Hay jinetes de luz en la hora oscura
María Dolores Algora | 28 de septiembre de 2017
El anuncio de la disolución del Comité Administrativo que gobierna la Franja de Gaza no deja de ser una noticia esperanzadora detrás de la cual se acumulan suficientes desafíos como para no darla por hecho ni suponer un camino fácil a corto plazo.
Desde que, en 1991, la Conferencia para Paz de Oriente Próximo de Madrid diera lugar a los Acuerdos de Oslo, que inauguraron un proceso de conciliación en aquella región, en demasiadas ocasiones se han sucedido acontecimientos que han puesto en entredicho no solo lo acordado sino, además, la pervivencia del espíritu que allí se fraguó.
En las más de dos décadas transcurridas, en ese contexto de desencuentros políticos entre la Autoridad Nacional Palestina (ANP) y los sucesivos gobiernos israelíes, de conflictos y de crisis humanitarias, para entender la situación actual hay que referirse a dos circunstancias clave. La primera de ellas fueron las tensiones internas entre palestinos, fruto de la prolongación de la ocupación israelí de los Territorios de Cisjordania y Jerusalén Este, la expansión de los asentamientos y la política de retorno de los refugiados. Todo ello desembocó en unas luchas fratricidas que terminaron en la división ocurrida desde 2007, cuando el líder de Hamas y primer ministro Ismail Haniya decidió desligarse de la política de Mahmud Abas, presidente de la ANP.
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— RT en Español (@ActualidadRT) September 20, 2017
La segunda circunstancia inevitable fue la Primavera Árabe, que alteró todos los parámetros regionales. Su impacto inmediato ha sido la marginación de la causa palestina, al ser desplazada de las agendas internacionales. Sin embargo, los efectos de estas revueltas en la dinámica interna palestina han dado lugar a nuevas situaciones que han favorecido el acercamiento entre Hamas y al-Fatah. Si bien el movimiento palestino islamista pasó por sus momentos de fortalecimiento, al amparo del ascenso de los Hermanos Musulmanes en Egipto y el apoyo de Catar, ese respaldo se ha evaporado, dando lugar a una situación de debilidad al ser considerado movimiento terrorista, que no solo ha sido aprovechada militarmente por Israel, sino que ha invertido a su vez la política de la autoridad palestina.
El Ejecutivo de Abas ha ejercido una presión inusitada sobre las autoridades de Gaza, al darles vía expedita para que asumieran sus plenas responsabilidades en el ejercicio de su poder, lo cual ha resultado inviable. Se ha terminado por traducir, por un lado, en el corte del suministro de electricidad, argumentando la ANP la falta de control en la distribución energética, y por otro, en la interrupción del pago de los salarios de los funcionarios. Estas circunstancias han llevado a la Franja a una situación de asedio que ha impulsado la capitulación de los responsables de Hamas. En 2011 y en 2014, ya se asistió a situaciones similares que no lograron alcanzar la reconciliación.
Sin embargo, en 2017, pudiera considerarse el momento idóneo. La Primavera Árabe, a la postre, ha terminado por convencer a los líderes políticos de que, si no se toman las medidas adecuadas hacia la unidad y democratización palestina, el contexto regional pondrá en bandeja la posibilidad de que sean otros poderes los que tomen las riendas políticas para evitar una expansión de la inestabilidad en Oriente Próximo. Este convencimiento ha dado prioridad a los sectores moderados en ambos lados. A lo que se suma que Hamas ya no puede resistir más la situación humanitaria y el aislamiento que ha generado su política en Gaza. Esto ha despertado una sensibilidad política importante por lo que sucede en las calles palestinas.
Este contexto, que parece el adecuado, está salpicado de dificultades. En cuanto a las internas palestinas, Hamas tendrá que dar garantías de su disposición democrática de cara a la Organización para la Liberación Palestina, en el seno de la cual sigue contando con detractores, a pesar de que parece haber abandonado sus condicionamientos y pretensiones de radicalización. Ya no se trata solo de aceptar la política de “Dos Estados”, sino también de desvanecer los recelos de quienes ven factible que en unas futuras elecciones presidenciales, Jaled Meshal, o en unas generales sea este movimiento el que nuevamente se haga con el control del Parlamento palestino, como ya ocurrió en las últimas celebradas en 2006. La parte positiva es la buena sintonía existente entre Jaled Meshal y Mahmud Abas en el objetivo de la unidad del Estado Palestino, sin olvidar que el actual presidente seguramente no volverá a presentar su candidatura por parte de al-Fatah, si se llegase a cumplir el objetivo de convocar nuevas elecciones.
Por otro lado, en Oriente Próximo es imperiosa la necesidad de la mediación internacional. El presidente al-Sisi está dispuesto a recuperar la diplomacia de Egipto en la región, evidentemente favoreciendo el fortalecimiento de la ANP y el debilitamiento de los lazos entre Hamas y los Hermanos Musulmanes. También se ha posicionado como mediador en el conflicto sirio, que igualmente tiene ramificaciones hacia el palestino a través de los vínculos entre Hezbollah y Hamas. Las diferencias entre Catar y el resto de los países del Golfo no son de interés para los palestinos.
La Unión Europea podría desempeñar un papel mucho más activo en la reconciliación palestina, pero solo si eso fuese admitido por Israel que, por su parte, se afianza cada vez más en su política de un “Único Estado”, a pesar del rechazo internacional. Llegado a este punto, quizás la clave, una vez más, esté en Estados Unidos. Nada apunta a que Donald Trump vaya a perjudicar un ápice los anhelos de Netanyahu, pero en breve se entrevistará en Nueva York con Mahmud Abas. Aunque sea prematuro aventurar hacia dónde irá esta vía, al menos valga considerar el interés del presidente norteamericano por reactivar de nuevo el proceso de paz.