Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Colmenarejo | 08 de junio de 2018
Los 40 años de Mariano Rajoy en la vida política resultan un hecho singular. No hay muchos que le puedan igualar. Desde concejal a presidente del Gobierno, ha pasado por todos los escalones y escalafones de la vida pública. Coinciden las cuatro décadas con la Constitución. El presidente saliente tiene toda su hoja de servicios llena de puestos de mando en la democracia del 78. De abajo arriba y sin excepciones de niveles administrativos. Conoce la España municipal y de las diputaciones, la descentralización autonómica desde los dos lados y, por supuesto, ha recorrido varios ministerios sin que pareciera extraña su presencia. Ni más, ni menos.
Durante más de 30 años he servido al @PPopular en distintos cargos e instituciones, por ninguno he peleado para desplazar a nadie y he cumplido siempre con mi deber. Ha llegado el momento de poner punto y final a esta etapa. Es lo mejor para mí, para el PP y para España. pic.twitter.com/Swi5Oj2bLt
— Mariano Rajoy Brey (@marianorajoy) June 5, 2018
Eso sí, ni brilla ni es bonito en cuanto al glamur que a otros les sobra. Rajoy no venía de ningún otro sitio más que de su casa. Siempre ha sido un conservador de manual en el sentido de la palabra, que lo hace socialdemócrata por la vía de los hechos. El origen del Partido Popular (PP) y de Rajoy está en Alianza Popular, que, aunque formada por un sector del régimen anterior, se va nutriendo con el paso de los años de jóvenes generaciones de políticos que alcanzan la cima llegando al Gobierno de España en 1996. Tal vez ese pecado original es el que persigue al PP. Hay amplios sectores de la izquierda que siguen demostrando que cuando la derecha está en el poder es una anomalía y que, por lo tanto, hay que despedirles con cajas destempladas, lo que ha vuelto a suceder con la censura de la minoría absoluta.
Ha sido un honor ser presidente del Gobierno y dejar una España mejor de la que encontré. Gracias a todos, y de manera muy especial a los españoles y al @PPopular.
— Mariano Rajoy Brey (@marianorajoy) June 1, 2018
Suerte a todos por el bien de España. pic.twitter.com/8bLRIiFOa1
Rajoy ha alcanzado todas sus metas sin hacer ruido. En su discurso de despedida el martes 5 de junio en la calle Génova de Madrid hizo un elogio de la quietud, de la suya. El estatismo es una virtud que si se sabe manejar es la única receta posible para aguantar tanto tiempo en el mismo sitio y sin que pase nada. Bien es cierto que el día que no te das cuenta del movimiento a tu alrededor te quedas fuera y sin silla. Y es lo que le sucedió el 24 de mayo cuando la sentencia del caso Gürtel fue el juicio final del marianismo. Rajoy pensó que escamparía, como de costumbre en su biografía, pero sin que él lo viera la tormenta se desató. El PSOE echó humo la noche del penúltimo jueves de mayo. Y a algunos, como al portavoz del PSOE, Óscar Puente, no le dio tiempo ni a llegar desde Valladolid a Madrid antes de que se confirmara la presentación de la moción de censura. Rajoy quedó atado de pies y manos al PNV. Le falló el instinto de supervivencia que le ha resuelto todos los problemas y le ha guiado durante esos 40 años de servicio público. El reloj se petrificó hasta el punto de llegar a un desenlace que nunca estuvo en la cabeza del entonces presidente del Gobierno hasta la misma semana de la moción de censura. El lunes 28 en Moncloa se tenía claro que el final era posible y no un rumor.
El caso Gürtel ha acabado con el Gobierno de Rajoy a pesar de ser engendrado en la etapa de José María Aznar, en las entrañas del PP. Es evidente que el PP no era Gürtel pero sí que Gürtel era el PP. Luis Bárcenas es la condena que ha ido atada al pie de Rajoy desde que estalló el escándalo del tesorero nombrado por Rajoy como tal en 2009. Ese eslabón ha sido corrosivo con el paso del tiempo y ha perjudicado una trayectoria que acumula servicios a España, como evitar el rescate de la Unión Europea o defender la legalidad frente al golpe independentista. La quietud de Rajoy se echará de menos cuando se reproduzca un episodio de grandes dimensiones.
Si por algo se distinguen los años de Gobierno de Rajoy es por su obsesión por la gestión económica. Deja los embalses del Estado, los de agua también, llenos y repletos. La cuenta limpia y clara. Pero no le ha servido para obtener más votos como en el año 2000. Al vaciar de ideología al PP lo ha convertido en un partido de usar y tirar. Si la economía funciona, lo mejor es que vuelva el PSOE a gastar, que lo hace mejor. Ese mecanismo se acaba de activar otra vez con la formación de un Gobierno con minoría absoluta. Es la primera vez en la historia de la democracia del 78 que se forma un Gobierno para ganar las elecciones y no al revés. Primero, la victoria en las urnas y, después, La Moncloa. Rajoy abandona el PP procurando que no estalle por dentro. Será su último acto. El futuro lo pondrá en su sitio, como a todos. También a aquellos que han llegado al poder con el atajo de una insólita emboscada parlamentaria.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.