Hay jinetes de luz en la hora oscura
José Alberto Fernández Rodera | 24 de junio de 2018
Se recordaba en editorial reciente de la Revista Jurídica Militar que, como consecuencia de la Guerra de África (1859-1860), librada durante el Gobierno de la Unión Liberal de Leopoldo O’Donnell, la Diputación de Barcelona sufragó al pintor catalán Mariano Fortuny la ejecución de unos cuadros para honrar al general Prim, también catalán, y al Batallón de Voluntarios Catalanes, que tan relevante y heroico papel tuvo en la campaña, en particular en la batalla de Los Castillejos. Fortuny pintó tres espléndidos cuadros, La batalla de Tetuán, La batalla de Wad-Ras y La batalla de Los Castillejos. Sobre la primera batalla existe un lienzo en el Cuartel General del Ejército, obra de Francisco Sans Cabot, otro catalán, expuesto en una sala cercana al salón de audiencias, donde se conserva el diván en el que Prim fue atendido tras el atentado que le ocasionó la muerte. El corolario del editorial era melancólico, bastaba comparar la actual Cataluña con la que ponían de manifiesto esos datos, quizá no tan lejanos en el tiempo como parece.
#TalDiaComoHoy en 1860 las tropas lideradas por Prim y O'Donnell vencen en la Batalla de los Castillejos. La primera de la Guerra de África. pic.twitter.com/uFU5R2Gh47
— Archivos de la Hist. (@Arcdelahistori) January 1, 2017
Conocer la historia de una sociedad, de un país, es requisito para comprender adecuadamente el presente y también para empedrar los caminos del futuro. De lo contrario, es fácil repetir errores o perder los necesarios anticuerpos contra la demagogia e incluso arriesgar una extinción. Siempre habrá alguien al acecho para aprovechar la ignorancia o las visiones lastradas, que tanto favorecen los propósitos letales o cuando menos enervantes. Por fortuna, en los últimos tiempos han aparecido obras sumamente lúcidas sobre las raíces y realidad histórica de España, con un loable esfuerzo para aclarar situaciones y aventar tópicos. Sin exhaustividad y a título de ejemplo: Imperiofobia y leyenda negra (Elvira Roca), En defensa de España (Stanley Payne), Hispania-Spania (Santiago Cantera), La identidad española en la Edad Moderna (1556-1665) (Mateo Ballester), Grandes traidores a España (Jesús Ángel Rojo), los cinco (por ahora) tomos de la Historia Militar de España (obra coral coordinada por Hugo O’Donnell), sin olvidar la reciente edición francesa de la refundición de sendos libros de Serafín Fanjúl. Una brillante producción intelectual, pero que puede resultar estéril si quedara reservada a minorías ya conocedoras o concienciadas, sin una adecuada divulgación social y académica.
Mas hay otro aspecto que no conviene olvidar y que es complemento inexcusable de lo anterior. Toda nación relevante, con pulso, descansa también sobre estructuras basadas en el rigor, la objetividad y la común aceptación. Instituciones sólidas, en suma. El Estado autonómico ha ceñido los márgenes de lo común, de cuanto pueda generar amplia adhesión, aunque, no obstante, determinadas instituciones, que destacan por su carga simbólica, tales como la Corona, el Poder Judicial o las Fuerzas Armadas, sin desdeñar otras importantísimas, como el Servicio Exterior o la Policía, pero quizá con menor impacto alegórico, son garantía de permanencia y unidad. Otras quedaron fraccionadas en un proceso descentralizador sin parangón en países de nuestro entorno.
Las raíces históricas de España . Una nación creada tras un proceso político de ocho siglos
Volvamos al principio. Si la fortaleza institucional es imprescindible en todo Estado que se precie, su efectividad plena se labra en la educación, el conocimiento y la cultura. Sin esa vivificación, nacida de la vulgarización de saberes, deviene en cascarón vacío, frágil fachada frente a los embates de la historia. España no puede abdicar de sus fundamentos seculares y, aun cuando una compleja urdimbre jurídico-administrativa no ayude, urge un gran pacto nacional, educativo y cultural, despojado de insanas pulsiones autodestructivas. Nuestro régimen de libertades pudiera trocar en una suerte de weberiana sheindemokratie, una democracia ficticia, caso de olvidar la importancia del fortalecimiento de los pilares del asentimiento social, sin los que incluso aquellas instituciones con fuerte vocación o proyección nacional estarían en riesgo.
Hablábamos de tres instituciones. De la primera, la Corona, no hace falta recordar su valor cohesionador, puesto de manifiesto, en modo ejemplar, al socaire de recientes y lamentables acontecimientos. En cuanto al Poder Judicial, conviene subrayar que su carácter nacional es garantía de derechos y libertades, por lo que un posible fraccionamiento territorial no haría otra cosa que favorecer el caciquismo y la impunidad. No se caiga en la trampa de quienes persiguen, precisamente, ese objetivo espurio, más o menos enmascarado ideológicamente. Por último, la institución militar, garante último, dentro de los mecanismos previstos constitucionalmente, de la propia supervivencia de la nación y del Estado, según consagra el artículo 8 de la norma suprema, proyecta muy favorablemente su papel en la sociedad española, en sus misiones internacionales, intervención en catástrofes o la propia Benemérita en cuanto instituto armado de naturaleza militar.
Stanley Payne: “Las leyes de memoria histórica son siempre nocivas, nefastas y destructivas”
Y precisamente en virtud del significado institucional de las Fuerzas Armadas, y habida cuenta de la necesidad de reforzar cuanto nos une, cabe sugerir que una iniciativa como la francesa de restablecer un servicio militar obligatorio, para hombres y mujeres y de corta duración -como también Suecia ha decidido recientemente-, podría ser objeto de reflexión entre nosotros. De seguro que una medida así, con las modulaciones que fueran pertinentes -una primera cobertura voluntaria con un cupo prefijado de plazas, ventajas para ulterior acceso a la función pública, limitación a destinos auxiliares en territorio nacional-, nunca en proyección exterior de fuerzas y claro deslinde respecto de la reserva voluntaria, contribuiría eficazmente a la finalidad propuesta. Aprovéchense, pues, aquellos elementos del Estado que destilan historia y espíritu comunes para reforzar las señas de identidad de un país del que debemos estar inequívocamente orgullosos.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.