Hay jinetes de luz en la hora oscura
Charo Zarzalejos | 25 de mayo de 2017
Pedro Sánchez abandonaba el pasado septiembre la Secretaría General del PSOE, obligado por el ‘veto’ de los barones a su Gobierno y bendecido por los independentistas. Meses después, aupado por la militancia y gracias a sus votos, vuelve a ser el líder de un PSOE dividido y fracturado.
“Pedro hace apenas dos años era un folio en blanco y hoy es un líder casi construido”, aseguraba una persona de su equipo apenas horas antes de que arrollara en las primarias socialistas. Que podía ganar era algo que entraba dentro de las previsiones de muchos de sus adversarios. Lo que no estaba previsto, ni siquiera por sus más ardientes seguidores, era que la victoria fuera de tal contundencia. Con más del cincuenta por ciento de los votos de los militantes, Pedro Sánchez se ha convertido, de nuevo, en el secretario general del PSOE con más apoyo interno de todos los que ha habido.
Este triunfo se escapa a la carambola. Y es que la carambola, la casualidad fue el vector de su vida política. En 2009, llegó al Congreso de Diputados porque Solbes dimitió y, en 2013, fue Cristina Narbona quien abandonó su escaño. Antes y después, Pedro Sánchez era un diputado más. No destacó por nada especial ni su nombre apareció en “quiniela” alguna.
Le bastó un año en el Congreso de Diputados para que en 2014, alentado por algunos compañeros —“Pedro, tu puedes”, le dijeron—, diera el salto y se lanzara a competir por la Secretaría General, en pugna con Eduardo Madina y Pérez Tapias. Alfredo Pérez Rubalcaba, el último histórico en activo, había dimitido tras obtener el PSOE 110 escaños. A Susana Díaz, por aquel entonces, pensó que podía servirles: joven, sin mochila a sus espaldas, era “un soplo joven para un partido viejo”.
Y, además, aparecía en televisión, ya que Pedro Sánchez, antes de su irrupción en el Congreso de Diputados, fue tertuliano en TVE, en programas del canal 24Horas. Allí, esta periodista y él fuimos compañeros de mesa. Era un buen compañero. Defendía sus ideas con serenidad, nunca dejaba que la tensión se instalara en el debate y sus formas eran más que exquisitas. Era fácil la discrepancia y no le importaba la coincidencia.
Aquel Pedro Sánchez era todavía “un papel en blanco”. Su rostro no estaba tensionado y no había dado señal ni pista alguna de que detrás de esas buenas formas, de su sonrisa abierta, de su afabilidad, habitaba una mano de hierro y una voluntad férrea.
En realidad, estos atributos se conocieron por todos cuando, ya siendo secretario general, eliminó de un plumazo a Tomás Gómez y, más tarde, cuando hizo de “no es no” el eslogan de su posición política y, más tarde, el lema, el eslogan con el que ha logrado arrastrar tras de sí a más de la mitad de la militancia socialista.
Economista de formación, le gusta recordar que él ha estado en la lista del paro buscando trabajo. Se declara agnóstico y su mujer, Begoña Gómez, es, sin duda, su más fiel aliada. No es Pedro Sánchez un hombre al que le gusten los saraos mundanos y es escueto en su gustos y estilo de vida. Su rostro, antes relajado, ha sido un rostro tensionado hasta el domingo por la noche, en el que recuperó una sonrisa que tenía olvidada.
El pasado 1 de octubre, cuando desde Andalucía se organizó la dimisión de 17 miembros de su ejecutiva y él lanzó el órdago de un congreso exprés en el que pretendía ser revalidado para afrontar con manos libres su estrategia de pactos, se convirtió, por unos días, en “un kleenex mojado”. Era un hombre hundido. Lo había echado y a ello habían contribuido quienes aparecían como sus fieles seguidores: Antonio Hernando, César Luena, Óscar López e incluso el mismísimo Patxi López.
El futuro inmediato del socialismo español es una hoja en blanco como su propio líder lo era hace apenas tres años. Sánchez se ha llevado por delante a los barones y a los referentes históricos que parecían intocables
Durante muchos días, se sumió en un silencio profundo después de abandonar su escaño en el Congreso. No podía abstenerse ante Rajoy cuando su compromiso había sido “no es no”. El terremoto interno estaba servido. La gestora tomó las riendas de la situación. Su presidente, Javier Fernández, persona íntegra y cabal donde las haya, se propuso coser heridas, pero Fernández se encontró con un PSOE que no podía imaginar. No había heridas. Había silencio, desencuentros profundos y, desde luego, una visión errónea de lo que había supuesto a ojos de la militancia la abstención a Rajoy, previo derrocamiento del secretario general.
Y fue ahí, en los primeros meses de la legislatura, cuando empezaron los movimientos internos. El PSOE andaluz se había hecho fuerte tras la dimisión de Sánchez y Susana Díaz se convirtió en “la señora”. Sin su concurso, el 1 de octubre no hubiera existido. Y hacia ella se dirigieron las miradas de quienes querían el PSOE “de siempre”. En silencio y sin moverse de su casa, Pedro Sánchez comenzaba a deshojar la margarita, pero le costó dar el paso. El primero en hacerlo fue Patxi López. Cuando lo comunicó a la gestora, ya le advirtieron de que con su candidatura no iba a evitar “la de Pedro”. Y, efectivamente, no la evitó.
“Ahí se inició la gesta, porque esto ha sido una auténtica gesta porque no hemos tenido más que nuestros móviles, nuestros coches y las casas de militantes que se ofrecían para que Pedro pasara la noche”, relata Óscar Puente, alcalde de Valladolid. En esta gesta, Pedro Sánchez ha contado con la lealtad de Margarita Robles y de Maritxa Ladrón de Guevara, responsable de comunicación y amiga personal de Sánchez desde hace mucho tiempo.
Se le daba por muerto y, cuando anunció que iba a coger su coche para recorrer España, sus adversarios, amparados por los barones y la potente Andalucía, casi se lo tomaron a broma. No calcularon bien. Creyeron que podía cambiar el mundo pero no el PSOE
Se le daba por muerto y, cuando anunció que iba a coger su coche para recorrer España, sus adversarios, amparados por los barones y la potente Andalucía, casi se lo tomaron a broma. No calcularon bien. Creyeron que podía cambiar el mundo pero no el PSOE.
Durante la campaña, Pedro Sánchez se ha dejado la piel y el kleenex mojado del 1 de octubre reapareció de sus propias cenizas, convirtiéndose en un Lázaro de la política. El cataclismo provocado por el triunfo del derrocado todavía no se ha digerido en las filas socialistas, en las que Pedro Sánchez ha irrumpido con una fuerza que ni él podía imaginar. “Sabíamos que íbamos a ganar, pero nunca nos atrevimos a pensar que el triunfo iba a ser de esta envergadura”.
En cuestión de horas, el PSOE que hemos conocido ha dejado de existir. El futuro inmediato del socialismo español es una hoja en blanco, como su propio líder lo era hace apenas tres años. Y es una hoja en blanco porque Sánchez se ha llevado por delante a los barones, a los referentes históricos que parecían intocables, a los medios de comunicación que alertaban de su eventual triunfo. Sánchez ha dado una patada a lo que se consideraba intocable y con su triunfo se produce un antes y un después en el panorama político español y la legislatura entra en aguas pantanosas, muy pantanosas. Y es que, como diría Susana Díaz, Pedro, cariño, has ganado.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.