Hay jinetes de luz en la hora oscura
Jesús Banegas | 25 de mayo de 2017
¿En qué consiste la estupidez? Para Carlo M. Cipolla, uno de los mayores historiadores del siglo XX, “una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí o incluso teniendo un perjuicio”. En su ensayo «Las leyes fundamentales de la estupidez humana», define Cipolla cuatro tipos de comportamientos humanos: individuos incautos que realizan acciones que significan una pérdida para ellos y una ganancia para otros; individuos malvados que consiguen ganancias para ellos a costa de perjuicios para los demás; individuos inteligentes que reciben y causan provecho a la vez; y los citados estúpidos.
Antonio Banderas es un español orgulloso de serlo –motivos le sobran– que ha triunfado mundialmente en su querida profesión gracias a su talento, esfuerzo, empeño, tenacidad y méritos conseguidos en libre competencia a escala mundial. Siendo una personalidad cosmopolita, respeta y disfruta las tradiciones culturales de su tierra; por ejemplo, la Semana Santa, una de las más longevas y vigentes de Occidente.
Como es natural en una personalidad tan rica en valores, quiso dar un paso más y se planteó invertir sus recursos económicos y dedicar su tiempo y prestigio profesional a un proyecto cultural en su ciudad natal, Málaga, para bien de todo el mundo.
¿Hasta cuándo vamos a aceptar que la estupidez humana frustre las mejores esperanzas de nuestro país, en este caso en el ámbito de la cultura? ¿Vamos a aceptar, resignados, que Antonio Banderas no pueda llevar a cabo su proyecto, lleno de las mejores expectativas, en bien de su ciudad y España?
Todo lo dicho hasta aquí es, justamente, lo que más enerva a los estúpidos, ya que representa valores de orden moral que están en las antípodas de los de ellos. Y es por ello que, naturalmente –es decir, por ser unos estúpidos–, boicotearon el proyecto hasta hacerlo imposible. Como también es natural en este tipo de personas, ahora estarán satisfechos y contentos con su destructivo triunfo.
La capacidad de hacer daño de los estúpidos, según Cipolla, depende de dos factores principales: el genético y la posición de poder. El primero se hereda y el segundo se logra mediante elecciones democráticas que brindan la posibilidad de mantener entre los poderosos una considerable fracción de estúpidos, con cuyas decisiones estúpidas la sociedad toda se empobrece.
La estupidez está lógicamente asociada con la envidia, un vicio moral tan antiguo como la humanidad hasta el punto de que permanece inalterado el perspicaz análisis que hiciera Aristóteles, que puede resumirse así:
Solo se envidia lo que tiene valor y, además, pertenece a alguien. El envidioso no se siente capaz de lograr por sí mismo lo que envidia, solo ansía que el otro no lo logre. La envidia es un pecado inconfesable; nadie se declara envidioso.
Es muy tópico decir que “en España hay más envidiosos que en otros países”, lo que seguramente es bastante cierto; sobran argumentos acerca de comportamientos sociales que lo ponen cumplidamente de manifiesto, hasta el punto de que Gracián consideraba la envidia como “la malignidad hispana”.
¿En qué consiste la estupidez? Para Carlo M. Cipolla, uno de los mayores historiadores del siglo XX, “una persona estúpida es aquella que causa un daño a otra persona o grupo de personas sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí o incluso teniendo un perjuicio”
Quienes han boicoteado el mecenazgo privado de Antonio Banderas responden a ideologías políticas que han fracasado estrepitosamente a lo largo de la historia, en todos los órdenes de: la vida, la libertad, el progreso científico y tecnológico, las artes en todos sus ámbitos y el bienestar económico y social.
Siendo que los totalitarios que han hartado a Antonio Banderas no son ni pueden ser otra cosa que una minoría social y, por tanto, política, en un país avanzado como España la pregunta que debemos hacernos la inmensa mayoría de españoles es: ¿hasta cuándo vamos a aceptar que la estupidez humana frustre las mejores esperanzas de nuestro país, en este caso en el ámbito de la cultura? ¿Vamos a aceptar, resignados, que Antonio Banderas no pueda llevar a cabo su proyecto, lleno de las mejores expectativas, en bien de su ciudad y España? ¿A qué espera la sociedad civil, en este caso malagueña, para de manera inteligente –según la definición de Cipolla– alzar su voz a favor de la cordura y el bien común?
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