Hay jinetes de luz en la hora oscura
Redacción El Debate | 06 de junio de 2018
Pedro Sánchez se convirtió en el séptimo presidente del Gobierno de la democracia tras prosperar su moción de censura contra Mariano Rajoy. Ha dado a conocer algunas líneas maestras que pretende seguir su nuevo Gobierno, como un mayor diálogo en Cataluña, mantener los Presupuestos aprobados por el Partido Popular y sacar adelante aquellas peticiones que demandaba parte de la oposición, hoy unida en su apoyo, como derogar la llamada ‘ley mordaza’ y reestructurar RTVE. Pero, ¿qué se le pide hacer además?
Ser presidente de todos los españoles. Respeto a la Constitución y altura de Estado para abordar con firmeza la intentona soberanista. Y no interrumpir la mejora económica, de manera que el beneficio alcance a los sectores más deprimidos de la sociedad.
El objetivo prioritario de Pedro Sánchez va a ser simplemente aguantar el tiempo que pueda. Porque la composición de los apoyos de su Gobierno no le va a permitir más. Él sabe que cada área que abra o cada reforma importante que pretenda emprender le generará un problema. Si es en tema territorial, con los separatistas. Si es en tema social, con Podemos. Y si es en tema económico o de territorialización de fondos o inversiones, con todos a la vez. Con lo que la consigna de la nueva legislatura será: política de gestos llamativos y mediáticos para disimular la parálisis reformista real.
Puede parecer una paradoja, puesto que han sido los separatistas y la izquierda antisistema los que lo han llevado en volandas hasta La Moncloa, pero el gran reto al que se enfrenta Pedro Sánchez es el de unir al país en torno a un gran proyecto nacional. Él mismo se ha colocado voluntariamente en el centro del tablero político tratando de hacer ver a los españoles que con su posición dialogante podría colocar los puentes entre la derecha sociológica, que goza de una mayoría incontestable según las encuestas, y los independentistas, que quieren romper el proyecto nacional. Por eso, su misión es encontrar los caminos que conduzcan a los rebeldes a la ley. Para modificarla si así lo quieren todos los ciudadanos, pero solo desde la misma ley, desde la Constitución. ¿Misión imposible? Hercúlea sí, desde luego. Pero él ha decidido aceptarla. A menos que haya entrado abruptamente en La Moncloa solo para cebar la propia vanidad. Confiemos en que no sea el caso. Lo veremos muy pronto, porque a este presidente no se le darán ni los cien días de gracia.
No hay una respuesta posible. Pedro Sánchez se presentó en el Congreso sin un programa de Gobierno, por lo tanto no sabemos cuál es su prioridad. En cambio, sí conocemos sus dos primeros objetivos: echar a Rajoy de La Moncloa, lo ha conseguido con la llamada coalición del rechazo -como ha escrito Santos Juliá- y permanecer en el poder hasta el final de la legislatura.
Pedro Sánchez debe aclarar en qué medida el apoyo que le han dado los nacionalistas va a comprometer o no su visión respecto a la unidad de España y al actual desarrollo del Estado de las Autonomías. ¿Realizará concesiones a los catalanes? ¿Profundizará las transferencias a las comunidades autónomas gobernadas por los nacionalistas? ¿Qué proyecto político tiene para España? Pedro Sánchez tiene la ventaja de que recibe un país en una situación económica mejor que la que dejó su predecesor José Luis Rodríguez Zapatero, pero su talón de Aquiles estará precisamente en sus nuevos socios. Unos socios difíciles de satisfacer. Por ello, tendrá que radicalizar su discurso si quiere mantener su apoyo en el Congreso. El Sr. Sánchez creerá que la debilidad del PP le dejará respirar un tiempo y agotar la legislatura, pero no debe olvidar que la mayoría social, la mayoría que decidió quién debía tomar las riendas del gobierno de España, es contraria a su proyecto político, por lo que el PSOE ha iniciado un peligroso viaje, sin rumbo fijo.
