Hay jinetes de luz en la hora oscura
Miguel Ángel Gozalo | 07 de mayo de 2018
ETA, la última banda terrorista que quedaba en Europa, cerró el negocio en octubre de 2011. Durante medio siglo había matado de forma cruel con un objetivo que desde el primer momento resultaba inalcanzable: conquistar por las armas la independencia del País Vasco. Pero ese octubre, acorralada por las fuerzas policiales, con trescientos militantes en prisión, con su dirección varias veces desarticulada, sin un santuario seguro y enfrentada a una democracia que no bajó la guardia, no tuvo más remedio que claudicar, como el jugador de ajedrez que, con el jaque mate acechando, decide derribar la figura de su rey. ETA se rindió.
Pero abandonar las armas sin más resultaba poco glorioso. Y la banda ha decidido organizarse su propio funeral, con presencia del PNV, Bildu y Podemos, y el acompañamiento escénico de un autoproclamado Grupo Internacional de Contacto, que preside un abogado sudafricano llamado Brian Currin. La cita, a la que se le ha querido dotar de solemnidad y proyección internacional, ha consistido en reunir en el Palacio de Arnaga, de la localidad de Cambo-les-Bains, cercana a Bayona, a diversas personalidades, para leer a varias voces un manifiesto, certificando las buenas intenciones futuras de estos guerreros vencidos, que ahora podrán dedicarse a «la normalización estratégica de la convivencia», como han subrayado, en un comunicado conjunto, los presidentes de los gobiernos del País Vasco y Navarra, Íñigo Urkullu y Uxue Barcos, reunidos por su cuenta para pedir el acercamiento de los presos etarras.
La petición de perdón de ETA es un simple velo que enmascara su reivindicación separatista
ETA se disuelve tras medio siglo de terrorismo, 853 asesinatos, miles de heridos y un historial sanguinario que desemboca en una amarga pregunta: todo esto, ¿para que ha servido? ¿Qué queda de ETA que, como reflexionaba un achacoso Quevedo, no sea recuerdo de la muerte?
Esta despedida sin gloria se ha producido tras hacer público un comunicado, leído en castellano y en euskera por Josu Ternera, un histórico de la banda (¡que llegó a presidir la Comisión de Derechos Humanos en el Parlamento vasco!), ahora en la clandestinidad, y por Anboto, una etarra especialmente despiadada, en prisión en Francia.
En la recepción en ese caserío de Cambo, en el que vivió, mientras escribía Cyrano de Bergerac, el gran Edmond Rostand, se ha descolgado el ex secretario general de la ONU, Kofi Annan, que se ha limitado a mandar una mensaje de «ánimo, muchachos», pero no han faltado algunos personajes relevantes, como Bertie Ahern, ex primer ministro de Irlanda (que habló de presos políticos), Gerry Adams, líder del Sinn Fein, y el pintoresco Cuauhtémoc Cárdenas, exalcalde de México, e hijo de Lázaro Cárdenas, el general que acogió a los refugiados españoles después de la Guerra Civil. Cárdenas Jr. se permitió decir, según han contado los cronistas del funeral, que en España no hay libertad.
Entre reproches al Estado español, se pidió el acercamiento de los presos, pero no se pronunció la palabra terrorismo. El presidente del PNV, Ortúzar, que es quien le ha sacado a Rajoy la subida de las pensiones mediante una llave de lucha libre conocida como Presupuestos, no tuvo más remedio que lamentar que ETA no hubiera pedido perdón a las víctimas. Ni el PP ni el PSOE ni Ciudadanos se quisieron sumar al espectáculo.
Pero España no lo ha visto con indiferencia. Aunque el «adiós a las armas» de ETA ya produjo el consiguiente alivio hace siete años, esta ceremonia ha servido, sobre todo, para recordar que, como escribió el buscador de nazis Simon Wissenthal, los asesinos viven entre nosotros (quedan 358 muertes sin aclarar) y que, como afirmó Rajoy en una impecable declaración institucional, «los crímenes de ETA se seguirán investigando; sus delitos se seguirán juzgando y, en su caso, condenando; y las condenas se seguirán cumpliendo», porque «no hubo ni habrá impunidad».
Es lo que se merece el honor de las víctimas de una locura criminal que intentó estrangular a una joven democracia, escribiendo con sangre inocente las páginas más amargas de la reciente historia de España. Lo ha resumido con lucidez y generosidad una de las víctimas más emblemáticas del terrorismo etarra, Irene Villa, que perdió sus piernas en un atentado salvaje y asegura que se puede perdonar para tener una vida en paz, pero no olvidar, porque el olvido sería una traición a las víctimas. Aquella niña, que sobrevivió de milagro, se ha convertido en un icono de la reconciliación y de la auténtica idea de justicia: el que la hace la paga, aunque se le perdone.
VÍDEO @DebatAlRojoVivo | Irene Villa valora la disolución de ETA: "Yo les doy el perdón por vivir en paz, sin tener odio en mi corazón" #ETADerrotadaARV https://t.co/bZtUlKQWAh
— laSexta (@laSextaTV) May 4, 2018
Ahora empieza la batalla de la opinión pública, en la que los terroristas se han mostrado tan eficaces como con el tiro en la nuca y la bomba lapa. Según los expertos, lo que quede de ETA va a intentar que la guerra siga por otros medios. Por ello, no hay que permitir que se burle la ley (para eso está el Estado), ni que la banda blanquee su pasado.
Hay que seguir recomendando la lectura de Patria, esa monumental acta del terror levantada por Fernando Aramburu, y recordar los versos de la bertsolari Maialen Lujanbio que, según ha contado María Martín en El País, figuran, como expresión de este momento expectante, en la piedra de un monolito levantado en Hernani, el pueblo que -según dicen- inspiró la novela: «El tiempo no podrá hacerlo todo, ni el viento, ni la lluvia. Solo la voluntad de hablarnos».
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.