Hay jinetes de luz en la hora oscura
Manuel Martínez Sospedra | 10 de marzo de 2017
Cuando se escriba la historia del ‘procés’, un buen título del correspondiente libro podría ser algo así como “De la desafección al sainete”, aun cuando esta vez no haya un Dencás huyendo por las alcantarillas. Cuando el ‘procés’ se abrió, pronto hará siete años, con la reacción airada contra la sentencia del Constitucional sobre el Estatut, parecía que la desafección que pasaba del estado latente al expreso ponía en marcha un proceso de acumulación progresiva de fuerzas y de movilización política, a la vez amplia y creciente. Ello acabaría por convertir la demanda secesionista en abrumaduramente mayoritaria en el seno de la sociedad catalana, lo que, se suponía, haría inevitable la separación y la constitución de Cataluña en un estado independiente en el seno de la UE.
Ese diseño contenía tres importantes vacíos: se presumía un apoyo externo muy potente; se confiaba en la neutralidad benevolente de la UE (¿no somos contribuyentes netos?) y se esperaba el concurso de la mayoría aplastante de los catalanes. Y esos vacíos han ido frenando la máquina: el apoyo externo no existe, la salida de España lo es de la UE y el nacionalismo hegemónico ha venido a descubrir que una cosa es la hegemonía ideológica y otra, contar con el respaldo de la mayoría de la ciudadanía.
La dinámica de crecimiento se frenó hace al menos cuatro años, cuando el número de organizaciones que apoyaban el ‘procés’ dejó de crecer y la capacidad de movilización alcanzó techo. Desde entonces, lenta pero constantemente, los apoyos que habían dejado de crecer comenzaron a menguar y, como síntoma, apareció un fenómeno nuevo: el del nacionalista que dice en público apoyar el ‘procés’ y reconoce en privado que la independencia es imposible y, además, esta independencia es indeseable.
Otro problema es el de la desafección de una parte sustancial del pueblo de Cataluña, pero ese no es un problema de Cataluña, es un problema de España
Con el tiempo, las historias desagradables que tienen que ver con la financiación de la extinta CiU han venido a dañar, aun más, el ‘procés. En resumen, los dirigentes nacionalistas saben bien que la caja de la Generalitat solo tiene telarañas y deudas, que la “consulta participativa” puso en evidencia que eran muchos, pero minoritarios en Cataluña; que el resultado de las plebiscitarias les fue adverso, aun cuando alcanzaran una mayoría parlamentaria con el apoyo de la CU, y que en las elecciones de mayor importancia y capacidad de movilización, las generales, el nacionalismo ha sido claramente batido. El nacionalismo tiene mayoría parlamentaria, pero su tren es cada día un poco más pequeño y marcha un poco más despacio. Y, además, acumula averías.
Si el tren funciona cada vez peor, ¿qué hacer? La conducta racional sería aprovechar la coyuntura y negociar mientas se tenga fuerza suficiente para hacerlo con ventaja; pero eso implica la ruptura interna del movimiento nacionalista y la desautorización de unos dirigentes que tendrían que reconocer que, cuando creyeron que “el Estado está débil” y el nacionalismo era fuerte, podrían ganar el pulso, se equivocaron: el movimiento nacionalista entraría en crisis e incluso podría perder la mayoría parlamentaria y, con ella, el Govern. En consecuencia, se ha optado, no sin vacilaciones, por la huída hacia adelante.
No se dejen engañar, la cuestión mollar no son ni las leyes de “desconexión” ni el referéndum, que todo el mundo sabe que no existirá, ni la confrontación con el Estado. La cuestión que ocupa el primer lugar de la agenda es cómo llegar a unas autonómicas anticipadas en las que el nacionalismo gobernante pueda liberarse de tutela “cupera” y mantener el Gobierno de la Generalitat.Por eso, el líder de ERC, que aspira a la Presidencia, no sin motivos, negocia las finanzas en Madrid mientras deja hacer en Barcelona
Y la respuesta es sencilla: llevando la insumisión y el quebrantamiento de las leyes (empezando por el Estatuto, por cierto) al extremo, al efecto de procurar una reacción que pueda venderse como desmedida y, así, envolviéndose en la senyera, aparecer como los mártires de la patria y, si es posible, ganar las autonómicas que vienen.
Por eso, el líder de ERC, que aspira a la Presidencia, no sin motivos, negocia las finanzas en Madrid mientras deja hacer en Barcelona. Los numeritos, para los convergentes y las organizaciones independentistas (que son un incordio, por cierto).
Así que, a corto plazo, lo que procede es calma, frialdad, contactos con la sociedad civil y un catalanismo moderado que, aunque oculto, sigue ahí y dar respuestas medidas a los disparates, antidemocráticos por ilegales y por discriminatorios, que se van a producir.
Los dirigentes nacionalistas saben bien que la caja de la Generalitat solo tiene telarañas y deudas
No hace falta sacar a la calle el instrumental, todo el mundo sabe que esta ahí, a disposición, y la vocación de martirio es escasa: al fin y al cabo quien comete delitos contra la administración pública y es condenado no puede ser candidato a las elecciones, aun cuando la sentencia no sea firme. En treinta y tantos años, no haber tenido tiempo de hacer una ley electoral tiene, entre otras, esas consecuencias.
Otro problema, el importante, es la desafección de una parte sustancial del pueblo de Cataluña, pero ese no es un problema de Cataluña, es un problema de España, del que esa desafección es solo un síntoma. Ahí asiste la razón al sr. Rivera. Laus Deo.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.