Hay jinetes de luz en la hora oscura
Fernando Rayón | 14 de febrero de 2017
La Pax Romana fue un período de tiempo que según la Enciclopedia Británica duró 206 años, entre el año 27 a. C. y el año 180 d. C., mientras que The Cambridge Ancient History lo sitúa entre el año 70 d. C. y el 192 d. C. Da igual para lo que nos interesa. El caso es que se caracterizó por la estabilidad política, lo que dio al Imperio Romano su máximo desarrollo económico y mayor expansión territorial. Como saben los historiadores, esta etapa tuvo lugar entre dos guerras y comenzó con la proclamación del emperador César Augusto.
Pero aquel período no fue solo de paz y estabilidad económica. Durante el se consiguió la asimilación de muchos territorios y poblaciones bárbaras que no solo aceptaron la administración romana sino también su derecho y valores morales, aunque tampoco fueron todos. En las fronteras del Imperio -en contra de lo que se cree- seguía la guerra aunque, comparadas con las vividas hasta entonces -las intestinas y las ajenas- aquellas incursiones de los germanos y partos parecían una cuestión menor.
El Partido Popular tuvo su momento de gloria con el primer gobierno de Aznar y la consiguiente mayoría absoluta de la segunda legislatura. Hasta entonces, y quizá provocadas por el gran éxito de Felipe González en el 82, todo en la derecha habían sido revueltas palaciegas y ajustes de cuentas entre líderes con poca cabeza y alguno con demasiada. Caían los Hernández Mancha, García-Tizón o Verstrynge como escaramujos.
Pero llegó Aznar y comenzó una etapa de cierto orden. Muchos pensaban que varios césares se sucederían en la presidencia del Gobierno, pero no hubo tal. Se despertaron los populismos con el Prestige y la Guerra de Irak y todo se fue a la porra en unos trenes que dejaron la historia de España manchada de nuevo de sangre. Y llegaron ocho años de terror. No hubo víctimas en las legislaturas de Zapatero porque la víctima fue España entera.
No hay partido más débil que el que no es capaz de defender aquello en lo que cree. Sobre todo porque, tarde o temprano, tendrá que defenderlo de aquellos que sí quieren imponer su independencia por las bravas
Y entonces llegó Mariano. Volvió el PP quizá con algunas lecciones aprendidas -o eso pensábamos- y dispuestos a recuperar el tiempo perdido. Llegó la Pax Mariana con mayoría absoluta incluida. Pero en esta mayoría parlamentaria había un cambio. Ya no se trataba de imponer la paz, el derecho romano, la estabilidad económica o los derechos y valores morales. La Pax Mariana se quería imponer por agotamiento de los pueblos bárbaros, por cansancio y ausencia del líder enemigo.
La Constitución seguía vigente, pero tampoco era conveniente imponerla cada día; con que la aceptaran por imperativo legal o algo parecido ya valía. Los valores hasta entonces defendidos como señas de identidad, se tornaban anticuados y debían dejar paso no a otros, sino mejor a los de todos. Y por eso, si se había recurrido la Ley del Aborto de Zapatero, el TC se guardaba la sentencia en un cajón hasta nuevo aviso y los que la habían defendido eran laminados en las listas electorales del partido; si el humanismo cristiano podía molestar a alguien, pues se quitaba, o eso intentaban algunos; si Ciudadanos quería una ley de vientres de alquiler, pues era el PP el primero en proponerla y esgrimir una demanda social inexistente.
Los antiguos principios y valores se diluían. Ya no se trataba tanto de imponer la paz como de conseguirla por consenso. Pero los romanos creían en la rectitud de su derecho, de sus ideales democráticos, en la fuerza de sus principios frente a las costumbres bárbaras. Los defendían porque creían en ellos.
El Congreso del Partido Popular del pasado fin de semana se ha saldado -¡cómo no!- con una nueva Pax Mariana. No ha querido líos el jefe. Quizá por eso se han retirado aquellas enmiendas o propuestas que pudieran crear algún problema. Pero esta vez ya no por molestar al «enemigo» sino por no suscitar fricciones entre ellos mismos. Pero no hay partido más débil que el que no es capaz de defender aquello en lo que cree. Sobre todo porque, tarde o temprano, tendrá que defenderlo de aquellos que, por ejemplo, sí quieren imponer su independencia por las bravas.
Los antiguos principios y valores se diluían. La Pax Mariana se quería imponer por agotamiento de los pueblos bárbaros, por cansancio y ausencia del líder enemigo
El PP ha conseguido no molestar a los que estaban -siguen todos incluida Cospedal– ni tampoco a los que llegan, porque Maíllo también estaba. Es lo que tiene la Pax Mariana. Pero tener el partido en un puño no garantiza el futuro. Que se lo digan a Aznar. Defendió sus políticas y convicciones e incluso señaló al sucesor, pero fuera siempre está la barbarie que acecha. Se viste de muchas formas, pero solo se combate eficazmente con algo tan importante como las ideas. Y no porque resulten atractivas a los bárbaros, que incluso podría ocurrir, sino sencillamente porque los que las defienden creen absolutamente en ellas y están dispuestos a defenderlas. Y eso hoy, ya es mucho.
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