Hay jinetes de luz en la hora oscura
Gonzalo Cabrera | 25 de octubre de 2017
El pueblo español se encuentra en estos momentos del siglo XXI, en parte por motivos políticos -a la vista está- y en parte por otros motivos, ante grandes desafíos apenas esbozados hace unos pocos años.
La inexistencia de una mínima ética civil; la dualidad laboral -ciudadanos con empleo muy estable conviven con otros ciudadanos sin posibilidad real de tenerlo-; la crisis del matrimonio como institución -ya sea civil o religioso-; una sociedad civil enclenque, secuestrada por las tentaciones estatalistas y por la falta de respeto de los poderes públicos al principio de subsidiariedad; la derrota económica de las clases medias -derrota que beneficia a algunas ideologías-; la idea de que el llamado “Estado de bienestar” es un derecho adquirido in saecula saeculorum; un sistema educativo devastado -con la soberbia de unos y la impotencia de muchos- por unos curricula infumables; tenemos un sistema sanitario con los mejores profesionales -seguro- del mundo y una gestión político-administrativa muy mejorable; las nuevas tecnologías, como medios al servicio del ciudadano y de las empresas y no como causa de adicción y, además, sin una regulación jurídica y técnica del derecho a la privacidad y “al olvido”; una economía financiera al servicio de muchos objetivos -que se consiguen-, pero alejada del bien común y de las familias; una mejorable formación financiera en las familias; la juventud, con formación, sin madurez, sin trabajo, sin un proyecto de vida.
? Mayor Oreja @ValoresSociedad ha elaborado un decálogo con las mentiras que en España se tienen como verdades.https://t.co/rYQPpF3vAK
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) May 8, 2017
Sin olvidar el aborto; las muy diversas manipulaciones genéticas -entre ellas, la manipulación de embriones-; la gestación subrogada; la maternidad y la paternidad como un don de Dios y no como un derecho sin más; la ecología, necesaria para ayudar al ciudadano a ver los peligros que acechan a la naturaleza por culpa del hombre y “tocada” por intereses a veces nada claros.
No hay aquí espacio para analizar todos los problemas expuestos. Veamos algunos.
Es fundamental, en una sociedad pluralista como la nuestra que, mediante la educación en las familias, la formación en los centros de enseñanza y la experiencia vital se vaya robusteciendo una ética civil común a todos los ciudadanos, sean cuales sean sus valores. Y para ello no basta con la ley. El ordenamiento jurídico, con nuestra Constitución en su vértice, tiene partes brillantes y otras no tan brillantes, pero no se puede resolver todo en los Juzgados y Tribunales. Urge una ética civil común a todos los ciudadanos. Una ética de los ciudadanos al margen -no en contra- de las instituciones públicas.
✝️ "El “ande yo caliente, ríase la gente” cada vez está más generalizado". @Pontifex_es y la cultura del descarte. https://t.co/eUwKq3LwZP
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) June 12, 2017
Es fundamental rearmar nuestra sociedad con algunos de los principios más inherentes a la persona: la libertad, la responsabilidad y la igualdad. Son pilares fundamentales de nuestra convivencia y verdadera garantía para que el abuso del Estado no entre en la vida privada y en la actividad pública de los ciudadanos y las familias. El derecho a la libre iniciativa empresarial debe permitir a las personas, sin normativas ni burocracias asfixiantes, poder labrarse un futuro profesional con ilusión y esfuerzo personal. Las instituciones intermedias son necesarias para crear un oportuno marco de pluralidad y convivencia, aun con discrepancias. Todo ello ayuda a tener una sociedad civil más fuerte -algo que parece no gustar a muchos-.
No es exagerado decir que la situación de nuestro país es una forma de periferia de las que habla el papa Francisco.
La Iglesia Católica en España no es ajena a nada de lo que sucede en nuestro país. No solo intenta ayudar a los ciudadanos, sino que, además, intenta ofrecer soluciones con el criterio más acertado y, al mismo tiempo, parece que un tanto olvidado -o muy olvidado-: el servicio al bien común.
Y la Iglesia nos recuerda que hay Esperanza. No una esperanza fundada en argumentos racionales, sino una Esperanza fundada en la certeza que nos da Jesús: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mateo 28, 20). Con esta certeza, la Iglesia -los católicos- sale a la calle todos los días ayudando y proponiendo soluciones.
Todos los problemas se pueden resolver desde la óptica del bien común. Hay soluciones que pueden ser de ejecución inmediata y soluciones que pueden necesitar más tiempo, pero una cosa está clara: la Iglesia está siempre en camino, como parte de la sociedad española que es, proponiendo alternativas y soluciones.
? "@_CARITAS es la Iglesia atendiendo a los pobres''. @donramonpi entrevista a Rafael del Río. https://t.co/dxcfXAARGd
— El Debate de Hoy (@eldebatedehoy) February 17, 2017
Hoy, más que nunca, es el momento de recordar la propuesta que hace la Iglesia al mundo entero y, en concreto, a nuestra sociedad: la Doctrina Social de la Iglesia.
Es verdad que la Doctrina Social de la Iglesia no será nunca una panacea frente a cualquier problema concreto -la Doctrina Social de la Iglesia viene de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia- y para su aplicación requiere de cristianos y de cualquier ciudadano de buena voluntad con un mínimo de comportamiento ético. Cuando algunos piensan que la Doctrina Social de la Iglesia está finiquitada y guardada en la estantería acumulando polvo, considero, sin embargo, que hoy, más que nunca, es necesaria en nuestro país, como propuesta de la Iglesia para todo ciudadano y para la sociedad. En esta época de la posmodernidad, de la posverdad, de la exigencia sin fundamento, de la ignorancia con exigencias de todo tipo, la Doctrina Social de la Iglesia sigue teniendo una vigencia total. Es más: quien piense que ha pasado la hora de la aplicación de la Doctrina Social de la Iglesia, quizá esté equivocado y solo estemos en sus comienzos, con un futuro todavía por desarrollar.
Y todo ello es porque la Iglesia no puede negarse a sí misma: es madre y es maestra. Y los católicos estamos llamados a dar testimonio ante nuestros conciudadanos.