Hay jinetes de luz en la hora oscura
Pedro González | 21 de agosto de 2018
La crisis de la ONU no empezó con Kofi Annan, pero en su mandato como secretario general de Naciones Unidas (1997-2006) hubo de contemplar el primer gran cisma de la organización mundial multilateral surgida de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial.
Con profunda tristeza recibimos la noticia de la muerte de Kofi Annan, ex Secretario General de la ONU.
— Naciones Unidas (@ONU_es) August 18, 2018
"De muchas maneras, Kofi Annan fue las Naciones Unidas. Condujo a la Organización hacia el nuevo milenio con una dignidad y determinación inigualables", @antonioguterres. pic.twitter.com/TN451YM441
El entonces presidente norteamericano George W. Bush, secundado por el primer ministro británico Tony Blair, estaba decidido a invadir Irak. Los otros tres miembros permanentes del Consejo de Seguridad, Francia, Rusia y China, exigieron pruebas fehacientes y contrastadas de las “armas de destrucción masiva”, que supuestamente había fabricado y estaba dispuesto a utilizar el régimen iraquí de Sadam Husein. Los inspectores de la ONU no las encontraron, pero Bush desencadenó la guerra con la oposición de Annan. Fue, pues, la primera vez que se produjo una invasión sin el aval de Naciones Unidas.
Cuando se le inquiría acerca de las mayores sombras de su mandato respondía sin dudar: “No lograr impedir la guerra de Irak”. No respaldar las operaciones bélicas de Bush le granjearon la animadversión de la Administración norteamericana. Annan se vio así entre dos fuegos, porque gran parte del mundo árabe, y por supuesto la legión de nuevos pacifistas, siempre le consideraron excesivamente proclive a los intereses de Estados Unidos. De hecho, Annan había sustituido en el cargo al egipcio Butros-Butros Ghali, al boicotear la Casa Blanca su reelección como secretario general. Así, Kofi Annan, el primer negro y subsahariano en llegar a la cúspide del poder ejecutivo de Naciones Unidas, fue considerado como hombre de Washington.
Pero, como el diplomático fino que era, este ghanés de la etnia fante, pronto se percató de que la ONU tenía los días contados si no acometía una honda transformación. Desde su entrada como alto funcionario en la organización en 1962 había ocupado los cargos más relevantes, hasta llegar a la Dirección de las Operaciones de Paz.
Inició un proceso de reformas y revitalizó el papel de la ONU con iniciativas como los llamados Objetivos del Milenio para la erradicación del hambre; la puesta en marcha del Tribunal Penal Internacional, “el gran baluarte contra el mal”, según su propia definición; el Plan Global contra el Sida, y el concepto de “protección de los civiles” como obligación inalienable de la ONU para suplir a los estados que abandonan a sus propios ciudadanos. “Una respuesta de esperanza porque si se pierde ésta, se pierde todo”.
#TBT to October 2001, when Kofi Annan and the @UN were jointly awarded the @NobelPrize for #Peace. pic.twitter.com/p7pfNrGdgr
— Kofi Annan (@KofiAnnan) October 26, 2017
Tales impulsos le valieron a Kofi Annan y a la propia organización el Premio Nobel de la Paz en 2001, un reconocimiento que no oculta la amargura que le causó ser testigo de las grandes tragedias de la Posguerra Fría. Darfur, Somalia, Srebrenica son nombres que asociaba a grandes matanzas, pero la que más le marcó fue el genocidio de Ruanda (más de 800.000 muertos). Siempre reconoció que pudo y debió hacer más por evitar la espiral de violencia desencadenada por la mayoría hutu frente a la minoría tutsi.
Tras su retirada, y a través de su propia Fundación, Kofi Annan intentó mediar en algunos conflictos, como el de Siria, donde reconoció su fracaso. También fue utilizado como imagen de relieve para respaldar como mediador internacional el fin de la banda terrorista ETA, una presencia polémica que denotaba su pérdida de reflejos.