Hay jinetes de luz en la hora oscura
Fernando Rayón | 01 de diciembre de 2017
Pedro Sánchez y Miquel Iceta han dicho que no votarán a Inés Arrimadas como presidenta de la Generalitat. Y no lo harán aunque sea la candidata que saque más votos entre los partidos llamados constitucionalistas. La sorprendente afirmación, que tuvo una rectificación parcial días después –en el sentido de que el PSC nunca bloquearía la formación de un gobierno- debe enmarcarse en la precampaña electoral catalana, pero también en el gran problema de fondo que siempre emerge en el socialismo catalán: su rechazo a ser considerado un partido españolista.
Los devaneos del socialismo catalán no son solo fruto de la deriva de sus dos presidentes de la Generalitat –Maragall y Montilla- con el independentismo, sino de su buena relación con los partidos que integraban los gobiernos de coalición que presidieron. Es bueno reconocer que, en aquella época, Convergència i Unió no se decía independentista, pero no se podía decir lo mismo de Esquerra Republicana (ERC).
Quizá por todos aquellos matrimonios de conveniencia el PSC fue uno de los abanderados del llamado derecho a decidir, verdadero embrión de la crisis en la que aún estamos inmersos. El hecho de que el Partido Socialista Catalán abandonara estas tesis no responde tanto a un cambio de opinión sino más bien de coyuntura ante lo que hemos vivido después. No hay más que ver las deserciones que se han producido en las filas del PSC -abandono de diputados y alcaldes electos- para darse cuenta hasta qué punto esta idea del referéndum pactado con el Estado español estaba metido en el ADN del partido. Y esa es la clave del problema.
Miquel Iceta es un hombre que nunca se enfrenta a nada ni a nadie, pero que ha sabido dejar en manos de otros la definición de lo que es y lo que defiende su partido. A veces, eran los organismos federales los que vendían una idea de España y, por ende, de Cataluña. Otras, eran sus propios compañeros catalanes los que se hacían un lío apoyando leyes en el Parlament que no solo suscribían el derecho a decidir, sino que apoyaban directamente la independencia. No hay más que mirar al Ayuntamiento de Barcelona, cuya alcaldesa lo es gracias al apoyo del PSC, para comprender lo que digo.
🎥 @InesArrimadas “Le pido al sr.Iceta que no ponga palos en las ruedas y permita iniciar una nueva etapa en Cataluña” #AraSíVotarem pic.twitter.com/6MIztY6AA0
— Ciutadans (@CiutadansCs) 26 de noviembre de 2017
Naturalmente, el apoyo al artículo 155 de la Constitución ha supuesto un antes y un después, pero solo ha habido que esperar unos días para percibir el postureo del propio Miquel Iceta: condonación de la deuda de Cataluña -más de cincuenta mil millones-; o reclamar el cobro de todos los impuestos desde la Generalitat, petición que ni la burguesía independentista de CiU o sucedáneos plantearon. Los bienpensantes atribuyen estas declaraciones a la campaña electoral, donde se habla mucho y se miente más, pero es un hecho que estos planteamientos suenan poco a catalanismo y mucho más a independentismo.
Las razones de este juego hay que buscarlas, como siempre, en el pasado. La burguesía que refundó el PSC tras el regreso de Tarradellas, aquella gauche divine ya se sentía heredera de los afanes independentistas de la Guerra Civil. Aquel partido de los Raventós y Nadal no tenía ningún problema en competir con Convergència en su defensa del soberanismo. Por eso, no debe extrañarnos que los herederos de aquel socialismo –a veces ellos mismos, como hizo Maragall- hayan dado un paso al frente en su imaginario patrio. Tampoco fueron los únicos culpables.
Sin hablar. Solo con la sonrisa y la mirada se pueden decir tantas cosas… Para mi uno de los momentos de #SalvadosMasZP pic.twitter.com/8VbBLdEYuz
— Jordi Évole (@jordievole) 26 de noviembre de 2017
Los dos gobiernos de Zapatero, en vez de aclarar las cosas dentro del partido, llenaron de confusión ideológica al PSC. Y el socialismo catalán, que recibía muchos de sus votos de la emigración obrera, empezó a acusar este caos. Los votantes veían cómo sus hijos se radicalizaban y también cómo su socialismo los abandonaba con velocidad de crucero.
Y ese es el último capítulo de la encrucijada del PSC: la pérdida de sus apoyos electorales. Tal ha sido el caos de los últimos años y la indefinición ideológica que ha pasado de ser el partido hegemónico en Cataluña al tercer o cuarto partido en la comunidad. El error notable de cálculo –los radicales siempre prefieren el independentismo auténtico a las imitaciones- han convertido al PSC en un partido menor. Pero entonces ha vuelto a aparecer Miquel Iceta. Y Pedro Sánchez.
La estrategia actual del PSC consiste no ya en ganar las elecciones, sino en aglutinar voluntades de los españolistas e independentistas. Con estos últimos ya ha gobernado y a los primeros les puede vender un constitucionalismo, aunque no sea tal. Se trataría de que unos y otros aceptaran a un partido soberanista, pero no independentista, que diera salida a esta crisis. La idea podría funcionar, pero hay un nuevo ‘pero’.
El 60% de los votantes del PSC ha manifestado que quiere un acuerdo con Ciudadanos y PP, y no con el independentismo. Un sondeo de Metroscopia para El País recogía este dato, pero también otro: el 80% de los catalanes era partidario de un gobierno que cerrara las heridas de la crisis. Y un tercero aún más significativo: cuando en 2012 Artur Mas comenzó el proceso independentista, solo el 24% de los encuestados quería una ruptura. Lo ocurrido después, aunque sabido, ha cambiado mucho las cosas. Y las mentiras vertidas para doblegar las voluntades de los entonces escépticos pueden dibujar ahora otro panorama, a la vista de lo sucedido.
Nadie duda de que la gran novedad de estas elecciones será la gran movilización del bloque constitucionalista. Pero eso le da igual al PSC. Un error. Y otro fundamental: la gestión de los gobiernos de Convergència y PSC en Cataluña ha sido tan desastrosa que solo el ‘procés’ ha podido tapar ese escándalo. Volver a gobernar con ellos sería más de lo mismo: no es solo dormir con el independentismo, que siempre despierta, sino seguir en un letargo que ha hundido económicamente a Cataluña.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.