Hay jinetes de luz en la hora oscura
Carlos Cuesta | 13 de marzo de 2019
Pedro Sánchez alardea ahora de sus viernes sociales, de sus intentos de pactar con el separatista Quim Torra, de pretender sacar a Franco de su tumba, de su agenda internacional y de haber jaleado el 8M feminista.
Pero lo cierto es que sus decretos sociales se han convertido en un peligroso cúmulo de gastos de más de 2.000 millones de euros que no tienen asignada partida presupuestaria de ingresos que los soporte; que sus intentos de pacto con los golpistas han dado alas a un presidente de la Generalitat, Quim Torra, que anuncia ya a voz en grito su propósito de incumplir la sentencia del juicio de 1-O; que sus planes para exhumar al dictador Franco han chocado con la realidad de un Estado de derecho que anula la arbitrariedad de actos guerracivilistas: que la agenda viajera de Pedro Sánchez se ha convertido en una mera e inútil disculpa para usar el Falcon, hacer turismo y presenciar conciertos de grupos como The Killers; y que el 8M feminista tan solo servirá para una cosa: para enfrentar a hombres y mujeres, porque ni una sola de sus propuestas de calado es materializable sin poder sacar adelante unos presupuestos generales del Estado.
El segundo viernes social de Sánchez se traducirá en más paro de larga duración
Porque la realidad es que el Pedro Sánchez que se presentó a la moción de censura de la mano de proetarras, separatistas, golpistas, podemitas y comunistas, y que alardeaba de ir a cambiar España para convertirla en el ejemplo social de Occidente, tan solo ha cambiado dos cosas: su nivel de vida, para mejorarlo, y el grado de enfrentamiento de los españoles, para profundizarlo.
Ni ha logrado sofocar con diálogo la tensión separatista -más bien, todo lo contrario-; ni ha exhumado a Franco -ni parece que vaya a conseguirlo-; ni ha logrado sacar adelante un presupuesto general del Estado -ni social, ni no social-; ni ha logrado influir en nada internacionalmente en medio de semejante fiebre viajera -los acuerdos europeos de inmigración han mantenido las limitaciones de entrada ilegal de los extracomunitarios, y Bruselas no ha rebajado un ápice sus exigencias de déficit a España-; ni ha conseguido que baje significativamente la cifra de mujeres víctimas de violencia machista -el dato ha bajado en solo cuatro en un año y ha quedado en 47 víctimas-.
Porque lo cierto es que Pedro Sánchez tan solo ha sido un presidente inútil, en la más descriptiva de las acepciones del calificativo. Un presidente que no ha podido llevar a cabo nada de lo prometido porque nada era potencialmente materializable.
Pero, pese a ello, es cierto que una de las características de la gobernabilidad es que en ella la parálisis cuenta como una acción. Y una acción nefasta: la de perder el tiempo. Y cuando se avecina una crisis, cuando los inmigrantes no dejan de cruzar el Mediterráneo o cuando España sigue teniendo cuatro veces el paro de Alemania, esa parálisis se convierte en altamente dañina.
Cuando más serenidad se echaba en falta, más se ha agitado electoralmente la figura de Franco como factor de crispación popular. Y cuando más urgencia tenía España de llenar la nevera del superávit público y amortizar la disparada deuda pública -que ronda ya el 100% del PIB-, más se ha cebado a la población con promesas de gasto enloquecido -solo en los últimos decretos sociales el gasto anunciado supera los 2.000 millones de euros-.
Porque, en el fondo, Pedro Sánchez nunca ha querido presidir. Tan solo ha querido ser presidente.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.