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Borrón y cuenta nueva para el PP . Pablo Casado, un líder para renovar la formación

Luis Núñez Ladevéze | 23 de julio de 2018

Nacional

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Pablo Casado es el nuevo presidente del Partido Popular. Con su elección, los compromisarios de la formación apuestan por una figura renovadora, con un ideario bien definido y que deberá mantener la unidad interna.

Independientemente de la obvia disimilitud, las candidaturas de Pablo Casado y Soraya Sáenz de Santamaría en el congreso del PP debían aunar exigencias no fácilmente compatibles: la imperiosa necesidad de renovar el partido, que engendraba resistencias porque desbarataría el tejido heredado de Gobiernos precedentes e intereses comunitarios. Y la no menos imperativa de preservar la unidad para aspirar a una futura victoria electoral.

Ambas pretensiones entraban en litigio si se hacía depender la unidad del partido de la continuidad de la política precedente, basada en la gestión, o si se presentaba taimadamente la renovación como un proceso incitador de la desunión.

? @pablocasado_ "Hoy empezamos una nueva etapa, estamos orgullosos con nuestro pasado. Comenzamos una etapa ambiciosa y con ilusión por nuestro futuro".#ElFuturoDeEspaña #PabloPresidente pic.twitter.com/J98i08Hw7L

— Partido Popular ?? (@populares) July 21, 2018

Sáenz de Santamaría ha jugado la baza de encarnar la integración a priori. Es lo que rezuma de su indefinido catálogo gestor. Casado jugó la de renovarse, recuperar ideario motivador. Unidad y renovación. Ambas necesarias para el porvenir de los populares, pero de forma distinta. Regeneración sin desunión, cierto, pero la unidad carece de perspectivas sin renovación. Mientras la condición fuese regenerar manteniendo la cohesión a priori, el congreso del PP sería crónica de una victoria anunciada. Sáenz de Santamaría encarnó la unidad de una continuidad embarrada. Asociada la unidad a una continuidad irresoluta ante la corrupción, el congreso del PP no restañaría su punto más vulnerable.

Casado dijo representar una renovación que no prescindiría de la integración a posteriori. Pues excluyendo al rival, sumaría a la factura pendiente de la corrupción otra nueva. Es difícil creer que el centro derecha pueda recuperar la base que le concedió sus triunfos electorales, tanto si el PP no remedia la corrupción como si proscribe una importante tendencia de dirigentes y votantes.

La cuestión estratégica sobre la que optaron los compromisarios pudo tener en cuenta que un triunfo de Sáenz de Santamaría aumentaría el desaliento del electorado, no tanto por la prelación de una gestión pragmática sobre la definición del ideario, sino porque expresaba una débil voluntad de liberar al partido del baldón que lo desautoriza electoralmente. Saber qué influencias se mantienen todavía en Andalucía y otras comunidades autónomas muestra la inhibición para abordar la imprescindible regeneración.

Planteo un contrato con España. Una línea de actuación que viene a demostrar que estamos listos para volver a las instituciones. #ElFuturoDeEspaña pic.twitter.com/sTti20CUvu

— Pablo Casado Blanco (@pablocasado_) July 21, 2018

Un triunfo de Sáenz Santamaría hubiera debilitado al PP en la medida en que no aportaría garantías regeneradoras. Casado sabía que, aunque solo fuera por eso, ya era tribuna para ser candidato electoral. Sáenz de Santamaría careció de otro discurso que el de apelar a un delicuescente pragmatismo integrador. Ciudadanos bebería del pragmatismo gestor de Sáenz de Santamaría fácilmente, pero Casado no es vulnerable a la ansiedad de Albert Rivera.

Sáenz Santamaría hubiera necesitado a Casado para renovar al partido, pero Casado no necesitaba a su rival aunque hubiese perdido el congreso del PP. La renovación es imprescindible. Por eso, centrar la unidad en la continuidad como hizo la exvicepresidenta  era un patrón perdedor. El PP del porvenir no puede quedar ligado a la renuncia de Mariano Rajoy a renovarlo. Si el mensaje se hubiera reducido a asegurar la cohesión, el partido hubiera salido vencido del Congreso.

Lavar el barro que lo desfigura era el imperativo categórico. No tanto porque los populares tengan que redefinir un ideario, como por no haber atajado a tiempo la carcoma. Rajoy dijo que no necesita abonarse a “una doctrina prefabricada”. Claro, una tendencia de amplio espectro prudentemente administrada puede acoger actitudes pragmáticas. Incuestionablemente, el pragmatismo es parte constitutiva de la dialéctica política en democracia. Un líder puede adaptar un programa sin traicionarlo para no desestabilizar la convivencia pacífica entre voluntades de poder antitéticas bajo la condición de que las antítesis acepten la democracia como forma de resolverlas, no para provocarlas, como busca ahora el Gobierno socialista para camuflar sus dependencias parlamentarias. La democracia nació para resolver pacíficamente la contradicción y el conflicto entre idearios distintos, incluso inconciliables, no para imponerlos ni para proscribirlos. El malogrado debate del congreso del PP debió abordarlo. Pero Sáenz de Santamaría sabía que lo tenía perdido de antemano.

Casado refuerza el bipartidismo, la Constitución Española, las expectativas de una oposición defensora del Estado y revitaliza la democracia interna del partido.

La fractura del centro derecha es un hecho . El PP debe recuperar el humanismo cristiano

Hay que decirlo: gracias a Rajoy, aunque contra sus deseos, ha nacido un nuevo líder. Tendrá que estar a la altura de las esperanzas que suscita. Tiene las manos libres del aznarismo y del continuismo del expresidente. No tiene ligazón con la retórica preconstitucional. Representa una nueva generación. Rivera queda descolocado. Incluso Josep Borrell podría pasar a ser un relevo si Sánchez no demuestra entender que la unidad de España no es negociable fuera del marco constitucional.

Asumir implícitamente la unidad en la continuidad de intereses en que arraigó la corrupción era empresa inaceptable para el electorado popular. Borrón y cuenta nueva es una prescripción aplicable a este congreso del PP. Se sabe que el ideario y la disposición de Casado fueron desinfectar, pero nunca se supo si el pragmatismo de Sáenz de Santamaría estaba dispuesto a esa tarea.

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