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Cataluña

Rajoy ganará el órdago independentista del 1 de Octubre, otra cosa es qué pasará después

Juan Pablo Colmenarejo | 26 de septiembre de 2017

Cataluña

El 155 lo quieren españoles orgullosos de vivir en una potencia mundial, democrática y justa Cataluña, una prueba para Sánchez . Pactar con Rajoy para intentar llegar a La Moncloa Una explicación sobre el procedimiento del artículo 155 y su trámite de aplicación tan lento El totalitarismo catalán . Expulsar a los que no comulguen con el procés ni con su voluntad El punto débil de la ejecución del artículo 155: la evolución política del PSOE de Pedro Sánchez Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, a prisión por agitar a las masas contra el Estado de derecho

El Estado ganará el pulso a la Generalitat, no puede ser de otra forma. El problema son aquellos jóvenes que en este momento escriben pancartas y se manifiestan a favor de una república socialista y feminista se harán mayores dentro de poco tiempo.

Aunque la coyuntura es lo urgente, conviene poner por delante una fecha de la historia para dar mucho más valor a lo que la democracia reinstaurada en España en 1977 ha hecho por solventar cuestiones que se presentaban como imposibles después de la dictadura franquista. Han pasado ya cuarenta años de los cuarenta años de Franco, pero todavía se usa el período como reproche político en una contienda en la que algunos caen por ello, sin saberlo, en el ridículo. Se van a cumplir cuatro décadas de la puesta en marcha de la Generalitat de Cataluña, tras su supresión después de la Guerra Civil, de 1936 a 1939. El pacto entre el presidente Suárez y el representante del último gobierno regional catalán, Josep Tarradellas, permitió, el 29 de septiembre de 1977, restablecer la Generalitat antes de la aprobación de la propia Constitución.

El detalle no es menor porque, tras las elecciones del 15 de junio de ese año, no estaba claro que el mandato de los electos fuera la redacción de una Carta Magna que ahora se pretende reformar sin tener nada claro el objetivo. La democracia española empezó antes por las heridas, porque era su deber y, en el fondo, una obligación. La tarea de creación de un nuevo régimen después del poder absoluto y personal de Franco fue titánica. Los independentistas se olvidan de que la Generalitat es anterior a la aprobación de la Constitución cuando, como parte de la izquierda en general, esparcen la falacia de que la Transición estuvo tutelada por los militares. No es cierto y conviene recordar lo obvio en estos tiempos de manipulación, lema y propaganda. La democracia española trató, desde el principio, de abordar los problemas pendientes con la mayor de las urgencias.

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Tarradellas regresó a España para que Cataluña fuera España y, por extensión, Europa. No quería rancho aparte ni, por supuesto, una Cataluña enfrentada al resto de España. Los nacionalistas moderados, o tácticamente pragmáticos, apoyaron la Constitución, empezando por Pujol, pensando que el grado de autonomía que podían alcanzar era impensable con respecto a la Segunda República. De hecho, rechazaron el modelo de financiación de los fueros vascos y navarros porque lo consideraban menos útil para conseguir tajadas del presupuesto del Estado. Fue en 1993 cuando, tras las mayorías absolutas del PSOE, se abrió la caja de los truenos de más transferencias a cambio de votos en el Congreso para sostener a los gobiernos. El último gobierno de Felipe González y la primera legislatura de José María Aznar marcan el comienzo de la etapa cuyo desenlace estamos viviendo en estas horas.

La cesión de la recaudación del IRPF -empieza González y continúa Aznar- más la inmersión lingüística, inconstitucional en letra y espíritu, como uno de los precios para que el PP forme gobierno en 1996, son los primeros peldaños de la escalera que estamos a punto de culminar con el referéndum ilegal del 1 de octubre. El modelo educativo, contrario al natural y enriquecedor bilingüismo, se convierte en un sistema aplanador de cualquier atisbo, no solo de España, sino, como estamos viendo, de la democracia. La utilización de los menores en los colegios para fomentar el voto en el referéndum ilegal no es más que la perversión que culmina veinte años de inmersión y cuarenta de proceso silencioso de independencia. La buena fe y el ejercicio de reconciliación hecho por dos políticos de Estado como Suárez y Tarradellas ha quedado en nada. Hay odio a España e incluso un supremacismo que dota al independentismo de un aire mucho más peligroso de lo que parece. “Charnego” era el sustantivo utilizado para aquellas personas no nacidas en Cataluña y que, en la segunda parte del franquismo y en los comienzos de la democracia, buscaron el pan en una tierra con muchas posibilidades a pesar de todo. Eran los españoles del sur que buscaban la prosperidad en el norte, más rico y con mayores ventajas, dada su cercanía natural a Francia y la Europa desarrollada.

Los herederos de un futuro nuevo órdago independentista

Aquella estigmatización no era baladí, sino el comienzo de un sistema de inmersión silencioso que se completa al comienzo del nuevo siglo con el rechazo a la inmigración de habla hispana procedente de América. La política nacionalista catalana optó por dar facilidades a los que venían de Marruecos y dificultades a los procedentes de Ecuador. El drama de España es Cataluña, tras haber superado el plomo del terrorista etarra en el País Vasco, donde el componente xenófobo saltaba también a la vista, envuelto en la sangre derramada por las víctimas. El proceso catalán tiene 40 años, los mismos que una democracia española que tendrá que seguir adelante sin perder su esencia. El Gobierno de Rajoy ha esperado y ha intentado apaciguar a unas élites que ya han sido desbordadas por un movimiento que es callejero y revolucionario en su esencia. El Estado ganará el pulso, porque no puede ser de otra manera. Pero los niños que ahora escriben pancartas a favor de una república socialista y feminista se harán mayores dentro de muy poco. La ‘conllevanza’ de Ortega ha sido superada con creces. Rajoy ganará el órdago independentista, otra cosa es la partida. No está en su mano, ni tampoco es su culpa. Es de todos.

Imagen de portada: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante una intervención en el Congreso de los Diputados. | congreso.es
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Carlos Cuesta

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