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Pep Guardiola pega patadas a la Constitución actuando de altavoz del separatismo catalán

Miguel Ángel Gozalo | 30 de octubre de 2017

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El actual entrenador del Manchester City, Pep Guardiola, parece haberse olvidado de su trayectoria en la Liga española y en la Selección nacional, donde ha defendido los colores en 47 ocasiones. El técnico es ahora uno de los «portavoces» más mediáticos de la causa independentista.

Josep Guardiola, el Pep más famoso de la vida española, es un hombre de 46 años, políglota, cosmopolita y viajero que ha mostrado en múltiples ocasiones su talento futbolístico y su carácter enérgico, lo que le hace parecer antipático. No es de los que se refugian en los tópicos habituales de «las espadas están en alto», «sudaremos la camiseta» y «nos dejaremos la piel en el campo». A veces, hasta es ingenioso cuando tiene que replicar a algún colega o esquivar una pregunta. Pero, dado que el fútbol es la expresión máxima de las devociones populares, y él lo ha sido todo en este deporte como jugador y sigue siendo mucho como entrenador, Pep Guardiola ha renovado su influencia saltando a la arena política: se ha convertido en un potente altavoz de la causa separatista.

Como el fútbol suele tener la habilidad de mantenerse al margen de la política, aunque algunos forofos de todos los clubes jueguen al extremismo, actitudes como la de Guardiola, que últimamente no ha regateado declaraciones en favor de la independencia de Cataluña, llaman la atención y son objeto de comentarios contrarios. Guardiola, al envolverse en la bandera del nacionalismo exacerbado, hace suyas todas las mentiras del llamado «procés», confunde las churras con las merinas y llega a formular, como ha hecho a propósito del encarcelamiento preventivo de los responsables de Omnium Cultural y la ANC, los dos Jordis -Cuixart y Sánchez-, una peculiar idea sobre la democracia: cualquier demanda de la gente es mayor que cualquier ley. Montesquieu se cae de la alineación de cuantos han ayudado a que vivamos bajo el espíritu de las leyes. El «míster» no le deja ni correr por la banda.

Guardiola lleva sobre sus hombros, desde niño, la terrible carga del nacionalismo. No es una carga ligera, precisamente: hay que poner en el centro de tu vida una fe ciega en tu pequeño país; ignorar que a tu alrededor vive gente que también ha nacido allí y ama tanto a su tierra como tú, pero que cree que ese afecto puede abarcar algo más que tu aldea; hacer oídos sordos a quienes aseguran que, como han sentenciado tantos pensadores, de Stefan Zweig a Vargas Llosa, el nacionalismo es un egoísmo perverso que está en el origen de las guerras; e ignorar, entre otras cosas, que, en un mundo globalizado y en una Europa que camina hacia la unión, el nacionalismo va contra corriente y empieza a resultar anacrónico.

Pero si se ha crecido en un ambiente nacionalista y se ficha por un equipo de fútbol, el Barcelona, que lleva el nacionalismo hasta en la camiseta y presume de ser más que un club («el ejército desarmado de Cataluña», decía Manuel Vázquez Montalbán), la transición hacia el fanatismo es más fácil.

El pequeño Pep entró en La Masía (la residencia donde se forman los alevines que nutren las filas de los diversos equipos que juegan con la camiseta azulgrana) a los trece años y es de suponer que esa pasión se alimentó sin tregua. Pero es seguro que aquel niño que aprendió a saber de fútbol desde el puesto de recogepelotas, y que después, como jugador consagrado, llegaría a jugar 47 partidos con la Selección nacional española, tuvo que disimular su corazón partido. La gloria de cualquier futbolista nacido en España (o en cualquier otro país) es formar parte de esa élite que constituye los llamados internacionales. Las cuestiones políticas, por lo general, no deben interferir con el sano ejercicio físico del que unos privilegiados han hecho su lucrativa profesión.

https://www.youtube.com/watch?v=CWzlCV9Ba5Q

Cuando el niño Guardiola entró en el Barça, probablemente el nacionalismo (y no digamos el separatismo) dormía apaciblemente en aquellos tiernos corazones. Pero las cosas han cambiado. Ya hubo un jugador catalán, de cuyo nombre no puedo acordarme y no vale la pena bucear en internet para saberlo, que dijo que no sentía los colores españoles y todas esas cosas, y Luis Aragonés, un seleccionador que pasó a la crónica del fútbol con el sobrenombre de «el Sabio de Hortaleza», lo concentró con los demás seleccionados, le dio sus consejos habituales, le puso a hacer ejercicios y, a la hora del partido, no lo tuvo ni en el banquillo. Nunca más lo seleccionó.

Pero con Gerard Piqué, otro formidable futbolista del Barça, aunque especialmente lenguaraz, las cosas han cambiado. Los seleccionadores le han perdonado su reiterada petición del «derecho a decidir», pero el público, no. En todos los campos en que juega la Selección está condenado a ser la noticia principal del partido y a escuchar pitos cada vez que toca la pelota. Las redes sociales -esa opinión pública fraccionada y a veces desvergonzada que se ha adueñado de la información, llenándola de mentiras- cumplen en esto también su papel.

El gran capitán del llamado «Dream Team», el heredero de Johan Cruyff, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 1992 y triunfador en tantos escenarios, con incontables trofeos como entrenador y la Medalla de Oro del Mérito Deportivo, que es como la Laureada del deporte español, se ha metido en un jardín, a escala deportiva, parecido al que tantos quebraderos de cabeza ha producido a su contradictorio, titubeante e indeciso jefe, Carles Puigdemont. Y ha recibido las oportunas réplicas.

Escuchar hablar a Guardiola de democracia y del "pueblo",es como escuchar hablar a Falete de la dieta mediterránea.Y que me disculpe Falete.

— Javier Imbroda (@javierimbroda) October 22, 2017

Dos son dignas de ser recordadas. Una, la del ministro portavoz, Íñigo Méndez de Vigo: «La opinión de Guardiola sobre política es como la mía sobre física nuclear». Otra, la del ex seleccionador nacional de baloncesto, Javier Imbroda: «Escuchar hablar a Guardiola de democracia y del pueblo es como escuchar hablar a Falete de dieta».

Pero hubo alguien que tampoco acabó de entender a Pep: el dueño del Manchester City, el jeque de los Emiratos Árabes, Mansour bin Zayed. O sea, su señorito. Que cuando se enteró de que, según Guardiola, el día en que fueron encerrados los cabecillas de Omnium y la ANC era un día «muy triste para la democracia», preguntó: «Y esos dos, ¿quiénes son?»

No hay constancia de que el jeque le recordara eso que proclaman muchos futbolistas: «Nosotros hablamos en el campo, con el balón».

En fin, que las espadas siguen en todo lo alto.

Imagen de portada: Pep Guardiola, técnico del Manchester City (i), acompañando al presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en un acto en favor de la independencia de Cataluña| Agencia EFE
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