Hay jinetes de luz en la hora oscura
Luis Núñez Ladevéze | 06 de septiembre de 2017
Durante una terrible semana en enero de 2015 muchos fueron Charlie Hebdo. No todos lo fuimos, porque a algunos nos desagrada el sarcasmo exacerbado de su humor desenfrenado. Pero, desde que la revista llevó a su portada una caricatura de Mahoma que determinó el ataque a manos de los islamistas de la Yihad, muchos salieron a la calle para identificarse con el semanario, y otros muchos salimos con ellos para defender la libertad de expresión, los sentimientos democráticos, la bandera de la Francia republicana, los valores constitucionales europeos. Pasó pronto la semana parisina. Los sembradores del terror en nombre del profeta fueron a esparcirlo a otros lugares. Los islamistas siguieron asesinando aplicando su interpretación literal de la ley coránica…
Se sucedieron atentados en Londres, Berlín, Niza, y otras ciudades. La hora tocó a Barcelona. Charlie Hebdo publicó otra portada, tras la masacre de las Ramblas. Una portada que no gustó a los islamistas radicales, pero tampoco a la izquierda radical española o independentista, ahora mas amiga del Islam que de la libertad de expresión, dispuesta a disimular sus principios con tal de perjudicar el liberalismo constitucional. Pasan por tolerantes, claudicando de su condición occidental. Llevan la autocrítica al paroxismo con tal de cortar el cordón umbilical que les une a su origen. Les mueve destruir su propia tradición.
Muchos de los que habían salido a la calle para decir “Je suis Charlie Hebdo” salieron ahora para decir “no tengo miedo”. Dejaron de ser Charlie Hebdo para ser El Jueves. Un semanario exaltado contra el cristianismo, se hace repentinamente buenista patrocinando la sumisión a la rigidez islámica. Y muchos que en su día habían dicho ser Charlie Hebdo, descubren, ahora, que era, es, un panfleto islamófobo. ¿Será preciso esperar a que vuelvan a masacrar a la redacción del hebdomadario parisino para que puedan reencontrarse con quienes en 2015 salían a las calles de París a decir “Je suis Charlie Hebdo”?
Las otras víctimas: crece la islamofobia en Europa.https://t.co/HC9pt2bv7z pic.twitter.com/0XDvPQOpHC
— El Espectador (@elespectador) September 4, 2017
Hoy, no tener miedo en Barcelona es cosa distinta de que no tengan miedo los redactores de Charlie Hebdo. Pareciera que muchos manifestantes de las Ramblas conjurasen el miedo proclamando la inocencia del islam antes que la de los turistas asesinados. Y acusaron en las redes a la revista parisina por mantenerse fiel a su atrabiliario humorismo.
Tenía explicación. La CUP venía atosigando a los turistas de Barcelona, amonestándoles, vituperándoles, arrojando pintura a los negocios de las Ramblas que viven del turismo y rechazando poner bolardos de protección. De los dieciséis asesinados, una docena eran turistas. Turistas de los deseables o de los no deseados. ¿Cómo saberlo?
Y, ¿en nombre de quién actuaron los asesinos? ¿No era el mismo nombre que figuraba en la portada por la que fueron atacados y asesinados los periodistas de del semanario francés? ¿Por qué una portada unió para rechazar la barbarie y ahora otra similar de la misma revista sirvió para vituperar a sus redactores, amigos y compañeros de los entonces asesinados en París? ¿No se arriesgan acaso a sufrir otra vez en sus carnes las consecuencias de criticar los excesos cometidos en nombre del islam? Esto sí era una demostración inequívoca de “no tener miedo”.
Nieztsche dijo que el resentimiento mueve el mundo tanto o más que el sentimiento. Tenía razón. Pero se quedó corto. No tuvo en cuenta que el resquemor se pliega ante cualquier enemigo con tal de destruir el espejo que refleja su deformidad. El resentimiento hace estragos cuando se disfraza de solidaridad candorosa. Cuando reniega de la propia identidad para fomentar el masoquismo. Cuando se camufla aparentando un pacifismo que no practica con los vecinos que conviven a su lado. Cuando se expresa como “buenismo” para disculpar al maltratador. Cuando se presenta como antimachista para justificar la sumisión de la mujer al varón. Cuando distingue entre el terrorista y quien lo inspira. El síndrome de Estocolmo se propaga entonces hasta hacerse colectivamente complaciente con el terror. Es la nueva forma de perversión ideológica que contribuye a trivializar el mal.
Es horrible la contradictoria reacción que muchos han tenido con la nueva portada publicada el otro día por Charlie Hebdo. Era un homenaje de la revista a sí misma, una deuda contraída para con los suyos, un aviso a los lectores que sufrieron el mismo espanto, una expansión de coherencia para afrontar su propia tragedia señalando ante el mundo la savia que alimentó a sus asesinos. Compusieron una portada similar a la que había costado la vida de sus redactores. Se expusieron otra vez ante el punto de mira, sin temor.
Eso sí es “no tener miedo”. Pero muchos de los que en las Ramblas se manifestaban proclamando esa inoperante consigna, no salieron para reconocer la valentía de los compañeros de las víctimas del semanario, sino para disimular su complicidad y soterrar la semilla en que germina el asesinato. Señalaron con el dedo la nueva portada como si ignoraran que los redactores actuales se arriesgaban de nuevo a que asaltaran su redacción. Ya no trataron de defender la libertad de expresión. Ni siquiera se pararon a comprender que, tan inocentes como los asesinados en 2015, estos a los que ahora delataban en las redes, eran su compañeros, víctimas como aquellos. A la complicidad del avestruz, que oculta la cara en la arena a sus perseguidores, algunos la llaman ahora “no tinc por”.
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