Hay jinetes de luz en la hora oscura
Miguel Ángel Gozalo | 07 de enero de 2018
Empieza a ser una tradición que las cabalgatas de Reyes, algo en lo que debería haber unanimidad, como ejemplo de adhesión popular y respeto a una costumbre arraigada en toda España, vayan acompañadas por la polémica. La política se mete entre las patas de los camellos en los que llegan sus Majestades de Oriente. Este año ha vuelto a suceder.
Si hay un tópico acreditado es el de ligar la palabra ilusión a las cabalgatas de Reyes. Una cabalgata es el espectáculo por excelencia para los ojos de un niño. Ahí, en esa mirada feliz y confiada, en esa alegría temerosa que se escapa por la boca contemplando a unos personajes vestidos pomposamente en el popular recorrido que, cada 5 de enero, precede a una noche milagrosa, mientras vuelan los caramelos y unos seres evidentemente mágicos exhiben cómplices sonrisas, está uno de esos momentos inolvidables por los que pasa la felicidad infantil. La infancia es creer en lo que vemos, y en las cabalgatas está todo más claro que el agua.
Esto, hasta ahora, se daba por descontado. Como ha dicho la presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, «la Navidad es la Navidad, las cabalgatas son las cabalgatas y el portal de Belén son la Virgen, san José y el Niño, y, si acaso, el buey y la mula». Pero si la política se mete por medio, en forma de provocación -que es lo que en la vida española ha sustituido al consenso y a la buena voluntad- nos encontramos con que algunas cabalgatas de Reyes se convierten en munición partidista y exhibición de sectarismo. Los niños pasan a ser rehenes del populismo barato y de la obsesión por romper con las tradiciones cristianas. Ha ocurrido en Cataluña (donde la consigna ha sido acudir a ciertas cabalgatas con lazos amarillos para pedir la libertad de los que el separatismo llama «presos políticos» y la vuelta de los huidos de la justicia, que los independentistas denominan «exiliados») y también en Madrid, que, a pesar de todo y del procés, sigue siendo el rompeolas de todas las provincias españolas.
El madrileño barrio de Vallecas ha ido un poco más lejos, y ha tenido su propio desfile, promovido por el llamado Orgullo Vallekano, con nueva y feminista denominación: «Cabalgata de Reinas». Y las reinas han sido una drag queen llamada La Prohibida, una cabaretera de nombre Roma Calderón y Dnoé Lamiss, cantante, lo que ha provocado el escándalo consiguiente y la protesta del PP y Ciudadanos por la actuación del concejal del distrito, Paco Pérez, militante de Ahora Madrid, con esa falta de respeto a la tradición, que él defiende como «expresión de la diversidad de nuestra sociedad».
https://twitter.com/la_prohibida/status/949266737052209152La drag queen La Prohibida lo tiene más claro: «La tradiciones cambian». Algo comprobable en la mayor parte de los ayuntamientos desde que Podemos apareció en escena como referencia municipal. En Barcelona, Ada Colau cambió nada más llegar el sentido de la programación institucional navideña. En Valencia, se ha recuperado la tradición republicana de las Reinas Magas. Y en Madrid, Manuela Carmena, que prohibió que hubiera camellos en su primera cabalgata e innovó en materia de vestuario (al parecer, el armiño de los trajes de los Magos fue sustituido por utilitarias cortinas de baño), ha llegado al desfile de este año con su cuadrilla dividida, su ambición de repetir como alcaldesa, renovada, y su incapacidad, más acreditada que nunca, para imponerse a ese conglomerado ineficiente que es Ahora Madrid.
El problema que tiene la alcaldesa es que ella no eligió a sus concejales, sino que fueron los miembros de Ahora Madrid los que la buscaron a ella. Tendría que haber sido al revés, pero no fue así, como es sabido. La fuerza emergente, mitad comunismo, mitad acracia, surgida de las concentraciones del 15 de mayo de 2011, quiso ensayar en Madrid la fórmula puesta en marcha por el PSOE, con indudable éxito, con el viejo profesor Tierno Galván: un patriarca de imagen atractiva, ingenioso y cínico, que tuvo buen cuidado de no romper demasiados platos, mantuvo el crucifijo en su despacho y publicó bandos en lenguaje arcaico, como un abuelo que cuenta a sus nietos las viejas batallas de una vida cumplida. El no hubiera permitido que las ilusiones infantiles se mezclaran con otras cosas más terrenales, como la política. A pesar de que una vez, en su obsesión por el ingenio, tuvo aquella desdichada ocurrencia de decir a un grupo de jóvenes: «A colocarse y al loro».
Manuela Carmena no es Tierno, evidentemente, y en algunos aspectos quizá salga beneficiada por la comparación con aquel personaje al que Alfonso Guerra llamó «víbora con cataratas». Pero, rodeada por un equipo limitado y provocador (la última rebelión la ha protagonizado el ex concejal de Hacienda, Carlos Sánchez Mato, al que tuvo que cesar) la alcaldesa, en el ecuador de su mandato, sigue atrapada en lo que Cifuentes llama «polémicas absurdas y problemas creados donde no los hay».
La propaganda del Ayuntamiento de Madrid y la nueva ‘hegemonía’ . Carmena y Gramsci
Albert Rivera, el lider de Ciudadanos, que está en la obligación de acudir a todos los balones, se ha preguntado al conocer la petición de la ANC y Omnium Cultural de recibir de amarillo la cabalgata de Vic, que es la que retransmite TV3: «¿Podrían dejar a los niños que disfruten de la cabalgata de los Reyes Magos sin ideologías ni sectarismo, por favor?».
La pregunta vale también para Madrid. José Luis Restán ha escrito en ABC: «Los problemas en torno a la cabalgata han aparecido sencillamente porque algunos políticos están empeñados en convertirla en escaparate de reivindicaciones ideológicas, o como instrumentos para sus proyectos de ingeniería social». Y La Vanguardia, inevitablemente metida en el laberinto del procés, ha señalado que «los desfiles del 5 de enero tienen cada vez más imagen carnavalesca y son pasto de polémicas políticas e ideológicas».
Estas polémicas marcan la vida de dos ciudades, Madrid y Barcelona, que deberían ser modelos de educación cívica sin sectarismos. Doña Manolita (como la ha bautizado Jorge Bustos, en evocación de la célebre lotera) Carmena y doña Ada Colau tienen que asumir, de una vez, su papel de alcaldesas de todos.
Quim Torra ha ordenado descolgar los lazos amarillos de los edificios públicos. El presidente de la Generalitat dispara para seguir haciendo ruido y se esconde tras el humo. Sánchez no da la cara y es el Poder Judicial el que defiende el Estado de derecho.