Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ainhoa Uribe | 08 de marzo de 2017
Desde que Olympia de Gouges (1748-1793) fuera guillotinada en la Revolución Francesa por defender los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, al entender que la tan famosa Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano se había olvidado de la mitad de la humanidad, muchas cosas han cambiado.
Las mujeres hemos conquistado muy distintas cotas de poder, que van desde lo más inmediato e importante, como el derecho a la educación y al voto, hasta otros muchos derechos civiles, sociales y/o económicos. Pese a ello, sigue existiendo una desigualdad de género, no solo en España sino en el mundo en general.
Las mujeres dedican el triple de horas que los hombres a las tareas del hogar. Y es que ser mujer hoy sigue siendo difícil. El problema radica en que las mujeres ocupan empleos en sectores económicos peor pagados
Nuestra desigualdad no se refiere a los derechos, que están más que garantizados para las mujeres, ni a las cuotas positivas ya impuestas por la famosa Ley de Igualdad aprobada en 2007, en tiempos de José Luís Rodríguez Zapatero, sino a una cuestión laboral y de conciliación familiar.
En otras palabras, las mujeres se decantan más por trabajos a tiempo parcial, realizan actividades menos remuneradas que las de muchos hombres y emplean más tiempo que ellos en los quehaceres domésticos.
En muchos casos, el problema radica en que las mujeres ocupan empleos en sectores económicos peor pagados. Por ejemplo, trabajan más en el sector servicios que en el industrial. Igualmente, cobran menos porque trabajan más a tiempo parcial (o a tiempo completo pero sin complementos extras por cargos de responsabilidad).
Si nos vamos a Noruega, el país más igualitario del mundo, sorprende que sigan existiendo oficios “masculinos”, por lo que es mayoritario el número de hombres torneros, gruístas, arquitectos o ingenieros, por ejemplo, y oficios “femeninos”, ya que la mayoría de los enfermeros, médicos o maestros de infantil son mujeres.
De hecho, hay estudios que hablan de la existencia de una mayor brecha de género a la hora de elegir estudios en los países desarrollados que en los menos desarrollados, como si la pobreza llevara a las mujeres a decantarse por profesiones masculinas –mejor remuneradas–, ya sean la informática o las matemáticas, como sucede en la India. Sin embargo, en condiciones de bienestar económico, las mujeres serían libres de elegir y optarían por profesiones “a su gusto”, más sociales, más humanas y menos tecnológicas (es decir, las peor pagadas).
Es obvio que hombres y mujeres deben tener los mismos derechos y oportunidades, pero también parece obvio que hombres y mujeres presentan gustos, inquietudes o formas de actuar, en ocasiones, diferentes (y subrayo lo de «en ocasiones», porque no es bueno generalizar).
El papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica Mulieris Dignitatem (1988), ensalza el carácter distintivo de la mujer como un ser especialmente sensible ante las cuestiones sociales, ante las personas que las rodean y, en definitiva, ante la familia.
Medidas laborales como la flexibilización de los horarios pueden coadyuvar a mejorar la situación actual de la mujer española y nuestra vida familiar en su conjunto
El reparto de las tareas domésticas sigue determinando una diferente disposición hacia el mercado laboral y condiciona la demanda y la oferta de trabajo desde una perspectiva de género. El Informe Mujeres y Hombres en España (2013) del Instituto Nacional de Estadística precisa que “Las tasas de empleo de las mujeres de 25 a 49 años con hijos menores de 12 años son menores a las tasas de empleo de las mujeres de la misma edad sin hijos» (…)
En el caso de los hombres, sucede lo contrario: las tasas de empleo de los varones de 25 a 49 años con hijos son superiores a las de los varones de la misma edad sin hijos.
El citado estudio señala ciertos factores que determinan las diferencias salariales: la edad (por la menor experiencia laboral de los jóvenes), el nivel educativo (son mejor pagadas las personas con estudios superiores) o el tipo de actividad económica (al estar más remunerados unos sectores que otros).
A todo ello hay que sumar un factor añadido, lo que los expertos llaman el “fin del tiempo de trabajo”. Como las jornadas laborales actuales exigen mucho más tiempo del oficialmente delimitado, se pide al trabajador que sea flexible y esté permanentemente disponible (ya sea vía mail, teléfono o físicamente, incluso, en la oficina).
El trabajador de referencia ha dejado de ser el «trabajador estable» para ser sustituido por el «trabajador flexible». Y la realidad es que no son muchas las mujeres que pueden dar esa disponibilidad a las empresas, porque siguen siendo ellas las que tienen que hacerse cargo de los hijos o del hogar, cuando, en teoría, ha terminado su jornada laboral.
Los datos corroboran que las mujeres dedican el triple de horas a las tareas del hogar que los hombres. Y es que ser mujer hoy sigue siendo difícil.
Estas diferencias no pueden ser superadas solo mediante leyes de igualdad o políticas laborales, ya que entroncan con cuestiones culturales y sociológicas muy profundas. Las fronteras entre hombres y mujeres se mantienen en lo laboral porque se mantienen en lo doméstico.
Ahí es donde hay que comenzar a trabajar: en la educación sobre la conciliación, en la corresponsabilidad en el cuidado del hogar, de los hijos, de los mayores o dependientes a cargo de la unidad familiar. Se trata de una tarea a largo plazo, que comienza con el ejemplo en casa para que nuestros pequeños vean que papá y mamá distribuyen las obligaciones domésticas de forma natural, sin que el reparto suponga una pelea constante.
A corto plazo, también hay soluciones posibles: medidas laborales como la flexibilización de los horarios pueden coadyuvar a mejorar la situación actual de la mujer española y nuestra vida familiar en su conjunto.
Busquemos, por tanto, alcanzar un gran pacto nacional de racionalización de los horarios. Un reloj más femenino y familiar.
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