Hay jinetes de luz en la hora oscura
Carlos Cuesta | 02 de octubre de 2018
No es una cuestión puntual. No se trata de un error de estrategia o de un problema de comunicación colateral. Son los problemas del Gobierno Sánchez y uno en concreto: el de la llegada a los más altos cargos de la política y, consiguientemente, de la Administración, de personas sin la más mínima capacitación para nada más que para sobrevivir a golpe de codazo. Y ese es el caso de Pedro Sánchez. Una persona capaz de fotografiarse por la mañana con una bandera gigante de España y reunirse por la tarde con quienes desafían la esencia pura de esa bandera, nación y Constitución. Una persona sumergida en un relativismo tan absoluto que es capaz de negociar lo que sea con tal de sobrevivir en el poder, aunque ello destroce a todos los habitantes de un país y, especialmente, a sus propios votantes. Una persona que cree que todos los acuerdos nocivos para España que cierra y los problemas del Gobierno Sánchez deben ser camuflados bajo todo un festival de bombas de humo de forma que el votante quede despistado tras una inmensa cortina de selfis. Porque todo vale, con tal de gobernar.
📽 @pablocasado_ en el #EPPSummit 👉 «No se puede permitir que se tumbe la soberanía nacional, representada también en el Senado». El gobierno de Sánchez actúa con autoritarismo, dándole igual la ley y las instituciones. pic.twitter.com/SMFUS2Ui4o
— Partido Popular 🇪🇸 (@PPopular) 19 de septiembre de 2018
Se lo hemos visto hacer en innumerables ocasiones en los escasos cuatro meses de poder que suma Sánchez.
Lo ha hecho recientemente tras los dos últimos escándalos surgidos en su Ejecutivo: el de Dolores Delgado (ministra de Justicia) y el de Pedro Duque (ministro de Ciencia).
Tras aparecer las cintas que confirman que, efectivamente, ella formaba parte del núcleo de relaciones muy cercanas del comisario Villarejo, que, efectivamente, fue capaz de omitir su deber de perseguir delitos de máxima gravedad y que, efectivamente, mintió cuando afirmó que no tenía trato con Villarejo; tras todo eso, el Gobierno dijo que no pensaba aceptar la agenda marcada por unos corruptos chantajistas. Porque, según Sánchez, lo importante no eran las barbaridades confirmadas de Delgado, sino las que cometían el resto de sus amigos.
Lo ha hecho con Pedro Duque, que, tras destaparse que tenía una sociedad interpuesta para rebajar la tributación de sus viviendas habitual y de vacaciones, lejos de forzar su dimisión, lo ha apuntalado. Y lo ha hecho porque, según Sánchez, el problema es la “cacería de la prensa”. Porque nada mejor que inventarse un supuesto enemigo para escapar a su deber político de responsabilizarse de sus escándalos.
Lo ha hecho tras activar las comisiones bilaterales con el presidente de la Generalitat, Quim Torra. Oficializó desde La Moncloa, y en plena visita del separatista y rupturista confeso Torra, un sistema de doble negociación para el reparto de competencias y fondos de financiación con todas las regiones. Un sistema basado en que primero se habla con Cataluña y luego se sirve al resto lo acordado ya previamente con la Generalitat. Y, como el trago era amargo, lo bañó en una cortina de humo: cómo no, Franco. Por eso se estuvo insistiendo sin parar en el anuncio de la exhumación de los restos de Franco. Porque hacía falta para despistar con selfis a los votantes.
Lo que no tiene enmienda. Sánchez se la juega con su decisión sobre el independentismo
Frontex avisó desde Bruselas de la oleada de inmigrantes ilegales que ya llegaba y llegaría aún más a España. Y, de nuevo, la maquinaria de irresponsabilidad de Moncloa decidió adelantarse a los acontecimientos con una imagen. O miles. Las tomadas tras la autorización del desembarco del Aquarius. Acto seguido, eso sí, pagamos todos el festival de instantáneas: Alemania nos obligó a asumir los inmigrantes rechazados por ellos.
Bruselas empezó a avisar de la necesidad de un ajuste de 7.500 millones de euros en los Presupuestos españoles. Todo ello mientras el Gobierno no dejaba de avanzar partidas de gasto. Moncloa hizo como que no oía. Y volvió con sus globos sonda: un impuesto al diésel, otro a la banca, otro para las rentas altas, más cotizaciones, tributos ecológicos… Ninguno de esos globos sonda ha prosperado. Pero, pese a no salir adelante, ya han provocado un dañino impacto: la espantada de inversores de España.
Podemos y ERC anunciaron después que, o había medidas de gasto sin límite y castigos fiscales a las rentas medias y medias altas, o no apoyarían los Presupuestos. ¿Y cómo reaccionó el Gobierno? Anunciando que vulnerarían los sistemas de control del gasto a través de una enmienda en una norma de violencia de género para sortear al Senado en pleno. Todo un alarde de osadía que, sin embargo, ya ha sido tumbado por su evidente fraude. ¿Sirvió para algo el alarde? Solo para una cosa: para sacarse unas fotos con Podemos y demostrar que hacen lo posible por gastar más y saltarse los controles que se pactaron en su momento con Bruselas. Para eso y para asustar a la UE y a los inversores internacionales, que ven con espanto las locuras de un Ejecutivo perdido y obsesionado por tapar los problemas del Gobierno Sánchez bajo campañas de imagen.
Un Gobierno selfi y de cartón piedra que puede caer fruto de sus errores antes de lo que ellos creen.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.