Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ainhoa Uribe | 05 de mayo de 2017
¿Hasta cuándo la comunidad internacional seguirá aguantando las amenazas de Corea del Norte? Este país se ha convertido en el eterno desafío para los países occidentales. Desde hace unos años, no solo hace sufrir a la población (en situación de hambruna), con su loco empeño de armarse hasta los dientes hasta definirse en su Constitución como una “potencia nuclear”, sino que además lanza periódicamente misiles de corto alcance para convencerse a sí mismo de su poder.
El régimen de Pyonyang es un sistema comunista totalitario con características propias y no un régimen que obedece la dictadura del proletariado marxista, combinada con los principios de Mao y Deng-Xiaoping
Tradicionalmente, la respuesta de la comunidad internacional cuando esto sucedía había sido correr al encuentro del presidente norcoreano con ayuda humanitaria de emergencia. Los sacos de arroz calmaban temporalmente los delirios de grandeza de la dinastía Kim (el actual presidente Kim Yong Un ahora o sus predecesores Kim Il Sung y Kim Jong Il), que creía doblegar así a Occidente. Obama, Bush o Clinton enviaban siempre delegaciones de visita a este país totalitario para mantener relaciones cordiales o, por lo menos, evitar enfrentamientos directos.
Pero las provocaciones norcoreanas están llegando a un punto que algunos creen que puede no tener retorno. Corea del Norte está yendo más allá de lo que es un lanzamiento de misiles de corto alcance, poniendo a prueba misiles balísticos de rango medio y anunciando que se encuentra en la fase final de hacer un lanzamiento de un misil balístico intercontinental, en un ridículo intento de llamar la atención internacional, poniendo en peligro las vidas de sus conciudadanos, las de sus odiados vecinos de Corea del Sur y Japón e incluso las de los norteamericanos de la costa oeste. Los expertos creen que en cuatro años será real su capacidad para tener operativo un misil intercontinental.
El régimen de Pyongyang desearía poner en jaque a toda la comunidad internacional y desatar un conflicto a escala mundial. Trump pide a China que haga de mediador y rebaje la tensión con su vecino, pero China tiene un difícil papel por delante. El presidente chino, Xi Jinping, sabe muy bien que el crecimiento económico de su país se basa, en buena medida, en sus exportaciones a Estados Unidos. En paralelo, China y Corea del Norte tienen en común compartir una ideología comunista, por lo que China no parece estar por la labor de querer enfriar su relación con su vecino.
Si China apuesta por Trump, tendrá que cortar o reducir el flujo económico con su vecino asiático, lo cual pondría en apuros al régimen y podría entrar en implosión
El régimen de Pyonyang es un sistema comunista, aunque sea un sistema totalitario con características propias y no un régimen que obedece la dictadura del proletariado marxista, combinado con los principios de Mao y Deng-Xiaoping, al estilo chino. Esta afinidad programática e ideológica une mucho, por lo que puede que Trump se quede solo, sin su socio comercial mandarín, al frente de tomar la decisión de cómo responder a las provocaciones norcoreanas… Aunque también puede pesar más la economía que la ideología para China. En ese caso, si China apuesta por Trump, tendrá que cortar o reducir el flujo económico con su vecino asiático, lo cual pondría en apuros al régimen y podría entrar en implosión (con el peligro que supone la implosión de un régimen armado hasta los dientes y donde no existe una alternativa política u oposición, por haber sido eliminada brutalmente o hallarse recluida en campos de concentración). Ninguna de las alternativas parece óptima, la verdad.
¿Qué pasará entonces? Es probable que, pese a la escalada de violencia (tras las demostraciones de fuerza norcoreanas y el envío de un portaaviones nuclear estadounidense a la zona), finalmente, no suceda nada. Ni a China le interesa un conflicto con Corea del Norte o con Estados Unidos. Ni a Estados Unidos tampoco. ¿Y qué interesa a Kim Yong Un? Puede parecer que el único que no perdería nada ante un hipotético conflicto bélico sería Corea del Norte. Un país que no tiene muchos socios internacionales. Un país pobre, sin más recursos que un equipamiento militar de mala calidad y mucha mano de obra analfabeta, que trabaja como esclava noche y día para aumentar el poder bélico de su nación. Un país que busca legitimar su régimen ante los ciudadanos por la vía de la clásica dicotomía amigo-enemigo.
Esto es, según el discurso oficial, el mundo entero y, de forma muy especial, Estados Unidos (y sus aliados Japón y Corea del Sur) querrían atacar a Corea del Norte. Esta fantasía, que el régimen no se cansa de repetir y repetir hasta la saciedad, tanto en la televisión como en las propias empresas y escuelas norcoreanas, es la baza que mantiene asiladas y en pie de guerra a 22 millones de personas. Sin embargo, Corea del Norte sabe que tiene mucho que perder si se enfrenta a Estados Unidos: Donald Trump está dando muestras de no ser un líder débil en materia de política exterior.
Corea del Norte sabe que tiene mucho que perder si se enfrenta a Estados Unidos: Donald Trump está dando muestras de no ser un líder débil en materia de política exterior
La escalada de violencia tendría unas consecuencias terribles para todos los actores implicados. Por consiguiente, la posibilidad de una conflagración real no resulta previsible y es probable que estemos ante otra nueva fase de la Guerra Fría, basada en la contención de las partes y no en la acción. Pese a lo cual, mientras la dinastía de los Kim continúe al frente del país, Corea del Norte seguirá dando titulares.