Hay jinetes de luz en la hora oscura
Juan Pablo Colmenarejo | 28 de noviembre de 2017
Tienen los argentinos una jerga para el fútbol que ha calado entre nosotros con el paso del tiempo. Entre las expresiones más comunes, corrían los tiempos de menotistas contra bilardistas, ha quedado la del “achique de espacios” entendido como el acortamiento del campo de juego para dejar sin sitio al contrario para elaborar jugadas. Ahora le llaman “presión alta” cuando se intenta quitar la pelota lo más cerca posible de la portería contraria. El “achique de espacios” reduce el juego a 30 ó 40 metros obligando a tocar el balón mucho más rápido y a pensar por lo tanto poco. La imagen que “el achique de espacios” nos traslada es la de quien tiene la pelota y ve como su contrario se le acerca pertinaz e incluso pegajosa para evitar el avance.
A veces de manera limpia pero en otras utilizando la brusquedad al límite del reglamento o más allá. Valga esta metáfora para ilustrar lo que durante los últimas semanas, y con la vista puesta en las elecciones autonómicas del 21 de diciembre, le viene ocurriendo a Ciudadanos. A diferencia de Podemos, ha venido para quedarse. Tiene una razón de ser anterior a la crisis económica y al estallido de la corrupción que fragmento el Congreso en 2015 como nunca antes desde 1977. Ciudadanos nació para denunciar el aplastamiento que el nacionalismo catalán estaba practicando en Cataluña borrando la presencia del Estado en general en la comunidad autónoma. Y todo ello con la complicidad de los socialistas, véase la Generalitat de Pascual Maragall, Josep Montilla y José Luis Rodríguez Zapatero, o la pasividad pactada del PP que en 1996 renunció a defender los derechos de todos los españoles en Cataluña admitiendo la inmersión lingüística o ampliando la policía autonómica a cambio de la investidura de José María Aznar. Ciudadanos empezó con la desnudez de Albert Rivera, así se presentó literalmente en campaña electoral, y ahora empieza a quedarle el traje pequeño.
▶️ @JavierMaroto deja en evidencia a Albert Rivera y su #Cuponazo pic.twitter.com/aJuovdwZye
— Partido Popular ?? (@populares) November 23, 2017
La diferencia entre Rivera y el podemita Pablo Iglesias es que el líder de los naranjas defiende el sistema y su regeneración. No pretende derribarlo sino hacer una reforma que lo haga mejor. Que dirigentes del PSOE y del PP, moderados como el socialista José Luis Ábalos o el popular vasco Alfonso Alonso, afirmen que la posición de Ciudadanos en el debate del cupo les sitúa a la derecha del PP y en el nacionalismo español demuestra el acierto con el que el partido de Rivera se está moviendo en esta etapa. Si algo hay que agradecer al movimiento independentista catalán es que los españoles han perdido el temor tanto a la defensa de sus símbolos constitucionales como al debate sobre asuntos que hasta ahora era políticamente incorrectos. Si se miran con detalle las encuestas del CIS de los últimos años se ve con claridad el crecimiento de una posición crítica con el sistema autonómico. La suma de los que quieren que no haya más transferencias junto con los que apuestan por recentralizar algunas o directamente suprimir los gobiernos regionales acerca el porcentaje al 68 por ciento. Rivera tiene en su mano gestionar esta corriente de opinión sin dejarse llevar por la ansiedad que tan malos consejos le ha dado en los últimos dos años. Que el PP y el PSOE se estén acercando para “achicar el espacio” de Ciudadanos es una prueba del acierto con el que se está conduciendo la formación de Rivera.
🎥 @Albert_Rivera «El concierto vasco es constitucional, pero hay que calcular el cupo técnicamente… No hacer un #cuponazo» #L6Nrivera pic.twitter.com/0hsl9ZpuAF
— Ciudadanos (@CiudadanosCs) 25 de noviembre de 2017
Su posición frente a la “magia del Cupo” como ha dicho Angel de la Fuente, el mayor experto en financiación autonómica, y su denuncia del adoctrinamiento en las aulas catalanas cala entre amplios sectores de la población que se mueven entre el PP y el PSOE. Mucho más entre los populares donde Ciudadanos ha pescado dos tercios de lo que tiene y va camino de mucho más. Si el vicesecretario del PP Javier Maroto llama oportunista a Rivera en el debate del cupo mientras pone el voto a favor de Iglesias como prueba de que el sistema de financiación vasco no es un privilegio es que están tan cortos de ideas como lejos de sus electores. Lo único que consiguen con esas posiciones es darle la razón a Aznar cuando afirma que no reconoce a su partido. El discurso de la igualdad de todos los españoles lo está perdiendo el PP cuando defiende que los vascos tengan el doble por habitante que el resto de los españoles. Rivera no tiene representación ni en el País Vasco ni en Navarra por la oposición de Ciudadanos a los privilegios forales pero es que el PP va camino de desaparecer, o ser todavía más residual en Cataluña, por haber dejado hacer al independentismo durante décadas. Si Rivera aguanta la presión y el ninguneo al que le está sometiendo Rajoy, ahora más cerca de Sánchez, tendrá su cosecha.
El crecimiento de Ciudadanos perjudica al PP pero también al PSOE. Salta a la vista que hay una pinza tácita entre los dos grandes partidos para evitar que uno de los dos, o quien sabe si los dos, se vea superado por Ciudadanos. Pedro Sánchez ha cometido otro error al afirmar que el PSC no apoyará a Inés Arrimadas como Presidenta de la Generalitat. Le ha dado un empujón al reagrupamiento del voto constitucionalista en Cataluña. Lo útil está por delante de cualquier otro criterio. Con su decisión frena el crecimiento del PSC y por extensión reduce todavía más el tamaño del PP donde Ciudadanos capta voto sin esfuerzo. El problema del “achique de espacios” es que haya enfrente alguien con regate, desborde y velocidad que se plante en tu portería y se lleve todos los aplausos del respetable cuando hace un gol que además es por la escuadra.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.