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Nacional

El TC desguaza una pieza esencial del ‘procés’, que ya camina hacia elecciones autonómicas

Manuel Martínez Sospedra | 18 de mayo de 2017

Nacional

Y Torra cogió su fusil… amarillo La inevitable refundación del centro-derecha La manifestación independentista o la demostración de la locura separatista El interrogatorio a Trapero evidencia el delito de sedición Cuando Trump encontró a Kim… y no pasó (casi) nada Franco enterrará a Sánchez: la inhumación en El Pardo es el enésimo engaño

El soberanismo catalán sigue empeñado en la construcción de una idea nacional que no tiene ningún soporte. A pesar de los intentos continuos de saltarse la ley, las sentencias del Constitucional dejan claro que el único destino del camino independentista es el fracaso y el adelanto electoral. 

La muy reciente doble sentencia del Tribunal Constitucional sobre temas relacionados con el procés (la referente a la anterior Ley de Consultas y la dedicada al Comisionado) han venido a confirmar una línea jurisprudencial que cuenta ya con antecedentes más que sobrados. Volvemos a leer que la nuestra no es una “democracia militante” que exija adhesión positiva a la Constitución, que resulta constitucionalmente legitimo sostener posiciones políticas contrarias a la Constitución, comprendiendo sus propios fundamentos; que, por ello, lo es pretender conseguir objetivos que, a la fecha, son inconstitucionales, pero que para hacerlo con eficacia es preciso seguir las normas y procedimientos que la propia Constitución prevé tanto para su reforma como para su sustitución, para iniciar lo cual la Generalitat de Cataluña está constitucionalmente habilitada. Salirse de ese camino lleva a la inconstitucionalidad, con las consecuencias de rigor.

Hartazgo frente al desafío soberanista

independentismo catalánLas últimas encuestas muestran cómo el «no» a la independencia gana peso en la sociedad catalana. Los casos de corrupción y el continuo desafío al Estado cansan a la ciudadanía. 

Del mismo modo se nos agrega ahora que, si bien la Generalitat puede dotarse de los órganos que tenga a bien, tales órganos deben estar diseñados y establecidos para ejercer las competencias propias de la misma Generalitat; por ello, la creación de un órgano al que se asignan funciones que exceden la esfera de competencia de la propia Generalitat deviene inconstitucional por exceso de competencia. Así, si la Seguridad Social es competencia del Estado, crear un órgano que prepare, entre otras cosas, una seguridad social autonómica supone invadir la esfera de competencia constitucionalmente reservada al Estado mismo. En román paladino: no cabe la constitucionalidad del establecimiento de las “estructuras de Estado”.

Que en las recientes sentencias del Constitucional apenas haya novedad reseñable no impide señalar que su impacto político sí va a ser considerable, porque vienen a desguazar una pieza esencial del procés: crear mediante la legislación autonómica las organizaciones de las que la Generalitat no dispone y que, sin embargo, son necesarias para la existencia y viabilidad de una eventual República Catalana, al efecto de procurar una transición suave hacia la independencia. Que ese diseño no era factible ya se sabía y que no lo era por las mismas razones que hacen imposible el famoso “referéndum de autodeterminación legal y vinculante pactado con el Estado” es algo que lleva tiempo siendo claro. Lo que no está tan claro es el porqué de la insistencia en una estrategia que se sabe inviable y abocada al fracaso.

La construcción de una «nación política»

Cuestiones tácticas y de oportunidad aparte, tengo para mí que aquí aparece una de las fisuras que desde siempre han existido en el seno del discurso nacionalista. Mas allá de las frases tópicas (Espanya ens roba), el discurso nacionalista siempre ha tenido un problema de base: afirmada la naturaleza nacional de Catalunya -naturaleza nacional que se entiende no en términos de “nación cultural”, sino en términos de “nación política”, como tal sujeto político propio, cuerpo político por sí mismo, titular de la soberanía (que esa es la razón primaria del rechazo nacionalista a la sentencia del Constitucional de 2010 sobre el Estatuto, porque esta reconoce a Cataluña como nación cultural, pero la niega como totalidad política en sí misma, como “nación política”)-, lo que queda de esa escisión imaginada podría definirse como otra nación, en el caso de España, de tal modo que “España” sería una nación integrada por España sin Cataluña. Sin embargo no es así, no solo ni principalmente porque esa “España” parcial tiene en su seno otras naciones y no es, por tanto, una nación en sí misma.

Patxi López: "Pedro, ¿sabes qué es una nación?" https://t.co/ZVF3kNs6yq #DebatePSOE pic.twitter.com/kBEI7P573P

— EL PAÍS (@el_pais) May 15, 2017

La conclusión que se extrae y permea del discurso nacionalista es que no existe una nación llamada España, no hay tal cosa, lo que oprime a Cataluña y le cierra el acceso a su plenitud nacional no es otra nación, España, es un Estado, el español. Si se entiende esto, se entiende sin dificultad la peculiar importancia ideológica que tiene la erección de las “estructuras de Estado” y por qué se las denomina así.

Ahora bien, la negación de la realidad nacional de España (se entienda como se entienda) ciega al nacionalismo ante tres realidades que no debería desconocer si desea tener éxito: la primera de ellas es que para los no catalanes y, cuanto menos, la mitad de los catalanes, España es una nación y no meramente un aparato estatal al que están (estamos) sometidos. Ello conlleva la minusvaloración de otra realidad: esa España tiene los recursos simbólicos, emocionales, identitarios, etc. que se corresponden con cualquier realidad nacional y, por tanto, pueden ser tan fuertes -y legítimos- como los propios; finalmente, que el deslizamiento desde una concepción cívica de la catalanidad hacia una concepción étnico-lingüística de la misma excluye la posibilidad de integración en el proyecto nacional-catalán de buena parte de la Cataluña realmente existente.

La telaraña de los Pujol

pujolCarlos Cuesta analiza las novedades en torno a la trama de corrupción que gira sobre la familia Pujol y denuncia las facilidades públicas que han tenido durante todos estos años. 

Sin más salidas que el fracaso

El nacionalismo podría haber hecho caso de aquellos que sostienen que el problema catalán se define por la competencia entre dos proyectos de construcción nacional -español y catalán-, ambos parcialmente exitosos y parcialmente incompletos, pero para ello habría tenido que aceptar que el Estado español no es un mero aparato político-administrativo, sino la expresión organizada, si bien imperfecta, de otra nación in fieri con la que se identifica, en mayor o menor medida, una parte mayoritaria de los catalanes realmente existentes.

Como desconocer la realidad no es una buena idea, no debe extrañar que aquella parte de la élite catalana de inspiración nacionalista que estimó entre 2010 y 2012 que “el Estado está débil” -y ello abre una ventana de oportunidad para contar con un Estado propio (y no federado, ciertamente)- haya impulsado una aventura que los hechos demuestran, día sí y día también, que no tiene otra salida que el fracaso. A la vuelta, elecciones autonómicas, lo que significa el retorno a la autonomía. Ya lo ha verbalizado algún dirigente del PDem.Cat. Y no por casualidad, claro.

Imagen de portada: El expresidente de la Generalitat ofrece una rueda de prensa junto a una de las urnas utilizadas por los independentistas para su consulta ilegal | Agencia EFE
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