Hay jinetes de luz en la hora oscura
Mikel Buesa | 28 de septiembre de 2017
No es la primera vez que ETA aparece en el cine, pero sí en la que una película aborda el asunto del terrorismo nacionalista vasco en clave de humor. Es cierto que hay algunos precedentes literarios, aunque centrados más bien en los aspectos ideológicos del nacionalismo —en lo que podríamos considerar la plasmación actual del aranismo—, de manera que el terrorismo resulta más bien circunstancial. Es el caso de la novela de Iban Zaldua —Si Sabino viviría—, ubicada en un futuro extraterrestre en el que el planeta Nueva Euskadi necesita recuperar de la Tierra el cadáver del prócer vizcaíno. Y aún más, por ser ETA uno de los agentes involucrados en su trama, del relato de Carlos Eugenio López Guarín —El factor Rh—, centrado en la resolución de una hipotética crisis terminal del Athletic de Bilbao, a punto de bajar a la segunda división. Ambas son obras menores, aunque aseadas en cuanto a su calidad literaria, en las que se busca resaltar las debilidades de una ideología más bien anacrónica y las contradicciones de una sociedad en la que las tradiciones inventadas por el nacionalismo chocan con la modernidad de su cotidianeidad. Y en ellas, el humor juega un papel amable que ayuda a visualizar el asunto, aunque sin entrar en un análisis crítico de naturaleza política.
❎Guardias civiles denuncian a Netflix por humillar a las víctimas en su campaña «Fe de etarras» https://t.co/zC4I6LTPHc pic.twitter.com/sjLIxfJSvJ
— La Razón (@larazon_es) September 21, 2017
Pero en el cine no hay precedentes, salvo tal vez el de Ocho apellidos vascos, la película de Emilio Martínez-Lázaro en la que el divertimento se desenvuelve siempre en el marco de los tópicos regionalistas, sin el menor espíritu analítico y crítico, y sin alcanzar para nada a las derivaciones totalitarias de la ideología nacionalista que se destila en ellos. Tal es así, incluso, en la secuencia de la kale borroka, donde en momento alguno se vislumbra el sufrimiento con el que muchos vascos han soportado ese tipo de episodios de violencia terrorista, ni tampoco su conexión política y orgánica con la propia ETA.
Ahora llega, en el Festival de San Sebastián, la película de Borja Cobeaga Fe de etarras, de la que no tenemos más que un avance de medio minuto y que no se estrenará hasta entrado el mes de octubre. Por eso, no puedo referirme a su contenido, a su menor o mayor acierto narrativo o al análisis político que, inevitablemente, sea de manera explícita o implícita, se desprenderá de ella. Lo único que conocemos de este film es el cartel con que Netflix, la compañía productora con Mediapro, la ha publicitado en San Sebastián, con un estilo más bien provocador y cuya lectura es más bien inquietante. En efecto, el cartel lleva tachadas tres veces la palabra español antes de exponer el título de la película. La interpretación es inmediata, pues en efecto ETA lo que hizo a lo largo de una campaña que duró medio siglo fue eliminar, matándolos, a varios centenares de españoles que se oponían a sus pretensiones políticas. Pero lo que se sugiere es aún más grave, pues el mencionado título no es más que un juego de palabras que conduce a pensar que, según los autores del film, aquellos asesinatos no fueron más que una cadena de errores. Por cierto, que no es la primera vez que al menos una parte de los atentados de ETA —y de las víctimas consiguientes— se califican como errores. Por ejemplo, en el libro de José María Calleja e Ignacio Sánchez-Cuenca La derrota de ETA, ello se afirma con respecto a varios casos (véase las págs. 143 y 144) e incluso se cuantifican en 15 las víctimas derivadas de «errores» (pág. 159) y, como colofón, se acaba describiendo el atentado de Hipercor como «un trágico error» (pág. 163).
Parchís, vuvucelas o croquetas recién hechas. Todo vale para matar la espera en un piso franco. #FeDeEtarras llega el 12 de octubre. pic.twitter.com/wfdc8wkCcK
— Netflix España (@NetflixES) September 5, 2017
No me extraña que el cartel haya indignado a las víctimas de ETA y que hayan llevado el asunto a la Audiencia Nacional, aunque supongo que no tendrá mayor recorrido jurídico. En contraste, la película también cuenta con defensores. Es el caso del portavoz del PP en el Parlamento Vasco, Borja Sémper, quien ha señalado en un mensaje de Twitter que «una peli que se ríe de los etarras no avala a los etarras», sino que «es exactamente lo contrario». Curioso este razonamiento del líder conservador que, en lo sustancial, coincide con el expresado por el director del Festival de San Sebastián, José Luís Rebordinos, quien ha expresado lo siguiente: «Por supuesto que hablamos de una banda fascista y asesina. Pero, dicho eso, me apetece mucho reírme de esos desgraciados. Es sano». Por mi parte, solo añadiría que, para desgraciados, los que han muerto a manos de ETA, los que han sido heridos, los que han visto devastados sus bienes, los que, como yo, hemos enterrado a aquellos, los que les lloramos día tras día, los que nunca veremos restaurado nuestro desastre, los que, gracias a esos objetos de hilaridad cinematográfica, arrastraremos nuestra congoja hasta que de nosotros no quede ni una mota de polvo. Puede ser que la risa no avale a los etarras, pero habrá que comprobarlo y, sobre todo, habrá que verificar que los censura. Porque con la risa se corre el riesgo de presentar una versión amable de los terroristas que elude no solo el análisis de su comportamiento, sino la condena de su trayectoria violenta. Por eso, en este asunto la risa me parece, a priori, una mala idea, aunque estoy abierto a modificar mi juicio.
Voy a tener que hacer un hilo explicando q una peli que se ríe de los etarras no avala a los etarras??!!
— Borja Sémper (@bsemper) September 19, 2017
Que es exactamente lo contrario?
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.