Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ana Samboal | 05 de junio de 2017
Ocurrió en la última cumbre de la OTAN. Como buen anfitrión, Macron se dirige a recibir a sus invitados. Cara a cara, frente a frente, avanza decidido hacia Donald Trump. Al llegar a su altura, se gira, le da la espalda y saluda con afecto a Angela Merkel. Dos apretones de manos más y solo después tiende la mano hacia el presidente de los Estados Unidos. El inquilino de la Casa Blanca, como acostumbra, tira hacia sí de su interlocutor con fuerza. El presidente francés hace lo propio. Cuando Trump repite el gesto, Macron lo para en seco, firme, sujetándolo a la altura del codo. El resto observa. No pierden la sonrisa, pero se adivina la tensión. Nunca un puñado de gestos dio para tanto. Al terminar la reunión, la canciller alemana confirma las sospechas: “Los tiempos en los que podíamos confiar en los otros se han acabado”, dice Angela Merkel.
https://www.youtube.com/watch?v=7SHwlSqgY5MEl equilibrio de fuerzas internacionales se está moviendo a pasos de gigante ante nuestros ojos. El mundo que conocimos ha cambiado, las alianzas se redefinen. La crisis económica hizo temblar la tierra bajo nuestros pies. Se acabaron las certezas. La pérdida de los valores heredados de la cultura clásica y de la tradición judeocristiana, la corrupción y la sensación de injusticia y desigualdad terminaron por abrir de par en par las puertas a los populismos. Paradojas de la vida, en un mundo cada vez más interconectado hemos abandonado la cooperación y la asociación para entrar en la era del egoísmo. Lideradas por los Trump, May o Le Pen, las naciones desorientadas buscan la sensación de seguridad perdida mirándose el ombligo. Es el “sálvese quien pueda”. Y pueden salvarse los grandes. A los pequeños, solo la unión nos garantiza la fuerza.
El eje transatlántico seguirá siendo uno de los pilares de la escena mundial. Pero en esta nueva era, Europa, que se abandonó en brazos de EE.UU. tras la II Guerra Mundial, tendrá que tomar de nuevo las riendas de su propio destino.
La primera ministra británica promete fronteras cerradas, como si los terroristas que han atentado en su suelo no hubieran nacido en sus propios hospitales, cobrará tasas a las empresas que contraten extranjeros, aunque con ello no haga más que dañar la competitividad de su tejido productivo y deje sin cobertura muchos puestos de trabajo necesarios. Trump ha celebrado con efusividad el brexit. No cabe duda de que debilita a Europa. Siempre han recelado los presidentes americanos de la Unión, pero nunca habían llegado a tal extremo. El empresario reconvertido en político ha dado un giro de 180 grados a la política exterior de Obama. America First, sí, pero América también como la gran potencia internacional, el imperio poderoso. Se acabó el poder soft. No puede entenderse de otro modo su intervención armada, fulminante, en Siria o Afganistán. Sin embargo, parece preocuparle lo mismo que a su antecesor: la pujanza de China, la amenaza que llega del lejano Oriente. Solo así se entienden sus coqueteos con Vladimir Putin. El zar ruso ha cobrado un protagonismo inesperado en la escena internacional. En la sombra, ha armado un ejército de piratas capaz de interferir en las elecciones de Estados Unidos o Francia. Abiertamente, ha jaleado a los candidatos más nacionalistas. Se ha convertido en un invitado inexcusable en las cumbres. A pesar de sus alianzas indeseables con Irán o Siria, no le pueden obviar. Pero no es un invitado amable. Tal vez por eso, Macron lo recibió en la Galería de las Batallas de Versalles. Un mensaje más, sin duda cargado de significado, del nuevo presidente francés. Llegan nuevos tiempos. Sin duda interesantes, pero mucho más convulsos, en los que la Unión tendrá que decidir qué rol quiere jugar.
Nos unen demasiados lazos. Lazos económicos, políticos o culturales. El eje transatlántico seguirá siendo uno de los pilares de la escena mundial. Pero en esta nueva era, Europa, que se abandonó en brazos de los Estados Unidos tras la II Guerra Mundial, tendrá que tomar de nuevo las riendas de su propio destino. Bien lo ha adivinado Merkel. El diagnóstico está hecho. Ahora falta lo más difícil: lograr una Unión más estrecha, decidida a llegar a acuerdos que hagan sonar una voz única en el concierto internacional, atractiva para sus propios ciudadanos. Macron está decidido a reformarla para alcanzar esos objetivos. Quizá sea nuestra última esperanza. Si no logra su objetivo, podemos vernos condenados a convertirnos, en el mejor de los casos, en un reducto espiritual.