobierno presidido por Felipe González, se suprimió dicha modalidad contractual. Y, más tarde, durante el primero de Aznar, pasó a fomentarse precisamente lo contrario, el contrato de trabajo de duración indefinida, mediante el aliciente de indemnizaciones por despido improcedente más benignas. En la actualidad, las modalidades de trabajo temporal han quedado reducidas a las estrictamente necesarias: contrato de trabajo para obra o servicio determinados, eventuales por circunstancias de la producción e interinos, además de los contratos de trabajo para la formación, como vía de inserción laboral de los jóvenes.
La estabilidad en el empleo no solo es buena para el trabajador, sino también para las familias, para las propias empresas y para la sociedad
No tardó mucho en comprobarse que la estabilidad en el empleo no solo es buena para el trabajador, sino también para las familias, para las propias empresas y para la sociedad. El cambio de paradigma animó el consumo y, sobre todo, la natalidad. Hoy, casi nadie postula el fomento de los contratos de trabajo temporales. El debate no es flexibilidad sí, flexibilidad no; la cuestión está en discernir qué flexibilidad es necesaria o conveniente y qué flexibilidad es negativa para la persona y para la sociedad.