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Sánchez no comprende el odio entre Iglesias y Rivera . Dos líderes necesarios en su camino

Mariano Alonso | 22 de junio de 2017

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El renacido Pedro Sánchez acaba de sentenciar, en su segunda entronización como líder del PSOE, que el cambio en España es “cosa de tres”, para enseguida advertir que “si continúan los vetos, pediremos a los españoles que con su voto hagan que el cambio dependa de uno: el Partido Socialista”.

Son palabras del secretario general de una formación que, a diferencia del Partido Popular, puede pactar tanto con Podemos, como ha hecho en autonomías como Aragón, Extremadura y Castilla-La Mancha, como con Ciudadanos, como ha hecho, singularmente, en Andalucía. Hace poco más de un año, cuando el Rey lo propuso como candidato a presidente del Gobierno, el primer Sánchez, encorsetado entonces por un partido que, como se vio después, no controlaba, optó por la vía naranja antes que por la morada, suscribiendo un acuerdo de Gobierno con Albert Rivera, de por sí insuficiente en escaños y que nada pudo hacer ante el rechazo frontal del PP y de Pablo Iglesias, quien en reiteradas ocasiones expresó que se trataba de que gobernase Sánchez “con el programa de Rivera”.

Entonces, Sánchez se encontró con un fenómeno cuando menos singular y que, pasado el tiempo, no ha hecho sino agravarse; como muestra, el reciente debate de la moción de censura del secretario general de Podemos contra Mariano Rajoy. Ocurre que las dos fuerzas del cambio o de la llamada “nueva política” que pretendieron trascender, entre otros vicios, las divisiones cainitas de los viejos partidos, y cuyos líderes protagonizaron célebres compadreos televisivos, son más incompatibles entre sí que PP y PSOE. No solo eso, sino que el grado de desprecio entre Iglesias y Rivera roza lo inédito, como quedó de manifiesto en su primer cara a cara parlamentario de la citada moción, donde, según el propio Sánchez, ambos se propinaron “garrotazos”. En síntesis, Iglesias describió a Rivera como un vendedor sin escrúpulos ni lecturas y el líder naranja señaló la holganza y la “incompetencia” como las principales características del podemita. Ambos, además, se enzarzaron en una pueril discusión sobre quién había trabajado más en su vida.

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Ante esa realidad, cabe preguntarse si el cambio a tres que propugna Sánchez es una oferta a la que confiere algún tipo de credibilidad o si, por el contrario, se trata de una argucia estratégica. Su relato (término siempre en boca de los asesores políticos) podría ser el de haber intentado hermanar a las “fuerzas del cambio” para estrellarse fatalmente contra su incompatibilidad. El principal problema estriba en poner cara de sorprendido por algo demasiado evidente en las posiciones, las actitudes y, sobre todo, las palabras de Iglesias y Rivera. El primero quiere derrocar al PP, huelga decirlo, pero con una alianza de la izquierda, en la que incluye a los “compañeros” de ERC, distinguidos con su tono fraternal desde la tribuna del Congreso, e incluso a la vieja izquierda abertzale de Bildu. El segundo tiene vigente un pacto de investidura con Rajoy y ha respaldado sus presupuestos, tras lograr introducir en los mismos medidas como el aumento de la baja de paternidad, la tarifa plana para autónomos o una suerte de complemento salarial para jóvenes con rentas bajas, de 430 euros al mes, que se financiará con dinero del Fondo de Garantía Juvenil de la Unión Europea.

Iglesias considera a Ciudadanos un engendro pergeñado por oscuros grupos de interés, en el que destacan economistas “neoliberales”, como Luis Garicano, y con un líder al que nada le puede unir porque es alguien que no es de izquierda ni de derecha, sino “de lo que haga falta” y que “sabe lo que dice, pero no sabe de lo que habla”. Rivera se muestra más preocupado por la “incompetencia” que por la ideología de Podemos, un partido que, a su juicio, tiene su modelo en el régimen chavista, como denunció en 2016 durante una visita a Venezuela.

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Sánchez, que también ha anunciado la creación de un “espacio de coordinación” en el parlamento con Podemos y Ciudadanos, puede aunar la voluntad de las tres fuerzas en algunas cuestiones, como por otra parte ya se ha visto durante lo que va de legislatura en ciertas votaciones, pero ni son tantos asuntos como para configurar una alternativa de Gobierno ni son tan fáciles de asumir para el PSOE. Con bastante sordina mediática, ya está en marcha una subcomisión que estudia la posible reforma del sistema electoral, que acaba de cumplir cuarenta años. Aunque se antoja imposible afrontar ese cambio sustancial de las reglas de juego sin un PP que, además, tiene mayoría absoluta en el Senado, los socialistas bien podrían hacer fuerza uniéndose a algunas reivindicaciones de las “fuerzas del cambio”, en aras de mejorar la proporcionalidad del sistema. No es un asunto fácil para un partido vertebral del sistema pero, sin duda, ahí no encontraría los vetos cruzados de los que se lamenta estos días.

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