Tras dos referéndums fallidos, el líder del Partido Quebequés, ya dimitido, prometió posponer una nueva consulta. Pero sus votantes han decidido darle la espalda y abandonar el proceso que el independentismo catalán tenía como referencia.
“Por fin los quebequeses hemos acabado con un debate que nos ha dividido durante más de cincuenta años”. Así se expresaba respecto del independentismo François Legault, líder de Futuro de Quebec (CFQ), la coalición conservadora que ha infligido una estrepitosa derrota al nacionalista Partido Quebequés (PQ), al que por primera vez en casi medio siglo ha dejado con solo nueve escaños en la Asamblea Nacional y, por tanto, sin poder formar siquiera grupo parlamentario propio. Ni siquiera su líder, Jean-François Lissé, ha conseguido escaño, como tampoco varios de los antiguos ministros nacionalistas que gobernaron la provincia en cinco legislaturas.
Desde que irrumpieran en escena en 1968, coincidiendo con las protestas surgidas en Berkeley y pronto extendidas a París y otras capitales europeas, los separatistas de Quebec no han cesado de preconizar la creación de un Estado francófono propio desgajado de Canadá, movimiento que llegó a gozar del apoyo más que explícito del presidente francés Charles de Gaulle. En ellos se han inspirado muchos otros movimientos separatistas y grupos nacionalistas, especialmente los catalanes, que siempre lo han buscado como referencia y un espejo en el que mirarse para su propio procés.
El 1 de octubre ganó las elecciones de #Quebec un partido cuyo programa recoge no celebrar nunca más referendos de autodeterminación. Las formaciones independentistas han quedado en tercer y cuarto lugar. El partido quebequés ha obtenido sus peores resultados.
— Josep Borrell Fontelles (@JosepBorrellF) October 3, 2018
Llegaron al poder regional en 1976 y en 1980 lanzaron el primer referéndum, que perdieron de manera aplastante: 40,44%, frente al 59,56% de quienes se mostraron a favor de seguir formando parte de Canadá. Pero, como todos los que insisten en celebrar consultas de autodeterminación basadas en la convicción de que si ganan tan solo una vez el resultado será irreversible, convocaron un segundo referéndum en 1995. Volvieron a perder, aunque muy ajustadamente: 49,93%, frente al 50,57% (apenas 54.000 votos). Fue el aldabonazo que propició la denominada Ley de Claridad, que establece las condiciones para la celebración de estas consultas en Canadá y, sobre todo, donde también se deja la puerta abierta a que, si hubiere una escisión de la provincia, los partidarios de seguir en Canadá también pudieran separarse a su vez de Quebec.
La mera posibilidad de que los unionistas quebequeses crearan también su propio Estado escindido de Quebec, y unido a Canadá, tras una hipotética independencia, ha calmado muchos espíritus revolucionarios. En primer lugar, en el mundo empresarial. Grandes corporaciones y buena parte del sector financiero decidieron emigrar de Montreal a Toronto en cuanto arreció la presión secesionista en la última década del pasado siglo. Desde entonces apenas ha vuelto una exigua minoría a la que fuera principal centro económico de Canadá, hoy claramente desbordado por la potencia económica de Ottawa y Toronto, sin contar con la explosiva Vancouver, que lucha por la primacía en el Pacífico, al otro lado del país.
Estados Unidos y su hostilidad contra el separatismo de Quebec
Consciente de la debacle electoral que se le avecinaba, el líder –ya dimitido- del PQ, Jean-François Lissé, prometió posponer una nueva convocatoria por la independencia, la tercera, al menos hasta 2022. A la vista de los resultados, está claro que los votantes le han dado la espalda.
Han pasado ya veintitrés años desde el segundo referéndum y también se ha alterado notablemente el contexto geopolítico. El gran vecino de Canadá, Estados Unidos, fue siempre hostil al separatismo quebequés, pero además ha crecido de manera exponencial en lo que va de siglo XXI la interrelación entre los dos países. Donald Trump ha impuesto un nuevo tratado comercial en toda América del Norte, que Justin Trudeau, el primer ministro canadiense, no ha tenido más remedio que aceptar. Y es que las cifras son inapelables: el 75% de las exportaciones de Canadá tiene como destino Estados Unidos. Solo el 8% de esas exportaciones cruza el Atlántico hacia la Unión Europea, satisfecha, por otra parte, del acuerdo comercial suscrito entre ambos. Un tratado al que, por cierto, aún se sigue oponiendo en Europa el populismo de izquierdas.
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