Hay jinetes de luz en la hora oscura
Antonio Piñas | 14 de febrero de 2017
El Congreso de los Diputados pide al Gobierno una reforma del Código Civil para cambiar el estatus de los animales de compañía y evitar que sean tratados como «cosas» en situaciones como el embargo. El animalismo gana fuerza en la sociedad y sus corrientes más radicales hablan incluso de una igualdad de derechos con los seres humanos.
Hace unos meses me comentaba un amigo, profesor de Filosofía en secundaria, que un docente de su Instituto, también filósofo, le había dicho que se negaba a hablar de Derechos Humanos a sus alumnos, aun siendo este un contenido curricular de su asignatura. Preguntado por las razones de su decisión respondió que, desde su punto de vista, los Derechos Humanos eran un producto etnocéntrico y que, además, había que dejar de considerar al hombre como un ser con mayor dignidad que el resto de animales. Debido a ello, continuó, desarrollaría unos contenidos (al margen del currículo oficial) sobre los derechos de los animales y orientados a trascender la “ideología” sobre la dignidad humana.
Confieso que sentí temor pensando lo inadecuado que es transmitir una visión sesgada e ideologizada a personas en proceso de adquirir un pensamiento crítico.
Es cierto que, de vez en cuando, la comunidad científica parece no ser muy neutral y que el juego de intereses prima sobre la verdad. Esto ocurre no sólo en Filosofía, por mucho que algunos piensen que es la disciplina de la pura subjetividad, sino también en otros saberes que tratan sobre “hechos”, tan objetivos, como la Historia, la Medicina, el Derecho, la Economía, etc. Ante un hecho (crisis económica, enfermedad, remedio farmacológico, acontecimiento histórico, etc.) surgen valoraciones que, como la tinta del calamar, nos impiden contemplar la realidad.
Supongo que quienes han utilizado y utilizan el neologísmo posverdad (post-truth) quieren expresar el estupor que sentimos al no saber “a qué atenernos” porque la realidad queda manipulada por opiniones y emociones que llegan a tener más poder de convicción que los “hechos ciertos”. Algunos no entendemos que se invente un vocablo cuando ya existe otro, más preciso incluso, para denotar una tendencia humana, muy humana: dejarse llevar por la “opinión” y/o la emoción.
Parménides se refirió a la opinión con el término doxa (que admite dos grados: la imaginación y la creencia). La doxa es un grado intermedio de conocimiento entre la ignorancia (no saber) y la ciencia (la captación del ser o la esencia). Luego la opinión no es de por sí perniciosa, lo problemático es la conversión de una opinión en una verdad o, aún peor, considerar, como los sofistas, que, si existe la verdad, el mayor acercamiento posible es la opinión. Abundan los debates en los que prima el compartir opiniones y emociones pero ¿qué sucede con los datos “ciertos”?
De nuevo la homo mensura de Protágoras: el hombre como medida de todas las cosas. ¿En esto consiste la era política de la posverdad? ¿Quizá queremos hablar de manipulación? Protágoras lo describió como el arte de hacer fuerte el discurso débil.
Pero, no solo en política observamos el influjo de la manipulación, vayamos a la Academia… ¿Se manipula la “verdad”? ¿Es posible diseñar “la realidad” conforme a mis intereses? ¿Es la Universidad “productora de confusión”? ¿Es posible encontrar “estudios” diametralmente opuestos ante un mismo “hecho”? Al menos así lo parece al leer estudios dispares sobre el cambio climático o sobre la existencia o no de un cuadro patológico, o la explicación de un hecho histórico, etc.
Pero volviendo al profesor de filosofía y su “plan alternativo” para desmotar una ideología (la que afirma que el hombre no es un mero animal) y transmitir a sus discentes que, los Derechos Humanos, son un sesgo intelectual motivado por nuestro antropocentrismo. Él es un botón de muestra del nutrido grupo de animalistas y emotivistas. Afortunadamente otros pensamos que es necesario trascender la posverdad y despertar la reflexión sobre una azorante pregunta ¿Qué somos? No es una cuestión vacía, sino la base de nuestros dilemas antropológicos y éticos.
Viendo el alcance de los movimientos animalistas nos cabe la duda de si, además de estar en la era de la posverdad, no estaremos también en la del poshumanismo. Un rasgo distintivo de este fenómeno sería la creciente sensibilidad hacia los animales (y no tardaremos en ver una sensibilidad hacia las máquinas que reemplazarán al hombre en muchas actividades).
Este hecho tiene un rostro bifronte: por una parte puede ser un signo positivo al implicar una empatía que favorece el captar mejor el sufrimiento del otro. Pero, el otro rostro, más preocupante, es el de una sensibilización hacia el mundo animal que va acompasada de una empatía hacia el sufrimiento humano. Por ejemplo, si alguien critica la tauromaquia pero, al mismo tiempo desea la muerte de un niño afectado de cáncer que desea ser torero, me está mostrando su falta de sensibilidad hacia el hombre y, por tanto, su propia contradicción.
En un momento en el que algunos animales viven mejor que algunos hombres y en el que hay seres humanos tratados peor que animales o cosas, conviene no detenernos en retóricas baldías. Somos animales éticos, capaces de humanizarnos y deshumanizarnos. De nosotros depende que el mundo venidero goce de un ambiente “respirable” tanto en lo ecológico como en lo ético.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.