Hay jinetes de luz en la hora oscura
Jorge del Corral | 05 de enero de 2018
La perversa concatenación de los efectos de la globalización, la recesión económica mundial de 2008-2009 y las nuevas tecnologías disruptivas de la información y la comunicación nos están llevando a una crisis de las democracias liberales y representativas que, a juicio de varios pensadores, es la más alarmante y difícil de superar porque se pronostica larga e incierta.
Sobre la primera, la globalización, Francis Fukuyama ya escribió en Foreign Affairs en 2012 que “la forma actual del capitalismo globalizado está erosionando la base social de la clase media sobre la que reposa la democracia liberal”, dando entrada al autoritarismo, y Dani Rodrik, que lleva años reculando en sus análisis sobre la globalización, ya plantea abiertamente sus dudas sobre los beatíficos beneficios que anunció.
El Diccionario de la Lengua define la globalización como “un proceso por el que las economías y mercados, con el desarrollo de las tecnologías de la comunicación, adquieren una dimensión mundial, de modo que dependen cada vez más de los mercados externos y menos de la acción reguladora de los Gobiernos”. Wikipedia dice que es “un proceso económico, tecnológico, social y cultural a escala planetaria que consiste en la creciente comunicación e interdependencia entre los distintos países del mundo, uniendo sus mercados, sociedades y culturas a través de una serie de transformaciones sociales, económicas y políticas que le dan un carácter global”. Esta definición es, quizás, más precisa porque la globalización es un inmenso gazpacho, como lo denomina el sociólogo y académico Emilio Lamo, que cocinan principalmente las sociedades occidentales de democracia liberal, tras abrir sus puertas a la revolución informática y haber llegado a un considerable nivel de liberalización y democratización en su cultura política, su ordenamiento jurídico y económico, y sus relaciones internacionales. democracias
Lamentos sin motivo por la clase media . Ni es un estamento cerrado ni va a desaparecer
Las supuestas virtudes de la globalización en su actual configuración están provocando en las sociedades occidentales el declive de las clases medias y su progresivo empobrecimiento. La globalización, con el auge de las economías emergentes, empezó afectando a los salarios de la clase baja de los países desarrollados y ahora se ha extendido a los empleos y estipendios de la clase media. Olvidándonos del sentido común, se dijo que el cierre de las fábricas de bienes de consumo y su traslado (deslocalización) a países emergentes sin leyes laborales similares a las nuestras ni normas medioambientales equiparables mejoraría nuestro bienestar porque los adquiriríamos a precios baratos. Sin embargo, nadie explicó qué se haría con esos trabajadores que al cerrar las fábricas engordaban las listas del paro. ¿Reconversión? ¿Qué reconversión? Más tarde se trasladó la producción de otros productos y servicios que ya no fueron los de consumo y la consecuencia está siendo más paro, más empleo precario, salarios más bajos, menos reparto, menos creación de riqueza, más déficit fiscal para mantener el tambaleante Estado de bienestar y, al final, más deuda y empobrecimiento general. ¿Hasta cuándo habrá que seguir bajando los salarios y destruyendo los alcances sociales construidos desde el final de la II Guerra Mundial para competir con China, India, Corea, Vietnam, Brasil…?
En lo tocante a la recesión mundial de 2008-2009, que en la zona euro se prolongó hasta 2013 y que solo desde 2017 todos sus Estados miembros han vuelto al crecimiento y recuperado los niveles de actividad de antes de la sacudida, el catedrático de economía aplicada Antón Costas ya señalaba en el libro colectivo La crisis de 2008. De la economía a la política y más allá (Colección Mediterráneo, Fundación Cajamar), que “la crisis financiera (2008-2013) no iba a ser una más, como las que habíamos visto en la segunda mitad del siglo XX, sino que tendría consecuencias graves para las democracias. Y vaya si las está teniendo. Las protestas sociales que surgen en occidente no son proletarias sino, a juicio del filósofo Slavoj Zizek, “protestas contra la amenaza de convertirse en proletarios”.
