Hay jinetes de luz en la hora oscura
Fernando Jáuregui | 20 de febrero de 2017
La primera de ellas, acaso, el retorno a esa inquietante normalidad, tan anormal, que ha venido presidiendo toda nuestra primera transición. Sí, porque yo creo, en contra de otras muchas opiniones, que la sentencia, de la que tantos opinan y que tan pocos han leído en su totalidad, viene a consolidar la idea de una monarquía regenerada. Eso, por un lado. Y, por otro, quiero creer que se va abriendo paso en la ciudadanía española la idea de que, al fin y al cabo, la Justicia es, en nuestro país, mucho más sólida de lo que algunos, empezando por ciertos políticos, se empeñan en pensar, o en decir.
No, no es que me haya levantado inmerso en una burbuja de optimismo. El ‘juicio Nóos’ era necesario. Y era precisa esta sentencia, a mi lego entender bastante equilibrada, tras un proceso en el que han abundando las trapisondas, sobre todo protagonizadas por esa figura extraña que es la acusación privada, ejercida nada menos que por ese ‘sindicato’ llamado Manos Limpias y que debería denominarse justo lo contrario. ¿Cómo cimentar en los españoles la idea de que la Justicia funciona bien en medio de las trifulcas públicas entre un juez que se siente estrella y que no ha sabido sobreponerse al éxito y un fiscal empeñado en ‘su’ verdad, mientras la defensa de la hija y hermana de reyes desvelaba que la acusación se atrevió a pedir dinero para retirar su demanda?
La indiferencia que Felipe VI está sabiendo mostrar ante la conducta de su hermana juega a favor del monarca, que me parece que sabe que tiene que ganarse el trono día a día
Bueno, pues lo cierto es, o a mí me lo parece, que la sentencia de las tres magistradas que no han cedido a tentaciones de ser ‘vedettes’ ha venido a poner algunas cosas en su sitio: aquí se hace justicia y, si no hay acusación fiscal penal contra la infanta que se empeña, contra viento y marea, en seguir siéndolo, no habrá pena de cárcel para ella. Se requería más valor para tomar esta decisión que para enviar a la hermana de Felipe VI a una prisión, como se enviará sin duda a su marido, apelaciones al margen.
Y la verdad es que, con las excepciones que sabíamos con antelación, las reacciones de la clase política en este sentido han sido moderadas. En España, aunque demasiado tarde porque la Justicia es paquidérmica, quien la hace, la paga. En su justa medida, sin demasiadas estridencias y, claro, con algunos errores.
El otro aspecto es cómo sale de bien o mal librada la idea de la Monarquía de este enojoso lance. El hecho de que, poco antes de producirse esta sentencia, se hubiesen filtrado algunas cosas sin duda incómodas para la imagen de Juan Carlos I, me hace pensar en que el eterno debate subyacente bajo la piel política del país, monarquía-república, se estaba avivando de manera no precisamente casual. La indiferencia que Felipe VI está sabiendo mostrar ante la conducta de su hermana, que no ha querido, hasta el momento, renunciar a sus derechos dinásticos, juega a favor del monarca, que me parece que sabe que tiene que ganarse el trono día a día. Sé que se están haciendo encuestas tras el fallo, tratando de indagar cuánto ha afectado a la causa monárquica este lance, que sigue a otros que protagonizó el hoy rey emérito en el pasado y que, claro, se suma al debe en el cómputo global.
Lo que ocurre es que entiendo que hay otros muchos factores, entre ellos el de la estabilidad –la búsqueda de una cierta normalidad en tiempos de tormenta territorial—y la ejemplaridad del actual jefe del Estado, que inclinan la balanza en favor del ‘rebus sic stantibus’; en tiempos de crisis, no hacer mudanza. Veremos lo que dicen las encuestas cuando empiecen a publicarse, pero tengo la sensación de que una aplastante mayoría no quiere embarcarse ahora en aventuras acerca de la forma del Estado.
En España, aunque demasiado tarde porque la Justicia es paquidérmica, quien la hace, la paga. En su justa medida, sin demasiadas estridencias y, claro, con algunos errores
Y menos tras un año en el que la llamada clase política ha mostrado una inquietante incapacidad para resolver por sí sola los grandes problemas en base a un mínimo consenso. ¿Qué ocurriría con un jefe del Gobierno del PSOE, por ejemplo, y un jefe del Estado del PP, si las personalidades que encarnasen ambas magistraturas, o solo una de ellas, fuesen tan inflexibles como algunas que presidieron la etapa entre el 20 de diciembre de 2015 y comienzos de noviembre de 2016?
Me parece, por tanto, que, con la provisionalidad que todo lo impregna en España, la solvencia de dos instituciones ha quedado, hasta cierto punto, y ya digo que siempre con claroscuros, consolidada. Veremos cómo sobrepasan la Justicia y la propia Jefatura del Estado otras pruebas, creo que de mayor envergadura que la del juicio contra doña Cristina de Borbón y don Iñaki Urdangarín.
Pero, permítame el lector, sin sobrepasar los límites de lo que debe ser un comentario periodístico, adentrarme un poco más en el optimismo: pues claro que existen soluciones territoriales para España, llevadas de la mano de una buena coordinación entre todas las partes. Continuará.
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