Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ainhoa Uribe | 25 de mayo de 2017
El fallecimiento de niños o adolescentes resulta de todo punto antinatural y cruel. La secuencia lógica de la vida se produce cuando los jóvenes ven morir a sus mayores a una edad longeva, y no al revés. Por ello, no hay nada más triste que acudir al funeral de un menor y ese dolor se retroalimenta si las causas de su fallecimiento responden a una acción fruto del extremismo ideológico y la brutalidad. Actos como el atentado terrorista de Manchester no solo son reprochables, sino que, además, buscan tener una fuerte carga emocional y desgarradora para aumentar el miedo y la inseguridad en nuestra sociedad.
El atentado de Manchester tras el concierto de Ariana Grande ha sido reivindicado por el Estado Islámico. Su autor, el terrorista suicida Salman Abedi, tenía 22 años, era británico y su familia era de origen libio. La mecánica del atentado fue simple: al terminar el multitudinario concierto, repleto de niños y adolescentes, hizo detonar un cinturón de explosivos de fabricación casera que contenía pernos y clavos, provocando, al menos, 22 víctimas mortales y cerca de 60 heridos. En el recinto había unas 20.000 personas que huyeron, presas del pánico y el caos, buscando escapar de la escena del horror del Manchester Arena. Ahora, las autoridades británicas intentan averiguar si el terrorista suicida actuó solo o recibió algún tipo de apoyo.
El terrorismo yihadista está empezando a ser, por desgracia, una constante en nuestras vidas, que aparece cuando menos se le espera. El primer gran golpe de efecto en Occidente fue el ataque del 11-S a las Torres Gemelas de Nueva York. Antes habían atacado embajadas americanas en África, por ejemplo, pero su repercusión mediática y global había sido menor. A este super-atentado, que requería de una gran capacidad logística, le siguieron otros similares, como el fatídico 11-M de los ataques a la estación de tren de Atocha (2014); el 7-J del asalto al metro de Londres (2005); o los más recientes de Francia, donde en los dos últimos años se han registrado 239 víctimas mortales en los atentados de París y Saint-Denis del 13 de noviembre de 2015, o el del 14 de julio de 2016 en Niza. Los primeros, con una logística y organización muy sofisticada; los más recientes, con menor preparación quizás, pero no por ello menos dramáticos en sus consecuencias.
El objetivo de los atentados es doble: por un lado, reafirmar la fuerza del islamismo radical en el mundo musulmán y su capacidad de acción para derrocar al mal (Occidente) y, por otro, sembrar el pánico entre nosotros.
Son pocos los datos de los que disponemos sobre el autor del atentado de Manchester. Sabemos que procede de una familia de origen libio cuyos cuatro hijos estudiaron en la Whalley Range High School, una de las escuelas locales, y que Salman decidió continuar sus estudios en Administración de Empresa en la Universidad de Salford
Olivier Roy, en un libro publicado recientemente este año titulado Jihad and Death (Yihad y Muerte), describe un nuevo perfil de terrorista islámico: el de un joven europeo (o con nacionalidad europea) que se radicaliza y pasa a formar parte del yihadismo. Para Roy, reconocido estudioso francés del islamismo radical, la explicación de por qué se produce esto sería la siguiente: el Estado Islámico recluta entre sus filas a jóvenes que son hijos del Islam pero están inmersos en la cultura moderna occidental. Les gusta beber, consumir drogas, la música rap, las artes marciales u otros deportes de ataque, las películas violentas y no tienen un brillante expediente académico. Muchos de ellos han abandonado sus estudios, cuentan con antecedentes penales por pequeños delitos o robos y han pasado algún tiempo en prisión o en centros de internamiento de menores.
Estos jóvenes se radicalizan en prisión o en estos centros y ven en el Estado Islámico la posibilidad de dar un giro a sus vidas y convertirse en héroes. No se trata, por tanto, según Roy, de un claro proceso de lavado de cerebro en el que se convierten en firmes seguidores del Corán, sino, más bien, el Corán es un instrumento. Escogen seguir el Islam como un medio para convertirse en héroes, en personas reconocidas en su entorno y su comunidad, rompiendo así con un pasado o una etapa vital en la que eran jóvenes marginados o poco apreciados en su entorno.
El perfil no encaja exactamente con Salman Abedi, porque es difícil acotar una radiografía clara del terrorista yihadista. Son pocos los datos de los que disponemos sobre el autor del atentado de Manchester. Sabemos que procede de una familia de origen libio, cuyos cuatro hijos estudiaron en la Whalley Range High School, una de las escuelas locales, y que Salman decidió continuar sus estudios en Administración de Empresa en la Universidad de Salford, pero que no los terminó. No era un chico radical en su etapa estudiantil, pero su adoctrinamiento comenzó en los viajes familiares a Libia, tras el derrocamiento de Gadafi en 2011. Vecinos y autoridades estaban al tanto de su radicalización, pero no parecía ser un peligro inminente.
La gran pregunta es, de hecho, saber cuándo se puede considerar a alguien un potencial terrorista o no. La respuesta es incierta y requiere de la colaboración de todos (familiares, vecinos y policía) para ir detectando los indicios de una posible planificación de un atentado.
Cada vez son más los jóvenes occidentales que se radicalizan e intentan formarse en las filas del mitificado Estado Islámico o seguirlos en la red
El discurso del yihadismo radical tiene un gran atractivo para los jóvenes sin un futuro claro. Creen que realizar una acción terrorista contra los infieles les garantiza el paraíso y el recuerdo de sus seres más queridos y del conjunto de la Umma (la comunidad musulmana). El razonamiento puede resultar absurdo, pero resulta efectivo y a la vista está. Cada vez son más los jóvenes occidentales que se radicalizan e intentan formarse en las filas del mitificado Estado Islámico o seguirlos en la red.
Ante la barbarie del terrorismo, ya sea en Manchester, en Londres, en París, en Bruselas, en Madrid o en Nueva York, la comunidad internacional se une firmemente en su condena y, poco a poco, se está avanzando en el marco de la cooperación internacional de los servicios de seguridad y la policía. Esta cooperación debe profundizarse e intensificarse. En paralelo, es necesaria también la colaboración ciudadana para alertar sobre la repentina radicalización de ciertos jóvenes, así como el desarrollo de políticas públicas que saquen de la marginalidad a los jóvenes que pueden ser objeto de radicalización.
La lucha contra los “hijos de la yihad” será eficaz si parte de un esfuerzo conjunto, coordinado y sostenido en el tiempo. Los servicios de seguridad españoles están dando un ejemplo en ese campo, lo que nos permite dormir tranquilos muchas noches… pero el riesgo cero no existe.