Hay jinetes de luz en la hora oscura
Pedro González | 20 de septiembre de 2017
Del derrotismo al entusiasmo. Transcurrido un año desde que el mismo Jean-Claude Juncker describiera el sombrío panorama que proyectaba el brexit, el presidente de la Comisión Europea ha traspasado la delgada línea que separaban los augurios de la posible desintegración de un nuevo amanecer para la UE.
Su discurso sobre el Estado de la Unión ante el Europarlamento compendió una letanía de propuestas encaminadas a que los Veintisiete recobren el sitio que ocupaban entre la gran superpotencia que aún sigue siendo Estados Unidos y su gran antagonista emergente, China. Juncker daba por sentado que el Reino Unido, aunque se arrepienta de la decisión de abandonar la UE, no dará marcha atrás, convirtiendo de rebote en oportunidad para los que siguen en el redil comunitario lo que hace apenas doce meses se contemplaba como una irreversible tragedia.
Aprovechando la sacrosanta regla de la unanimidad, Londres había logrado imponer durante sus más de cuatro décadas de pertenencia una serie de excepciones en la aplicación general del cuerpo legislativo comunitario. Nunca se le pasó por la cabeza adoptar el euro –tampoco Dinamarca-, ni favorecer la creación de una Europa de la Defensa, ni apoyar la creación de un auténtico presupuesto europeo con recursos propios, ni una generalización de los derechos laborales y sociales en todo el ámbito de la UE, cuyo proceso de integración avanzaba aún con el freno de mano británico echado.
Jean-Claude Juncker pide audacia a los jefes de Estado y de Gobierno de los Veintisiete para que la UE dé un auténtico salto. Lo cifra en que todos los miembros de la UE se integren en el euro (hoy solo son 19) y en el espacio Schengen de libre circulación (actualmente solo son 22). Asimismo, preconiza una unión bancaria real, todo ello a consumarse mediante un acuerdo político a rubricarse en 2019 y a sustanciarse por completo en 2025.
Son enormes reformas que, por supuesto, hubiera vetado el Reino Unido, pero que a buen seguro encontrarán también fuertes reticencias en muchos socios, empezando por Alemania y Francia; aquella porque buena parte del impulso significaría ampliar su contribución y esta porque vería muy disminuido su proyecto de Europa a varias –cuando menos, dos- velocidades.
En suma, a los cinco escenarios que Jean-Claude Juncker dibujara hace un año poniendo a los países miembros ante su responsabilidad de definirse sobre la Europa que desean tras el brexit, ha añadido el sexto, el que supone potenciar los elementos comunes de la UE: fortalecimiento del euro, entronizar a un superministro de Economía y Finanzas y extensión general del espacio Schengen. O sea, potenciación de los tres valores que sustentan a la Unión: libertades –todas ellas y no solo las que interesen a la carta-; Estado de Derecho obligatorio, no optativo, porque las leyes y las sentencias de los tribunales han de ser acatadas, e igualdad de oportunidades.
Además del mensaje implícito que ello encierra frente a los golpistas de Cataluña, Jean-Claude Juncker tenía en la mente a los gobiernos díscolos con las libertades del Este de Europa, Polonia y Hungría especialmente, cuyas leyes restrictivas nacionales colisionan con la legislación europea.
Tampoco se resigna Juncker a que la UE quede reducida a un papel irrelevante en la gran guerra global que se está librando con una brutalidad descarnada, la del comercio internacional. Por ello, insta a que se intensifiquen negociaciones bilaterales que modulen las reglas del libre comercio. Abandonadas las negociaciones del TTIP con Estados Unidos por el radical cambio de orientación imprimido por Donald Trump, la UE debe concluir próximamente acuerdos con Japón y México y debiera acelerar las negociaciones con Australia y Nueva Zelanda, ambos por cierto dos grandes y prósperos países con los que un Reino Unido fuera de la UE aspira a autodemostrarse que aún sigue siendo una gran potencia.
En su decidida defensa a ultranza del proyecto europeo, el presidente de la Comisión deja el mensaje de que la UE solo será fuerte si sus miembros operan unidos y con el mismo horizonte. Una manera de calificar de ingenuos a los que piensan que por sí solos serían capaces de hacer frente a los diktats de los más fuertes, tanto en materia económico-monetaria y comercial como, por supuesto, en asuntos más impactantes, en términos de opinión pública, como el terrorismo y la defensa.
Para contrarrestar la confusión que alimentan los populistas a propósito de los refugiados y los inmigrantes económicos, Jean-Claude Juncker delimitó ambas categorías. La solidaridad y el acogimiento de refugiados que huyen de las guerras forman parte del acervo comunitario. Basta recordar que la UE recibió en 2016 más de 720.000 refugiados, o sea, “el triple que Estados Unidos, Canadá y Australia juntos”, lo que demuestra, a juicio del presidente de la Comisión, “la falsedad tan propagada de que Europa es una fortaleza”.
Juncker: Por mucho que se agrave el terrorismo, la UE siempre mantendrá fronteras abiertas https://t.co/uuX1INF4tC pic.twitter.com/hDbr89Thuu
— La Gaceta (@gaceta_es) September 17, 2017
En cuanto a la creciente presión migratoria, admitiendo que todo el mundo tiene derecho a buscarse una vida mejor, Juncker sostuvo que la UE ha de encauzar tal avalancha hacia un flujo legal con todas las garantías. Más aún, vino a hacer suya la política iniciada hace ya varios años por España, de forma que, además de crear un espacio de seguridad alrededor de la UE, se concreten acuerdos de inversión con los países africanos, origen de los que huyen por falta de trabajo y oportunidades.
Juncker insistió en que soplan vientos favorables para la Unión Europea y que debieran aprovecharse para reparar tanto los daños que ha dejado el tifón de la Gran Recesión como para impulsar y fortalecer una arquitectura institucional lo suficientemente sólida para aguantar los próximos huracanes. Que, a buen seguro, y más pronto que tarde, sin duda, vendrán.