Y con relación a las nuevas tecnologías disruptivas de la información y la comunicación (TIC), cuyos evangelizadores no se cansan de predicar fascinantes transformaciones liberadoras y enormes beneficios porque acabarán con la actual sociedad vertical y jerarquizada y la sustituirán por otra horizontal y en red. Ya las ha puesto en la picota Andrew Keen, en un libro de notable interés: Internet no es la respuesta. En sus páginas, el autor aporta pruebas y argumentos suficientes para demostrar que en internet no manda la gente sino unos cuantos plutócratas que se forran con empresas que apenas tienen empleados, cotizan donde les da la gana y siempre a la baja, y huyen de los reguladores como alma que lleva el diablo. Keen demuestra que en Spotify no ganan ni los autores ni los intérpretes, sino los propietarios de la plataforma; que en Airbnb se forran sus dueños con gente que quiere alquilar sus casas saltándose a la torera el pago de impuestos y los requisitos de los hoteles. Y tres cuartos de los mismo con Uber, Deliveroo, Just Eat…
El abuso de las nuevas tecnologías se previene con un sólido proyecto educativo y familiar
Según Keen, la llamada economía colaborativa se está cargando a los músicos, a los hoteles, a los taxistas, a los periodistas, a los fotógrafos, a los editores y a todo lo que se le pone por delante. Y lo mismo ocurre con Google, Facebook, Amazon, Whatsapp, Twiter… cuyos riquísimos dueños facturan miles de millones de dólares a cambio de comerciar con nuestros datos y para quienes –dice- solo somos unos seres de cristal que les enseñamos todo. Los predicadores de ese capitalismo sin normas se ríen de las reglas actuales porque les parecen caducas, pero no aportan otras que permitan mantener, aunque sea por asomo, nuestros derechos y libertades. Por eso, no conviene olvidar que esas reglas son las que, tras siglos de lucha, nos sacaron de la sociedad feudal para convertirnos en ciudadanos.
Como consecuencia de todo este carrusel globalización-recesión económica mundial-nuevas tecnologías, los grupos que han resultado más perjudicados por el tsunami y que se consideran perdedores para siempre; los que han descendido uno o varios escalones en la pirámide social y aquellos otros, principalmente jóvenes en paro o con empleos míseros y eventuales que no les permiten satisfacer las necesidades más básicas y vislumbran un futuro cada vez más incierto, buscan líderes populistas y autoritarios que los defiendan y protejan en su desesperación y les prometan un mañana de confort y seguridad. Fueron estas masas las que inclinaron la balanza hacia el brexit en el Reino Unido, las que dieron la victoria a Donald Trump en Estados Unidos, las que votan y hacen crecer exponencialmente a los partidos xenófobos y populistas de extrema derecha y extrema izquierda en Holanda, en Bélgica, en Dinamarca, en Austria, en Grecia, en Polonia, en Italia, en Francia, en Alemania, en el Reino Unido, en España. Son también los que se dejan embaucar en Cataluña por una república independiente e idílica en donde todos van a tener de todo y para todo y en la que España ya no les robará.
El independentismo cae en contradicción cuando asegura que respeta la democracia
Paralelamente al ascenso de los populismos, China refuerza su dictadura política y su capitalismo gerencial sin que nadie la tosa y frene en su creciente expansionismo en el Mar de la China y más allá; Rusia, de la mano de Vladímir Putin, perpetúa su autoritarismo y desvirtúa su ya deficiente democracia formal; Turquía, bajo la égida de Recep Tayyip Erdogan, hace tres cuartos de lo mismo; Corea del Norte, Egipto, Siria, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Paquistán, Vietnam, Laos, Venezuela, Cuba, Nicaragua, Kazajistan, Uzbekistán, Nigeria… y la lista se alarga y aumenta por días. democracias
Por todo ello, cabe preguntarse ¿qué futuro espera a nuestros hijos y nietos cuando los primeros consuman el patrimonio de sus padres y a los segundos no les quede nada? ¿Terminarán pagando impuestos los robots, los servidores, los chips, la velocidad de internet… para hacer frente a la inminente renta básica universal, arma de los gobiernos democráticos para acallar las protestas y combatir la pobreza, que luego pueden devenir en ejecutivos autoritarios y después en dictaduras?
Juncker insiste en exigir unidad y un horizonte común a todos los países de la Unión Europea
La Unión Europea (UE) capea el tsunami a duras penas, pero sus costuras saltan y su cohesión se resiente. A pesar de ello o precisamente por ello, en el Eurobarómetro de otoño 2017, 7 de cada 10 europeos considera a la UE “un lugar estable en un mundo turbulento” (71%, un 5% más que en 2016); un 75% tiene una opinión positiva de ella; un 57% valora la libre circulación de personas, bienes y servicios dentro de la UE como uno de los mayores logros; un 56% reconoce la paz entre los Estados miembros como la consecuencia más positiva y un 74% de los ciudadanos de la eurozona apoya el euro. Sin embargo, la confianza en la UE ha ganado terreno en diez países, en particular Bélgica, Eslovaquia y Chequia, pero ha disminuido en 17. Y esta desconfianza tiene mucho que ver con todo lo expuesto y con otro aspecto: la preocupación por la inmigración, que resulta ser la principal inquietud de los ciudadanos, aunque para las instituciones comunitarias, y no sin razón, el principal reto sea el de mantener la integridad territorial de sus Estados-nación y la calidad de su democracia liberal, amenazada por partidos xenófobos y populistas y por algún gobierno, como el de Polonia,Polonia, al que por primera vez en la historia de la UE se ha activado el proceso legal para retirar el derecho de voto mientras mantenga sus leyes de control sobre el poder judicial. ¿Cómo vemos la botella, medio llena o medio vacía? democracias
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.