Eugenio Nasarre | 05 de febrero de 2018
Si hay algo que caracteriza a la personalidad del Rey Felipe VI es que no da puntadas sin hilo. Sus casi cuatro años de reinado constituyen una sucesión de actos, que tienen un hilo conductor: el reforzamiento de la legitimidad de la monarquía parlamentaria como clave del modelo político que nos dimos los españoles en la Transición y que se plasmó en la Constitución de 1978. Porque sabe que solo con una fuerte legitimidad puede desempeñar las funciones que le corresponden al servicio de España. Es con esta perspectiva como hay que valorar el acto de la entrega del Toisón de Oro a su hija la Princesa de Asturias. Todo él está repleto de simbología.
El Rey Felipe VI accedió al trono con una diferencia fundamental respecto a su padre. Juan Carlos I lo había hecho con el simple título de sucesor de Franco, pero careciendo en términos estrictos de la legitimidad dinástica y heredando un régimen autoritario. Cuando en julio de 1969 las Cortes franquistas lo proclamaron sucesor de Franco a título de Rey, Joaquín Satrústegui escribió a Juan Carlos una carta en la que, tras expresar su desacuerdo con la aceptación del Príncipe a la decisión de Franco, le rogaba que, al menos, dejara claro que lo hacía sin el concurso de la voluntad de su padre, el conde de Barcelona, y, por lo tanto, sin pretender asumir la legitimidad dinástica. Juan Carlos fue receptivo a la petición del monárquico liberal y en su discurso a aquellas Cortes con la presencia de Franco no invocó derechos preexistentes, dejando a salvo así la posición de don Juan. Pero aquella carencia fue felizmente subsanada el 14 de mayo de 1977, poco antes de celebrarse las primeras elecciones democráticas, cuando don Juan de Borbón, en una emotiva ceremonia, renunció a sus derechos dinásticos y dijo a su hijo que le hacía “entrega del legado histórico que heredó”. El Rey Juan Carlos recibía así en plenitud la legitimidad dinástica y, ejerciendo los poderes que había recibido del régimen anterior, fue motor y artífice fundamental de la restauración de la democracia. Esa fue su gran obra y ese el legado de su reinado, que confirmó cuando defendió con resolución a la todavía muy joven democracia frente a la intentona del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y lo desbarató.
Felipe VI, 50 años de preparación . Un Rey conciliador y en la cima de la popularidad
Felipe VI sabe que no cuenta con aquel capital político del que gozó su padre por ser quien contribuyó decisivamente a establecer nuestro sistema de libertades y de democracia. Y sabe también que la legitimidad de la monarquía parlamentaria en nuestro tiempo no está descontada. Hay que ganarla a pulso, día a día, porque los “duendes invisibles de la ciudad” -por utilizar la expresión del gran pensador Guglielmo Ferrero– acechan para deslegitimar cualquier poder. En nuestro tiempo, la fortaleza de la monarquía parlamentaria descansa en un trípode que es imprescindible: la identificación con la Constitución, a la que debe servir y hacer respetar; la ejemplaridad en el ejercicio de su alta magistratura, conforme a una exigente jerarquía de valores; y la legitimidad dinástica, símbolo de la continuidad histórica de la nación.
Al cumplir sus cincuenta años, Felipe VI no ha querido hacer una celebración al uso, centrada en su persona. Ha preferido hacer un acto para poner el centro de la atención en el profundo sentido de la institución monárquica, con el acierto de reivindicar, también, la figura de su abuelo don Juan, el Rey que no reinó y que supo en su vida en el exilio servir con gran dignidad a la causa de la “monarquía de todos los españoles”. El Toisón de Oro de la Princesa Leonor es el de su bisabuelo el conde de Barcelona, un símbolo que hay que apreciar en toda su dimensión.
Pero también la ejemplaridad estuvo presente en la ceremonia. Al comenzar su andadura pública como Princesa de Asturias, la todavía niña Leonor escuchó de su padre unas elocuentes palabras cimentadas todas ellas en el valor de la ejemplaridad: “Servirás a España con humildad y harás tuyas todas las preocupaciones y alegrías, todos los anhelos y los sentimientos de los españoles”, a la par que la exhortaba a guiarse “permanentemente por la Constitución, cumpliéndola y observándola”. Las palabras del Rey constituían todo un encargo.
Con este acto de entrega del Toisón de Oro el reinado de Felipe VI da un paso más en el cuidadoso diseño -cuya paternidad es, desde luego, del mismo Rey- de fortalecer nuestro modelo de monarquía parlamentaria. A partir de ahora, la Princesa Leonor irá adquiriendo un suave protagonismo. Es posible que este año presida en el otoño la próxima edición de los premios de la Fundación Princesa de Asturias, pues a esa edad lo hizo su padre. El itinerario formativo del Rey Felipe constituye un modelo a seguir.
En las difíciles circunstancias de la vida nacional, la ceremonia del Palacio Real expresó con claridad el gran servicio de la Corona a la nación española y a su Estado. Si hay en estos momentos una institución que esté desempeñando impecablemente su función es la Corona. Los beneficios para el pueblo español son inmensos. Y está supliendo deficiencias, carencias y bloqueos de nuestro sistema político. Muchos tenemos la percepción de que tal hecho está siendo reconocido y agradecido por una muy amplia mayoría de españoles.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.