En materia económica, el principal reto del nuevo Gobierno será, sin duda, mantener la senda de reducción del déficit llevada a cabo en los últimos años. España tiene que reducir su agujero fiscal del 3,1% del PIB al 2,2% este año, lo cual implicará contener el gasto e incrementar la recaudación. Sin embargo, para ello también será clave mantener en pie la reforma laboral y, sobre todo, no introducir nuevas medidas que puedan resultar lesivas para su crecimiento. Un radical cambio de rumbo en la política económica hacia un mayor intervencionismo y presión fiscal podría acabar truncando la recuperación, especialmente ahora que el contexto internacional se ve sacudido por ciertas turbulencias, como el proteccionsimo comercial, la subida del petróleo o la situación política de Italia
Echar a Rajoy ha sido el punto de partida. El escalón más fácil de sortear y ahora viene la escalinata. Con 84 escaños no hay gobierno que aguante si no logra complicidades explícitas y nunca gratuitas. Y es aquí cuando comienza la aventura que no va durar, ni mucho menos, dos años. La política española se caracteriza en los últimos tiempos por lo imprevisible de los acontecimientos, pero no hay margen para una excesiva duda. Los independentistas catalanes no están dispuestos a replantearse sus máximos, Podemos no quiere —pese a la aparente generosidad de Iglesias— ir a elecciones, siendo mera muleta del PSOE, y el PNV, en el fondo, de aventuras lo justo. Europa nos vigila y los ajustes continúan siendo necesarios. ¿Qué margen tiene el presidente? Gestos, muchos gestos para marcar impronta, y decretos, todos los que le sean posibles para dar satisfacción a quienes son imprescindibles para una mínima gobernabilidad. Pablo Iglesias y Quim Torra ven en Sánchez una oportunidad. Lo que no sabemos es qué ve el presidente. En España, lo imprevisible acaba convirtiéndose en realidad.
Paradójicamente, la prioridad de este Gobierno habrá de ser la de evitar que quienes le han apoyado para acceder al poder no lo utilicen para ahondar en el ataque al Estado de derecho y en la desestabilización, ruptura y desprestigio internacional de España y nuestra democracia: el único que ha sido plenamente transparente sobre sus intenciones al respecto ha sido Bildu, afirmando que «solo operamos pensando en cómo debilitar y acabar con los consensos del régimen del 78» (es decir, acabar con el régimen de derechos y libertades que instaura la Constitución de 1978, con voluntad y capacidad de concordia, reencuentro y acuerdos históricos). Lejos de ello, España y su Gobierno deben tener como objetivo cerrar de modo definitivo su modelo territorial e institucional, con verdadera voluntad de acuerdo y auténtico sentido del compromiso y de la lealtad de todas las fuerzas políticas. Debe afrontar una auténtica regeneración, superando la crisis económica, social, política, institucional y hasta nacional que hemos sufrido, con una catarsis precisamente en esos mismos ámbitos, con las reformas estructurales (cultural, educativa, administrativa, política, institucional) que no se han llegado a abordar o culminar. No obstante, de momento, en las intervenciones de apoyo a la moción lo que se ha visto es que la deslealtad y el cinismo han pasado de desviación oportunista -como hasta ahora- a ser elevados al rango de principio fundamental de actuación política.
Si la situación política fuera de esa lógica mínima coherencia -vergüenza- y normalidad (querer mejorar nuestra democracia y no destruirla), la prioridad técnica del Gobierno habría de ser la de la definitiva elaboración y aprobación de una nueva Ley de Enjuiciamiento Criminal, un nuevo Código Procesal Penal. Tras décadas de obligación incumplida al respecto, seguimos teniendo una ley decimonónica, parcheada en innumerables ocasiones: debemos dotarnos de una ley integral, coherente, que permita una Justicia eficaz y moderna para el siglo XXI, tomando posición sobre importantes cuestiones relevantes pendientes.
Cataluña, el objetivo prioritario e ineludible de Pedro Sánchez. La sociedad española no es tan ingenua como cuando gobernó José Luis Rodríguez Zapatero. La credibilidad de Sánchez depende de su discurso y proceder respecto del desafío catalán. Creo que lo sabe. Tenderá la mano, ofrecerá diálogo, pero no debe salirse de los parámetros que han establecido las banderas en los balcones. Cataluña es su desafío y su oportunidad. Los nacionalistas no van a apretar al principio; él tiene la oportunidad de acorralarlos: si los descontenta, habrá elecciones, pero su figura crecerá. En este sentido, tácticamente, su prioridad es ganar tiempo, dotar de credibilidad a su Presidencia para renovarla con un mensaje muy claro: en año y medio no dio tiempo ni el margen de maniobra era suficiente. No va a emprender aventuras y acierta plenamente con Josep Borrell: Cataluña y Europa son la misma cosa. Ese es su mensaje.
Pedro Sánchez sabía que en unas elecciones iba a ser prácticamente imposible poder alcanzar La Moncloa. La moción de censura le proporcionó una oportunidad con la que no tenía nada que perder y sí mucho que ganar. Una vez investido como presidente, el objetivo prioritario de Pedro Sánchez debe ser el de seguir luchando por mantener la unidad de España, sin ceder a los deseos independentistas. Con la llegada de Josep Borrell al Ministerio de Exteriores, parece frenar las ansias de los que pretenden la independencia. Sánchez debe gobernar para todos, pensando en el bien de todos los españoles, aprovechar los vientos de cola en materia económica y de empleo que ha recogido de su antecesor. Sin olvidar que su Gobierno no es aquel que los españoles decidieron mayoritariamente con su voto.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.