Hay jinetes de luz en la hora oscura
Justino Sinova | 05 de marzo de 2019
Es dudoso que Santiago Sierra y Eugenio Merino hayan querido hacer una obra de arte; han querido perpetrar una injuria contra el Rey. Su ninot de Felipe VI expuesto en la feria ARCO es una producción como los centenares de ninots falleros que los artesanos valencianos crean cada año, pero con una diferencia esencial. El destino de estos es el fuego como esencia de una fiesta popular, un regocijo colectivo de los más originales y sorprendentes que se celebran en el mundo; el destino del ninot de Felipe VI es el fuego como condena, reprobación y desprecio. En este caso el arte es el pretexto para arropar una agresión política.
Hay que perseguir las “fake news”… pese a que se cobijen en una supuesta obra de arte
El primero de los dos provocadores ya usó ARCO el año pasado para reincidir en el insulto entonces en curso a la democracia española con una muestra supuestamente original de fotografías de los encausados por el golpe catalán, a quienes los independentistas nominan«presos políticos”. Se sumó así a la campaña de una fake news multiplicada para agredir a la democracia de 1978, exhibiendo una supina ignorancia, no sé si ficticia o real, acerca de lo que es la democracia española, que quienes saben de esto la asemejan a las más arraigadas democracias del mundo. Pero esa exhibición de inopia mental debió de darla por bien aprovechada a favor del arte de la injuria.
Ahora, con la ayuda del segundo agitador, este llamado artista la ha emprendido contra el Rey, cuya imagen quiere ver ardiendo en una pira funeraria y rancia, aunque tras recibir 200.000 euros de un supuesto amante de ese extravagante arte del exterminio. Esa hoguera no puede estar concebida sino como una culminación totalitaria contra lo que el Rey representa, que es la democracia más justa de la historia de España, y contra todos los que están con él, los ciudadanos que le aprecian y quieren seguir viviendo en libertad protegidos por el imperio del derecho.
Habrá ahora quien se deshaga en explicaciones y alegatos sobre el arte de la provocación. Pero hay muchos otros que no entienden que algunas exhibiciones sean tenidas por arte. El arte está recorriendo caminos que la separan del favor del público, que tantas veces se siente burlado. Recuerdo haber visto hace años una tira cómica, posiblemente en La Codorniz, que ya se tomaba a chacota estos excesos: dos individuos elucubraban en una sala de exposiciones ante una obra de arte depositada en el suelo que parecía un madero, hasta que llegaban dos operarios que se la echaban al hombro y se la llevaban porque, efectivamente, era un madero.
El mundo del arte saldría ganando, y por supuesto el público en general, si empleara un criterio más sensato, más juicioso, más equilibrado de la creación artística. Hay realizaciones más arriesgadas que creativas, más osadas que reflexivas, improvisadas y no trabajadas, producciones que buscan sobre todo provocar, que usan el arte como un subterfugio para el agravio. El arte de la injuria es menos arte que dicterio. Y también una manera segura de desacreditar el arte.
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