Hay jinetes de luz en la hora oscura
Francisco Javier Carrillo Montesinos | 30 de marzo de 2017
El Mayo del 68 en Francia me sorprendió en París, haciendo un Máster en Sociología en la Sorbona. Una “rebelión estudiantil”, cuyo detonador se encontraba en la Universidad de Nanterre-París, llegó a paralizar todo el país. Un brillante estudiante, Daniel Cohn-Bendit, fue su cabeza visible (hasta hace poco tiempo, presidió el grupo de Los Verdes en el Parlamento Europeo). A él se unieron dos altos y muy jóvenes funcionarios franceses: Alain Geismar, de la prestigiosa École des Mines, y Jacques Sauvageot.
El contexto de aquellos años era muy diferente al actual. La sociedad francesa estaba dirigida por “normas” muy rígidas, creadas por una Administración muy centralista y en exceso burocratizada. Un destacado sociólogo liberal, Michel Crozier, acababa de escribir un libro con un título premonitorio: La sociedad bloqueada. Un sistema potente de partidos políticos, sindicatos y patronal gobernaba el aparente equilibrio de una Francia que fue petrificada, durante un mes, por un “movimiento estudiantil” que llegó a contaminar a trabajadores de fábricas, administración pública, mundo del espectáculo. Fue una “rebelión antisistema”, de carácter eminentemente anti-comunista y anti-partidos políticos. Cohn Bendit se inspiraba en teóricos de la vieja acracia rusa (no soviética, precisamente). Un revulsivo importante se añade al Mayo del 68 francés: la irrupción de la globalización que entra en contradicción con el nacionalismo francés, con sus elevadas dosis de proteccionismo y con una administración anquilosada.
Fue una “rebelión antisistema”, de carácter eminentemente anti-comunista y anti-partidos políticos. Cohn Bendit se inspiraba en teóricos de la vieja acracia rusa (no soviética, precisamente)
Los sindicatos, que en aquel entonces eran evidentes “correas de transmisión” de los partidos políticos, negociaban con la patronal, dando estabilidad al gobierno y al Estado. Contra estas macro-estructuras se rebeló un “movimiento estudiantil”. Fue el origen de los “anti-sistemas” modernos (otra cosa muy diferente eran los movimientos estudiantiles de oposición al régimen comunista en Praga, Budapest y Varsovia, así como el movimiento estudiantil de los “anticapitalistas” en la universidad americana de Berkeley, muy influido por el “black power”). El método era el “asambleísmo”; la consigna era “prohibido prohibir”; los objetivos -incluyendo una confusa solidaridad “obrerista”-, desmontar el sistema y ofrecer un confuso modelo de “sociedad sin clases ni poder”, autorregulada por un sin número de “asambleas”. El “sistema” reaccionó y se reinstaló, integrando años después incluso al dirigente estudiantil Geismar como presidente de la Agencia de Nacional de Informática, a Sauvageot en Beaux Arts y Cohn Bendit se hizo ecologista de Los Verdes. Evidentemente, doy unas referencias mínimas de síntesis. He de añadir que, con un país paralizado durante un mes, con numerosos enfrentamientos en las calles y con las universidades cerradas, solo se contabilizó un muerto por ajuste de cuentas. El prefecto (gobernador) de París actuó con suma inteligencia y fue valorado como uno de los grandes políticos franceses.
Los populismos, casi cincuenta años después, son de naturaleza distinta. Bajo una globalización, con luces pero con muchas sombras que inciden limitando y recortando la “sociedad del bienestar”, con índices de paro muy elevados, los populismos actuales, sean de derechas o de izquierdas, se definen también como “anti-sistemas”, pero con un pie en los parlamentos y otro pie en la calle. No es “obrerista”, como lo fue el francés del 68, sino socialmente transversal, apoyado sobre todo en las clases medias empobrecidas. Aspira a conquistar el poder institucional; el francés era esencialmente “ácrata”. Utilizan el “asambleísmo organizativo” para consolidarse en partido político; en el francés, no fue así.
Los populismos actuales, sean de derechas o de izquierdas, se definen también como “anti-sistemas”, pero con un pie en los parlamentos y otro pie en la calle
Si se trata de populismos de derechas, los unos se inspiran en doctrinas mussoliniana y hitleriana nacional-capitalistas; los otros, en un “capitalismo nacional” hegemónico. Si son de izquierdas, el leninismo (más que el marxismo) influye en sus formas de organización. A los populismos los sostiene una inexplicable opción “nacionalista”, poniendo en entredicho los mecanismos de integración supranacional (como podría ser la Unión Europea o los Tratados de Libre Comercio). De suyo, en economía son “proteccionistas” con tintes de “economía autárquica” y regreso a las monedas nacionales (esto está resuelto en Estados Unidos con el dólar como moneda única). Al esquematizar por razones de espacio, no cabe la posibilidad de desarrollar y de matizar los elementos del análisis aquí vertido. Los populismos nacionales con propensión “monolítica”, de suyo, no lo son. Hay fisuras condicionadas por el arco del poder en cada país y, sin duda, por la opinión de la ciudadanía. Existen corrientes en su interior que son menos “anti-sistema” que otras; menos leninistas que otras; más “realistas” que otras. Incluso en los populismos de izquierdas se da el caso de corrientes que no son “anticapitalistas” y que tienen como objetivo “regular” los excesos del capitalismo y de la globalización.
Estos criterios definen el mayor o menor grado de aceptación real de las reglas del juego democrático y de las alianzas políticas. Los populismos europeos de derechas tienen como meta la conquista del poder con objetivos programáticos de alto autoritarismo, rayano en el totalitarismo excluyente. No es el caso del nuevo populismo, según lo que conocemos de Trump, en los Estados Unidos, con fuertes ingredientes “proteccionistas”, de “desregulación financiera” y de distanciamiento de toda participación hegemónica en los mecanismos de cooperación multilateral. Puede deducirse, por lo que ya conocemos, que Trump pretende potenciar las relaciones bilaterales en un marco de relación de fuerzas a nivel mundial, en detrimento de las multilaterales. Por ello, es de prever el relanzamiento de la industria de armamentos y el retorno a la carrera armamentística, con la prioridad nuclear y de investigación inducida (que en Estados Unidos es muy importante). En lo referente a los populismos de izquierdas, desconocemos cuáles son sus objetivos y opciones de política internacional. Desconocemos, igualmente, sus posiciones de lucha contra el terrorismo, aunque sabemos que pretenden disminuir el presupuesto de las Fuerzas Armadas y de Seguridad, dato que a nivel internacional y europeo tiene mucha relevancia negativa en la coyuntura actual.