Hay jinetes de luz en la hora oscura
Manuel Martínez Sospedra | 02 de septiembre de 2017
Como es bien conocido, en la película de Ridley Scott, la pareja protagonista culmina su viaje nihilista al “despeñarse” intencionalmente con su vehículo por un precipicio. Algo semejante le está ocurriendo al secesionismo catalán. Todo el mundo sabe que no habrá plebiscito separatista el primero de octubre, entre otras muchas cosas porque no hay ni medios, ni tiempo (cuando esto se escribe faltan 34 días y no hay censo, ni administración electoral, ni urnas, ni regulación de campaña, ni…..) y porque, si se pudiera celebrar a pesar de esas carencias, el hacerlo supondría arriesgar la carrera política, el propio patrimonio e incluso la libertad personal para los responsables. La actitud de la Sra. Forcadell, presidenta del Parlament, dilatando la tramitación de la ley que debería regir la consulta es, al respecto, bien significativa. Pese a ello, y pese a que los recientes atentados de Barcelona y Cambrils han servido en bandeja al secesionismo un argumento razonable para ganar espacio y tiempo, las cosas siguen como estaban. Resulta indicado buscar el porqué, valoraciones morales aparte.
Si no me equivoco, estamos entrando ya en la fase “post-consulta” del procés, en la que la imposibilidad de celebrar un referéndum en condiciones presentables supone clausurar la fase de la política-espectáculo para dar paso a la fase de la política real: quién manda, cómo lo hace y para qué. En román paladino: la celebración de elecciones al Parlament, entre octubre y Pascua de 2018 y, como consecuencia, la formación de una mayoría y un Gobierno en la Generalitat. Ahora bien, los rectores del procés no pueden no convocar el plebiscito, pues ello les supondría costes inasumibles. Es más, los tres partidos secesionistas que forman, a fecha de hoy, la mayoría del Parlament han generado y apoyado una compleja red de organizaciones y activistas que comprende buena parte de sus bases, pero las excede, a los que se les ha asegurado que habrá consulta, que de ella saldrá un mayoría secesionista y que, como consecuencia, se producirá, en breve, el logro de la independencia con apoyo y reconocimiento internacional, que todo ello sea un sueño no empece para que sea creído. Como la inercia de esa masa creyente los arrastra, no pueden revertir el procés, no pueden abandonarlo, no pueden desviarlo y no pueden retrasar la votación (sería, al menos, la tercera vez que no se lleva el cántaro a la fuente después de haberlo proclamado). El Govern y su mayoría tienen que seguir hasta estrellarse porque, de no hacerlo, las posibilidades de formar una mayoría en las próximas elecciones desaparecerían.
La estrategia secesionista busca, por ello, que “el Estado” haga imposible la consulta con el mayor uso de la fuerza que sea posible y con el mayor número de mártires de la causa que se puedan hallar, al efecto de concurrir a las elecciones envueltos en la «senyera estelada» (una pobre imitación de la enseña cubana, por cierto) con posibilidades de ganarlas. Lo malo es que la tendencia que señalan los sondeos no es precisamente optimista. Claro que esa estrategia reposa sobre el valor entendido de que alguien tiene que ejercer de mártir y, como el martirio conlleva la inhabilitación, no parece que haya muchos voluntarios al efecto en la dirigencia secesionista. A ver, ¿aquí quién firma?
Aprobaran lo que quieran pero los que nos sentimos españoles somos mayoría en Cataluña y ganaremos. #CataluñaVotaNo #RepubliCatM4
— Cataluña es España (@catalunyavotano) August 29, 2017
Afirma el dicho popular que en los detalles habita el diablo y no cabe duda de que el presente caso lo acredita: para incluir en el orden del día tanto la ley de transitoriedad como la del plebiscito, hay que firmar; para convocar, hay que firmar; para realizar las operaciones necesarias, no solo hay que firmar, hay que disponer de bienes y dinero públicos y el que lo haga tendrá que retratarse, eso sí, con el espectro no solo de la malversación, sino también con el de la responsabilidad contable. Y todo ello para bien poco, porque una a una todas las resoluciones que se adopten al respecto, constituyan o no un ilícito penal, van a ser invalidadas. Solo alguien que admita el fin, siquiera provisional, de su carrera política puede firmar: el Sr. Puigdemont, mismamente.
En ese escenario, hay una figura interesante: la del Sr. Jonqueras, el líder de ERC, un vicepresidente que nunca firma papeles comprometedores y que lleva un tiempo buscando una fórmula que permita una mayoría «de izquierdas» en el Parlament, con él de president, naturalmente. Para ello, le sobran los alicaídos herederos de CDC y le son necesarios tanto el apoyo de Podemos como el de la convergencia de izquierdas que está gestando la Sra. Colau. La idea es formar una mayoría soberanista de izquierda bajo la bandera del “derecho a decidir”. Desde la óptica del Sr. Iglesias, ese es un escenario atractivo, porque llevaría a una crisis institucional que pondría en riesgo el odiado “régimen del 78”, al ponerse en marcha un “proceso constituyente” en Cataluña. Pero tiene, al menos, tres inconvenientes: que no está claro que los votos sean suficientes, que la mayoría del electorado de la convergencia de izquierdas de la Sra. Colau no es independentista (esto es, sí es de izquierdas) y que no libera necesariamente de la hipoteca que supone la CUP. En el ínterin, la estrategia de la presión discreta y creciente del “Estado” alimenta las tensiones internas del mundo soberanista y conduce al procés a un fracaso sobre el que planea, cada día, un poco más, la sombra del ridículo.
Si los dirigentes del procés hubieran obrado de otro modo, tal vez su gama de opciones fuere mayor, pero el hecho es que, al establecer como innegociable la consulta secesionista (que cobija in nuce el principio de la separación, precisamente por serlo) se han privado a sí mismos del espacio necesario para poder maniobrar; no les queda otra vía que la de las protagonistas de la película: acelerar en dirección al abismo. El notable error de pancartas y banderas de partido en la manifestación unitaria del sábado no es sino consecuencia de lo previamente actuado.
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