Hay jinetes de luz en la hora oscura
Pedro González | 19 de febrero de 2018
Salvo los más ilusos, todo el mundo sabía que las negociaciones de Santo Domingo entre el Gobierno venezolano de Nicolás Maduro y la oposición acabarían en ruptura. Los delegados maduristas solo querían la aquiescencia de esa oposición para aceptar las condiciones establecidas por el régimen chavista para las elecciones presidenciales, fijadas unilateralmente para el próximo 22 de abril. Con ellas, Maduro aspira a exhibir una victoria aplastante en las urnas, una vez eliminados de la competición todos los adversarios que podrían derrotarlo.
Para sorpresa de esos mismos ilusos, uno de los mediadores, el expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero se apresuró a conminar a los opositores venezolanos a que aceptaran el diktat madurista, so pretexto de que no había otra opción posible. No parece que fueran de la misma opinión la inmensa mayoría de los países latinoamericanos. Baste citar al canciller chileno, Heraldo Muñoz, que declaró que “las elecciones convocadas por el Gobierno de Maduro no cumplen ninguna de las mínimas garantías democráticas universales porque no son libres ni transparentes”.
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Muñoz anticipaba así la decisión adoptada por la Mesa de Cancilleres del Grupo de Lima, una alianza constituida por 14 países del continente americano: Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Costa Rica, Guatemala, Guyana, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú y Santa Lucía. La decisión en cuestión consiste en excluir al Gobierno de Venezuela de la VIII Cumbre de las Américas, que ha de celebrarse en Lima, los días 13 y 14 de abril de 2018.
Es una medida grave, en tanto que supone revocar la invitación que Perú, como país anfitrión, había cursado ya a Venezuela. En consecuencia, Maduro, señalado así como un apestado, será probablemente el único presidente de los países que integran la Organización de Estados Americanos (OEA) en no acudir a una cita que se augura como trascendental para el continente americano.
Readmitida Cuba, y a pesar de la dependencia que tiene La Habana del petróleo venezolano, no parece probable que Raúl Castro, o su sucesor si el líder cubano decide dar cumplimiento a su promesa de retirarse, se ausente de la cumbre.
Las otras dudas son Bolivia y Nicaragua. El presidente boliviano, Evo Morales, es el aliado más sólido que aún le queda a Nicolás Maduro. De hecho, Morales reaccionó de inmediato a la decisión de los cancilleres del Grupo de Lima, acusándolos de “transgredir el principio de no intervención” y de “haberse prestado al plan golpista urdido por Estados Unidos”. En cuanto a Nicaragua, una vez que Daniel Ortega parece definitivamente asentado en un poder de reelección indefinida, ha empezado a matizar su anterior apoyo incondicional al chavismo-madurismo.
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El resto del antiguo eje bolivariano ha cambiado, de gobiernos simpatizantes y seguidores de Hugo Chávez a distanciarse o incluso enfrentarse abiertamente a Nicolás Maduro. El Brasil de Michel Temer no es el de Lula da Silva o Dilma Rousseff; el Ecuador de Lenin Moreno es muy diferente al de Rafael Correa; el Perú de Pedro Pablo Kuczynski va mucho más lejos en su antagonismo que lo fuera con Ollanta Humala y, en fin, la Argentina de Mauricio Macri es el polo radicalmente opuesto al representado por el matrimonio Kirschner.
Así pues, los vecinos, tanto los fronterizos con Venezuela como los más alejados dentro del continente, contemplan cada vez más a Nicolás Maduro como un dictador a quien solo interesa la conservación del poder por todos los medios, entre ellos los de encarcelar a cualquier líder opositor susceptible de derrotarlo en las urnas o espolear a los piquetes de sicarios bolivarianos a que maten a sangre fría a quienes se distingan en la protesta callejera.
Para un continente que ha recobrado con gran esfuerzo gran parte de los parámetros de una democracia homologable, la gota que colmó el vaso de los desafueros en Venezuela fue la instauración de la Asamblea Nacional Constituyente, una institución que no solo se cisca en la voluntad popular, al arrebatar el poder legislativo a la verdadera y legítima Asamblea Nacional, sino que adopta medidas ejecutivas, destinadas todas ellas casualmente a cercenar por completo cualquier resquicio de poder o influencia que pueda quedarle aún a la oposición. Como reacción latinoamericana, con el añadido de Canadá, Guyana y Santa Lucía, nació el Grupo de Lima, que ahora ha propinado esta estocada a Maduro.
No será, sin embargo, fácil derrocar a la tiranía chavista-madurista. La China de Xi Jinping y la Rusia de Vladímir Putin se están haciendo a marchas forzadas con la propiedad de las reservas de petróleo y de concesiones agrarias, inmobiliarias y de servicios. Pekín y Moscú son prácticamente los únicos prestamistas que aportan liquidez a una Venezuela cuya población, carente cada vez más de los productos más básicos, escapa del país; primero, hacia España, pero ahora de manera masiva hacia Colombia, Perú o Brasil, en donde esa avalancha masiva de refugiados económicos está causando importantes problemas sociales. Mientras tanto, chinos y rusos se cobran las deudas en participaciones crecientes en las explotaciones petroleras, así como en grandes extensiones de tierras.
Los ingresos petrolíferos de PDVSA, con el crudo a menos de 80 dólares el barril, no dan obviamente para que el régimen se ocupe de mejorar las dramáticas condiciones de una población severamente empobrecida, pero sí sirven para que la cúpula chavista pueda seguir amasando fortunas y poder, sostenida por funcionarios y militantes sobre los que derraman pequeños privilegios y dádivas, como disponer de cartillas de racionamiento.
Maduro también ha colocado a cientos de generales (es el país del mundo con mayor proporción de generales con respecto al total de los efectivos militares) al frente de todo tipo de empresas y servicios. Ha anulado así buena parte de las capacidades del ejército para sublevarse.
En consecuencia, y descartada una intervención directa (que es lo que más desearía el chavismo para justificar su dictadura), las potencias de América confían en que el boicot a Maduro y el aislamiento de su régimen tiránico sean las palancas del cambio.