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Historia

La bajamar de la globalización y el «beautiful wall» . Muros que gustan y muros que no

Antonio Martín Puerta | 22 de febrero de 2017

Historia

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El auge político de Donald Trump quedará ligado para siempre a su idea de ampliar el muro que separa Estados Unidos con México. El revuelo generado contrasta con el silencio o la dejadez existente respecto a otras fronteras y sus similares medidas de seguridad y protección. 

El mundo parece sorprendido ante los nuevos muros que se levantan o se prevén frente a un proceso de mundialización que se suponía consolidado. En realidad, globalizaciones en la historia ha habido muchas, siempre con fases de avance y retroceso.

Hispania quedó englobada por la fuerza en el imperio que Roma iba creando, pero pasado el tiempo resultaba claro que era mejor formar parte de una organización superior que vivir en los tiempos de Viriato o de Numancia. Globalización que siglos más tarde se diluyó, como sabemos. El proceso globalizador que tiene lugar desde la derrota de Napoleón vino empujado desde el beneficiario, Inglaterra. País con una poderosa marina, un modelo político liberal, una economía  industrial y una teoría económica -la de Smith-, igualmente liberal, que afirmaba estar en concordancia con el orden natural, nada menos. Durante décadas, no hubo réplicas, pero la globalización liberal empezó a hacer agua a mediados del XIX.

No está de más recordar que cuando los progresistas levantan muros suele haber pocas críticas. Fue Bill Clinton quien empezó con el asunto, como Zapatero el que reforzó la valla de Melilla, pero las críticas ni se oyeron

La guerra civil americana de 1861 a 1865 fue el primer empujón serio. Por supuesto, los argumentos que se suelen divulgar son otros. Se sigue vendiendo como una cruzada por la democracia y contra la esclavitud, la llamada peculiar institution. En realidad, las formas políticas del Sur y del Norte eran idénticas, y en cuanto a la esclavitud, de por sí no hubiera generado la guerra. Ni siquiera las diferentes interpretaciones -federal del Norte y confederal del Sur- la habrían provocado.

No es que a Lincoln le gustasen ni la esclavitud ni el formato confederal, pero las causas eran otras. Concretamente, que el Norte industrial no podía hacer sobrevivir sus industrias con libre comercio, mientras el Sur agrario compraba bajo ese régimen productos europeos más baratos. Así, concluida la tremenda guerra civil, se impuso el proteccionismo, allí y en otros lugares. Tampoco el nuevo Imperio alemán habría podido industrializarse por la vía del libre comercio, de modo que por la senda proteccionista ya era el II Reich a fines del XIX la gran potencia industrial europea. Se estaba en fase de bajamar de una etapa globalizadora.

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El famoso Checkpoint Charlie que separaba Berlín hoy se ha convertido en una atracción turística

La globalización actual se reactivó desde la caída del comunismo, aunque procesos como la formación del Mercado Común Europeo en 1957 la hubieran precedido: el estado nacional se quedaba pequeño. Las globalizaciones pueden tener fases de notable éxito, pero siempre dejan sus víctimas. Basta echar una ojeada a los datos de origen de bastantes de los productos que consumimos para comprobar dónde se han asentado los procesos fabriles.

En términos de bien común universal, ello es, por supuesto, un beneficio que redistribuye la riqueza. Pero, en términos nacionales, para los países occidentales supone una deserción de industrias que huyen buscando inferiores costes de producción y menos reglamentaciones. Lo que genera paro, reducción de rentas, malestar social, presión a la baja sobre los salarios y dudas sobre el futuro.

El muro de Donald Trump lo empezó a construir Clinton

El señor Trump, ya en sus primeros días, procedió a dar dos voces a la empresa Ford -tiene un estilo nítido, como sabemos- ante una proyectada inversión en México, en vez de en el propio país. El resultado fue instantáneo, pero ahora China se alarma, pues son muchas las empresas allí trasladadas. A ese país tan poco criticado por los ecologistas, que contamina más que ninguno y no entiende de protocolos medioambientales; que no respeta los derechos humanos y aplica la pena de muerte como en el régimen maoísta; que hace públicas unas cifras de crecimiento que hasta pueden ser verdad, pero resultan imposibles de comprobar. Y que tiene un nivel de endeudamiento que produce temblores.

Quien tenga dudas puede leer Red capitalism, de Carl Walter y Fraser Howie, para ver el riesgo que supone. Pero a Asia han ido a dar muchas empresas occidentales, con la consiguiente traslación de empleos. Bastantes no acaban aún de entender por qué varía el signo de los votos. La globalización tiene costes y, cuando pasan a ser muy altos, el proceso empieza a retroceder. Levantándose -entonces y ahora- barreras y muros. Físicos y legales.

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¿Hasta dónde, desde cuándo y hasta cuándo? Esa es la incógnita. De momento, en Austria, en Italia y en Francia hay potentes formaciones políticas que quieren que sus países se separen del euro para volver a la soberanía nacional en esa materia. Sería otro severo paso atrás. Lo que se acompaña de propuestas de limitaciones hacia los flujos humanos que buscan vivir en Occidente e incluso de propuestas para la salida de masas ya asentadas. Por supuesto, se levantarían barreras, físicas o legales.

Tampoco estaría mal recordar que cuando los progresistas levantan muros suele haber pocas críticas. Fue Bill Clinton quien empezó con el asunto, como Zapatero el que reforzó la valla de Melilla, pero las críticas ni se oyeron. Es ahora, al defender Trump un “impenetrable, tall, powerful, beautiful wall”, cuando se extienden las protestas. La verdad es que beautiful solo lo era el de Berlín desde el lado comunista. Lo recuerdo como relimpio, repintado y hasta coquetón. Quizá por eso la izquierda no protestaba, aunque luego la Volkspolizei de vez en cuando disparaba, y bien en serio.

Mientras, de forma discreta, se rehabilitan ciertos análisis marxistas, ante síntomas como la caída de beneficios de las empresas y el empeoramiento de las condiciones laborales en Occidente, retomando el viejo argumento de que ello obedece a las contradicciones internas del sistema. Y el remedio que no pocos grupos contemplan es la elevación de barreras. Por supuesto, no solo económicas. En cualquier caso, hay síntomas de bajamar en la actual globalización. Nada nuevo, al fin.

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