Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Orellana | 02 de mayo de 2017
La filmografía de Martin Scorsese no es la típica de un director confesional. Su cine está lleno de historias de violencia, de delitos y ambiciones desatadas. Detrás hay una mirada profunda, que conoce el mal, que desea el bien.
El veterano cineasta neoyorkino Martin Scorsese ha vuelto a subir a la palestra con motivo del estreno de su última película, Silencio, sobre los mártires jesuitas del Japón en el siglo XVII y la apostasía de algunos de ellos. La prensa en general, y la católica en particular, han mostrado gran interés en aproximarse a la película desde diversas ópticas: la histórica, la teológica, la estética… y a nadie le ha pasado desapercibido que esta no es la primera película de temática religiosa del cineasta. Todos recuerdan la adaptación de la novela de Nikos Katzantzakis La última tentación de Cristo –con guion de Paul Schrader-, de 1988, que era una aproximación a la vida de Jesús desde una perspectiva heterodoxa, en el sentido de que mostraba a un Jesucristo “mundanizado” que caía en las tentaciones. Algunos la consideran la película más polémica de la historia del cine, por el revuelo internacional que siguió a su estreno.
A nadie le ha pasado desapercibido que esta no es la primera película de temática religiosa del cineasta
Diez años después, llegó Kundun, que contaba cómo en 1937 un niño de dos años era reconocido como la decimocuarta reencarnación del Dalai Lama, por lo que era arrebatado a su familia y llevado al palacio donde sería educado y preparado para asumir su liderazgo espiritual y político. Aunque estas son las tres únicas películas de temática religiosa de Scorsese, y ya vemos que bastante heterogéneas y aparentemente inconexas en fondo y forma, lo cierto es que el director de origen siciliano siempre ha estado muy preocupado por el problema de la fe y del Misterio. Como ha dicho en la magnífica entrevista que el jesuita Spadaro le ha hecho para La Civiltà Cattolica, “cuando la mente se pone a considerar el gran misterio, estremecedor, de nuestro mero existir, del vivir y el morir, la misma idea de que todo se pueda comprender por medio de la ciencia parece inconsistente”.
“Cuando la mente se pone a considerar el gran misterio, estremecedor, de nuestro mero existir, del vivir y el morir, la misma idea de que todo se pueda comprender por medio de la ciencia parece inconsistente”
Con motivo del estreno de Silencio, el cineasta admite que vive obsesionado con la espiritualidad y recuerda que él ha estado buscando aquí y allá, para reconocer finalmente que es en el catolicismo donde ha encontrado su sitio. Digamos que ha vuelto donde empezó, ya que Scorsese estudió en el seminario menor, de donde se fue tras hacer su primer curso. En aquellos años de infancia tuvo una experiencia decisiva con el padre Príncipe, un maestro al que siguió cuando era un chaval y que le marcó positivamente. Un auténtico educador que señalaba un ideal y acompañaba a quien deseaba alcanzarlo.
En el momento actual, Martin Scorsese no se considera un creyente practicante en el sentido habitual de la palabra, de frecuentar el templo o asistir a determinados actos litúrgicos. Pero sí declara sentirse muy concernido por los misterios de la fe cristiana, la Encarnación, la Resurrección y especialmente por el mensaje del amor. El cineasta afirma que toda su filmografía está atravesada de lo que podríamos llamar la dimensión espiritual del ser humano. En los años setenta, Scorsese vivió una cierta etapa de su vida que reconoce que fue autodestructiva. Cuando salió de esa fase oscura, la primera película que rodó fue Toro Salvaje (1980). El personaje de Jake La Motta (Robert de Niro) es un individuo duro con todo el mundo, pero que no se da cuenta de que él es su primera víctima, de que destruyendo se autodestruye. Al final de la película, mirándose al espejo, Jake comprende que debe apiadarse de sí mismo, aceptarse y así probablemente le será más fácil acoger el bien, que son las otras personas. Sin duda, un vertido autobiográfico del director.
No es casual que el proyecto siguiente, no realizado, fue hacer para la televisión una serie de documentales sobre santos, al estilo de lo que ya había hecho Roberto Rossellini con sus “películas didácticas”. La razón estaba en que Martin Scorsese había quedado muy impactado con la película Europa 51, del mismo Rossellini, en la que Irene (Ingrid Bergman) era una especie de “santa civil” que se encuentra a sí misma cuando se da a los demás. Hasta el descubrimiento de este film, era otra cinta del mismo director, Francisco, juglar de Dios, la película “de santos” preferida de nuestro cineasta. Todo este interés por acercarse a la vida de personas que han tratado de imitar a Cristo no cuajó en el proyecto previsto, pero conoció una muy singular versión en La última tentación de Cristo (1988). El realizador reconoce que su película preferida sobre Cristo es la de Pasolini, El Evangelio según san Mateo (1964). De hecho, él siempre había soñado con rodar un largometraje ambientando a Jesús de Nazaret en nuestra época, concretamente en Nueva York, pero comprendió que después de la cinta de Pasolini ya no tenía sentido; esa película ya estaba hecha.
En realidad, el interés de Martin Scorsese por el problema religioso no viene solo de su origen italiano y, por tanto católico, sino que él ha tenido sus propias experiencias personales en ese ámbito. La primera que recuerda era cuando ayudaba a Misa de monaguillo. Percibía un sentido trascendente y sagrado que ha tratado de reflejar en las escenas eucarísticas de Silencio. Como él rememora en la citada entrevista de La Civiltà Cattolica, “salía por la calle al acabar la Misa y me preguntaba: ¿cómo es posible que la vida siga como si nada hubiera sucedido? ¿Por qué nada ha cambiado? ¿Por qué el mundo no ha sido sacudido por el Cuerpo y la Sangre de Cristo?”.
Scorsese tiene miedo a volar y, cuando lo hace, agarra en su mano objetos religiosos que le dio su madre. Justo antes de tomar el avión, había estado arrodillado rezando ante el Santo Sepulcro de Cristo
Otro momento en el que el cineasta tuvo una experiencia de la cercanía de Dios fue volando a Tel Aviv, con motivo del rodaje de La última tentación de Cristo. Scorsese tiene miedo a volar y, cuando lo hace, agarra en su mano objetos religiosos que le dio su madre, casi como una superstición. Pero aquel día, justo antes de tomar el avión había estado arrodillado rezando ante el Santo Sepulcro de Cristo. Cuando inició el vuelo, sintió que no necesitaba aferrar los objetos piadosos maternos, tuvo la experiencia de un amor total, una sensación de paz y seguridad absolutas. También recuerda haber vivido una experiencia de revelación cuando, tras un parto dificilísimo, en el que madre e hija estuvieron a punto de morir, cogió a su hija Francesca, recién nacida, entre las manos, y ella abrió los ojos. Scorsese entendió mejor, como en una iluminación, lo que significa la Encarnación.
Ciertamente, la filmografía de Martin Scorsese no es la típica de un director confesional. Su cine está lleno de historias de violencia, de delitos y ambiciones desatadas. Pero es obvio que no se trata de obras superficiales. Detrás hay una mirada profunda, que conoce el mal, que desea el bien. La mirada de un hombre que no quiere etiquetas, pero que entiende su trabajo artístico como la expresión de sus preocupaciones. La mirada de un cineasta que sabe que la trascendencia no es problema teórico, sino un problema real. En cualquier caso, Scorsese no quiere hacer catequesis con sus películas, quiere aprender a ser hombre. Casi mejor.