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El conflicto en “Catalonialand” tiene tanto eco entre los viajeros ingleses por su españolidad

Sara María Matoses | 08 de noviembre de 2017

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El conflicto en Catalonialand, vivido como esperpento y drama, ha tenido gran eco en Gran Bretaña, país de procedencia del 22,1% del turismo patrio. La identidad catalana despierta el interés de los viajeros ingleses, que elogian el gran cambio sufrido por España tras el advenimiento de la democracia y envidian la capacidad de los ciudadanos para evolucionar sin traicionar sus costumbres.

Según un estudio del Instituto Nacional de Estadística, más de 75 millones de turistas visitaron España en 2016. Cataluña fue la segunda comunidad más visitada (24%), solo por detrás de las Islas Canarias (31%). Quienes nos visitaron entonces eran en su gran mayoría ajenos a toda problemática relacionada con la crisis catalana; hoy todo es bien diferente, porque el desafío independentista ha sido portada en las principales cabeceras de Occidente. Los europeos, bien por desconocimiento de la realidad o porque el peso de la leyenda negra sigue ejerciendo una fuerte influencia en la percepción de España, han asociado la situación actual con el franquismo, como explicó recientemente Antonio Muñoz Molina en su artículo Francoland (EL PAÍS, 13 de octubre). “Nos quieren toreros, milicianos heroicos, inquisidores, víctimas”, escribía el académico.identidad catalana

Cabría preguntarse cuántos de los extranjeros que visitaron España, de los que un 22,1% procedía de Gran Bretaña –primer país de residencia-, buscaban solo un lugar para pasar sus vacaciones o también perseguían la memoria de ese país indómito, exótico y primitivo que les ha llegado a través de un sinfín de relatos escritos o audiovisuales. Esa misma pregunta fue la que nos hicimos los “abajo firmantes” cuando iniciamos una investigación sobre los viajeros británicos por la España democrática (1978-2012). Porque cada viajero inglés que ha visitado nuestro país y ha escrito sobre su experiencia ha continuado en muchas ocasiones dando pábulo a las ideas ya asentadas en la mentalidad o “inconsciente colectivo” de los ingleses, que diría Jung.

Las obras de viajes tienen una larga tradición en Inglaterra y han dejado una honda impronta en el imaginario del lector. Y, pese a su gran subjetividad, son muy valoradas por los investigadores porque muestran las ideas preconcebidas de los autores y la complicidad con sus lectores a través de los tópicos, “el más pesado de los equipajes”, según el siempre citado Richard Ford.

El catalán que une y el que separa . Enseñar el respeto a un idioma que todos debemos cuidar

Como no podía ser de otra manera, Cataluña ha atraído la mirada de numerosos escritores ingleses que han visitado la Península. No solo por el famoso “homenaje” de Orwell, sino por haber sido entendida como una disonancia o un adalid de la resistencia contra el imperio español o franquismo.

El Estatut, una victoria del nacionalismo

En su libro España ante sus fantasmas (2006), Giles Tremlett se pregunta si realmente los catalanes son tan distintos del resto de España como pretenden ser. Cuando visita Barcelona para tomar el pulso a la realidad, el colaborador de The Guardian no encuentra grandes diferencias. Su planteamiento se basa en que si Cataluña tiene su propia lengua (como Valencia o las Islas Baleares), ha tenido sus propios nobles (como Navarra y León) y su propia arquitectura medieval (como Andalucía), qué es lo que realmente la hace tan distinta del resto de España. El autor no halla conflicto entre la condición catalana y española y concluye que si un catalán se siente distinto de un español es por algo completamente subjetivo. No obstante, el periodista sí advierte sobre el gran efecto que el Estatut ha tenido sobre los corazones y las mentes de los catalanes, hecho que considera una victoria del nacionalismo catalán.

El turismo británico en España ‘pasa’ del Brexit y crece un 10% en lo que va de año https://t.co/2maUp6s6fu vía @okdiario

— FESEMPLA (@Fesempla_es) June 28, 2017

Matthew Parris es otro británico, en este caso residente en la localidad barcelonesa de Tavertet, que aprecia a diario una creciente tendencia nacionalista que profesa incluso su propia hermana. En su libro en A castle in Spain (2006), Parris considera que el sentimiento que los catalanes tienen tan arraigado es una reacción a la represión que habían sufrido durante la dictadura. Para el británico, el sentimiento catalán, “infantil”, “rimbombante” y “cómico” en muchas de sus manifestaciones y símbolos no es un invento romántico del XIX, sino que hunde sus raíces en la historia y es más antiguo que el sentimiento inglés o español. Lo catalán es, para el autor, “real y está enraizado hoy en la rica, soleada y comercial tierra que surgió de la nación medieval”.

El periodista y expolítico conservador admite, por otra parte, encontrarse algo incómodo entre los catalanes, pues percibe que la identidad catalana está íntimamente relacionada con la herencia de sangre y terruño. Y, en ocasiones, esto le hace sentirse como un ciudadano de segunda clase. De la misma opinión es Martin Kirby (No Going Back: Journey to Mother’s Garden, 2003), residente también en Cataluña, que afirma verse obligado a aprender catalán para poder sentirse integrado.

El catalán, símbolo de la identidad catalana

John Hooper (The new Spaniards) explica que en Cataluña no existe la represión nacionalista y violenta del País Vasco (cuando escribe en su libro que ETA sigue activa), por tanto, las diferencias existentes entre aborígenes e inmigrantes no son tan acentuadas. Los catalanes, según Hooper, tienen en su lengua el símbolo de su sentimiento nacional, que prevalece sobre el castellano. Tanto es así que Hooper piensa que el castellano podría convertirse en Cataluña en algo similar al inglés en Escandinavia, “una especie de segunda lengua”.

Ken Follett: «El futuro está en la integración entre países, no en la independencia» https://t.co/0GHsMCtrJd

— ABC.es (@abc_es) October 3, 2017

El desconocimiento de las lenguas autonómicas, el temor por la no integración y la violencia etarra es lo que convence a Ted Walker (In Spain, 1989) para instalarse en Castilla. Meses más tarde, viaja a Cataluña y el viajero descubre que el catalán es muy similar al castellano, si bien califica el idioma como una lengua romance “inventada por un comité de monstruos esperantistas”.

Decía Muñoz Molina en su artículo Francoland que la democracia española “no ha sido capaz de disipar los estereotipos de siglos”. “Nos aman tanto –prosigue- que no les gusta que pongamos en duda la ceguera voluntaria en la que sostienen su amor”. Es posible que ese amor resida en el enamoramiento que vivió Gerald Brenan por una España distinta a la convencional, civilizada y rígida Inglaterra. Los viajeros ingleses que recorren España después del advenimiento de la democracia elogian el gran cambio que ha sufrido el país. A la vez, envidian la capacidad de los españoles para hacer posible que el país evolucione sin traicionar sus costumbres. Y los que han hecho de nuestro país su tierra o segundo hogar sienten cierta pena al ver que la modernidad unifica, homogeniza, “globaliza” y sienten que la España de la que se enamoraron ya no existe. Quizás por eso el conflicto en Catalonialand, vivido como esperpento y drama, ha tenido tanto eco. Por algo que a los de la CUP no les gustaría nada escuchar, pero sí a los corresponsales extranjeros y sus lectores: por su “españolidad”.

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