Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ainhoa Uribe | 23 de mayo de 2018
Venezuela vive una pesadilla: los resultados de las elecciones generales celebradas el pasado domingo 20 de mayo revelan que solo el 29 por ciento de los venezolanos apoya al régimen actual. El presidente, Nicolás Maduro, ha logrado una magra victoria (por mucho que se niegue a reconocerlo), ya que el dato de abstención es espectacular: solo ha participado cerca de un 40 por ciento del electorado (mientras que en las anteriores elecciones generales participó más del 70 por ciento de la población).
Los venezolanos están cansados. La oposición ha contado con numerosas dificultades en el proceso, no se han dado las garantías adecuadas para calificar las elecciones como limpias y democráticas, y muchos de sus dirigentes están presos, detenidos en sus domicilios o inhabilitados para ejercer un cargo público. Ante esta situación, la abstención ha sido el arma de guerra de protesta.
Una abstención “normal” sería aquella que se sitúa en torno al 20 o 30% de la población, es decir, cuando 2 o 3 de cada 10 votantes no acuden a las urnas. Por el contrario, si el volumen de personas que no va a votar es muy superior a esta cifra, como ha ocurrido en Venezuela (donde casi 6 de cada 10 venezolanos se han quedado en su casa), eso significa que estamos ante una abstención que podríamos calificar de beligerante, racional y activa. Es una protesta social para demostrar que las elecciones no son legales y, por ello, no cuentan con el respaldo de la sociedad. Desde esta perspectiva, la abstención beligerante y masiva de los venezolanos deslegitima plenamente los resultados.
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Un gobierno no puede ni debe mantenerse a flote si 6 de cada 10 ciudadanos le dan la espalda no participando en esa farsa, en ese teatro electoral. La escenografía puede parecer democrática por el hecho de que se contabilizan votos, pero la regla básica de unas elecciones democráticas no reposa en que se cuenten votos, sino en que dichas elecciones se celebren por sufragio universal, secreto, libre, igual y directo, así como con garantías para la libre expresión y participación de la oposición en los comicios, lo cual no ha sucedido.
Las elecciones no servirán para solucionar nada, sino más bien al contrario, ya que alargarán la agonía del país. Venezuela se desangra por los cuatro costados. La situación social es insostenible y el drama humanitario es impresionante: faltan alimentos y medicinas, pero el régimen lo niega y no acepta ayuda internacional. Nicolás Maduro pretende perpetuarse en el poder de nuevo, llevando al país a la extenuación.
Venezuela ha pasado de ser una nación próspera y una democracia estable a ser un sistema dictatorial y uno de los países más violentos del mundo. La debilitada economía y la galopante inflación han generado, además, un control gubernamental, absolutamente corrupto, sobre los productos de primera necesidad. Esta situación no cesará a corto plazo, por mucho que la oposición convoque manifestaciones en la calle o rechace los resultados electorales. Es necesario, a nivel interno, que el Ejército y la Policía apoyen las revueltas sociales, en lugar de cargar contra ellas. Y, en el plano externo, hace falta una respuesta firme y contundente de la comunidad internacional, así como la acción de los medios de comunicación, las redes sociales y la opinión pública internacional para apoyar a la sociedad civil venezolana.
“En Venezuela el conflicto existente no es entre derecha e izquierda, sino entre el bien y el mal”
El expresidente José Luis Rodríguez Zapatero hace un flaco favor a la democracia si negocia con dictadores o busca el diálogo. Los dictadores, de izquierdas o de derechas, no entienden de negociaciones, pactos o diálogos. Los dictadores populistas que se autocalifican como “demócratas” tampoco, por mucho que usen cientos de veces al día la palabra “democracia” en el marco de una supuesta revolución bolivariana. Para ellos, la democracia es que el pueblo avale sus decisiones. Ellos son los únicos que dicen entender al pueblo oprimido, al que quieren redimir de su sufrimiento. Un sufrimiento causado por un enemigo externo, ya sean los “gringos” o el “imperialismo”, como dirían Nicolás Maduro y el fallecido Hugo Chávez.
En el proceso electoral de Venezuela no se han respetado los mínimos estándares democráticos. España estudiará junto a sus socios europeos las medidas oportunas y seguirá trabajando para paliar el sufrimiento de los venezolanos. MR
— Mariano Rajoy Brey (@marianorajoy) May 21, 2018
Es difícil que, a nivel interno, el Ejército o la Policía dejen de usar sus cargas contra los manifestantes. Muchos de los altos cargos del Ejército tienen acceso a dólares a precios irrisorios. El Ejército controla también el lucrativo negocio de la distribución de alimentos. Por ello, la comunidad internacional, los medios internacionales y la opinión pública deben dar la batalla para no aceptar unos resultados electorales que no son legítimos y obligar al gobierno de Maduro a celebrar unas elecciones limpias, con garantías para la oposición. Donald Trump ha sido uno de los primeros en reaccionar y ya ha anunciado el endurecimiento de las sanciones contra Venezuela.