Hay jinetes de luz en la hora oscura
Antonio Olivié | 15 de septiembre de 2017
Massimo Centini, profesor de Antropología de la Universidad de Turín, ha realizado un exhaustivo estudio de los lazos entre la Tierra Santa y Roma, así como de la autenticidad de las reliquias. A su juicio, en los primeros siglos del Cristianismo se tomaban como reliquias tanto los elementos originales, como las copias o los elementos que hubieran estado “en contacto” con el original, por lo que certificar con precisión una procedencia se presenta como misión imposible.
Roma nos sigue sorprendiendo. Esta vez en Santa Croce in Gerusalemme con restos de época constantiniana…. https://t.co/f3Oe5GgshK
— En Roma (@Guia_En_Roma) July 10, 2017
Gran parte de las reliquias que se veneran en Roma están ligadas a una personalidad acreditada: Santa Elena, madre del emperador Constantino. Un viaje a Tierra Santa, en torno al año 326, le permite encontrar y trasladar, a Roma y Constantinopla, algunos elementos ligados a la pasión de Cristo que fomentan la devoción de los fieles y refuerzan la figura del emperador como protector del cristianismo.
Santa Croce in Gerusalemme, iglesia promovida por la propia Santa Elena, custodia algunas de esas reliquias. El núcleo más antiguo de esta iglesia, una habitación de apenas 40 metros de largo, está fechado en el año 225, aunque poco a poco ha ido cambiando de fisonomía.
A este pequeño centro de culto trajo Santa Elena uno de los ‘lignum crucis’ que encontró en Tierra Santa (los otros dos se quedaron en Jerusalén y en Constantinopla). Según la leyenda, en las excavaciones en Jerusalén para buscar la cruz de Cristo, hallaron tres leños. Para saber cuál era el del Señor, se lo acercaron a una mujer enferma, que solo se curó en contacto con uno de ellos.
En Santa Croce in Gerusalemme también se veneran espinas de la corona de Cristo, uno de los clavos de la crucifixión y parte del título que justificaba la condena. Santa Elena también trajo gran cantidad de arena del calvario, que se conserva bajo el pavimento de la iglesia.
La Scala Santa es otro de los elementos más venerados por los peregrinos de Roma. Más de un millón de fieles recorren de rodillas los escalones que, según la tradición, condujeron al Señor al Palacio de Poncio Pilatos, donde fue condenado. Fue Santa Elena, una vez más, quien trajo hasta Roma estos 28 escalones de piedra, que en el año 1723 se recubrieron de madera para evitar su deterioro.
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La Scala Santa a #Roma, nei pressi di #SanGiovanni: un luogo sacro e mistico, direttamente… pic.twitter.com/egm9jRIqY4
Para facilitar el flujo de peregrinos, el arquitecto Domenico Fontana, abrió otras dos escaleras paralelas a finales del siglo XVI, por las que pudieran bajar quienes salían del recinto. De esta forma se consolidaba el edificio que hoy se puede visitar junto a la basílica de San Juan de Letrán.
En Santa Praxedes, una iglesia bizantina cercana a Santa Maria Maggiore, se venera la columna de la flagelación, en la que estuvo atado Cristo al sufrir los azotes. Es un trozo de piedra pequeño, de apenas 63 centímetros, con un orificio en el que debió estar ligado un trozo de hierro. Se ve que formaba parte de una piedra de mayor altura. Antes de llegar a Roma, hasta el año 1223, esta columna se veneraba en la Iglesia de los Santos Apóstoles de Jerusalén.
La basílica de Santa Maria Maggiore custodia en su interior un fragmento de la cuna de Cristo. Bajo el altar mayor de esta basílica romana, en el siglo V, se realiza una copia de la gruta de Belén y allí se veneran estas maderas traídas por los peregrinos de Tierra Santa.
Una de las reliquias menos conocidas del Vaticano es el fragmento de la lanza con la que el centurión Longinos atraversó a Cristo en la cruz. Se encuentra en la basílica de San Pedro, en una de las estatuas de los pilares de la cúpula central, de cuatro metros de altura. La reliquia está recubierta de oro y fue donada al papa Inocencio VIII por el sultán turco, ya que había sido llevada a Constantinopla en época bizantina.
Las reliquias de Tierra Santa consolidaron la idea de Roma como ‘Nueva Jerusalén’ y fomentaron que, una vez que la cristiandad perdió la autoridad en Palestina, el nuevo foco de peregrinaciones fuera Roma. La Ciudad Eterna se convertía en el lugar de culto por excelencia. Una posibilidad que se potenció tras la celebración del primer jubileo de la historia, en el año 1300, convocado poco después de la pérdida de San Juan de Acre, el último bastión cristiano en Tierra Santa.