Hay jinetes de luz en la hora oscura
Ainhoa Uribe | 09 de noviembre de 2017
Donald Trump acaba de visitar Japón, un país que vive en la encrucijada por las constantes amenazas bélicas de su vecino Corea del Norte. Japón, así visto, es el socio ideal para la industria armamentística norteamericana. Las razones son dos: primero, porque Japón tiene un claro enemigo del que defenderse; y, segundo, porque va a cambiar su política de seguridad y defensa, tras la masiva victoria electoral del primer ministro Shinzo Abe en las elecciones generales de octubre de 2017. Concretamente, Japón pretende modificar el artículo 9 de su Constitución, que lo define como un país pacifista. Esta reforma le permitiría, por primera vez, tener un Ejército propio, con una capacitación muy superior a las ya existentes Fuerzas de Autodefensa. Por ello, el viaje presidencial de la familia Trump era la guinda de la nueva política de Abe.
Sin embargo, el estilo del protocolo de Trump no lo ha puesto fácil. En otras palabras, el rígido código de comportamiento japonés, caracterizado por sus medidas palabras y acciones y por su moderación y contención de las emociones, se ha visto alterado por la naturalidad y tendencia a la exageración de Donald Trump, así como por su nula preocupación por las tradiciones del país anfitrión.
Abe, vencedor de nuevo en las elecciones, intentará cambiar el modelo pacifista nipón
Estamos acostumbrados a las salidas de tono del presidente norteamericano (y su equipo de protocolo lo teme cuando está de viaje). No es para menos. La gira asiática está siendo una muestra más de ello. El presidente no solo se ha saltado las normas de cortesía típicas de los nipones, no haciendo gala de reverencias ni al propio emperador de Japón, sino que incluso le tocó en varias ocasiones, algo terminantemente prohibido por la tradición, para quien el emperador es venerado y reverenciado. Trump tampoco hizo uso en sus discursos de metáforas simbólicas (en las que parece que se dice algo y no se dice a la vez). Más bien al contrario, fue directo, claro y excesivamente contundente respecto al motivo de su viaje. Por ejemplo, durante su visita, instó abiertamente al rearme de Japón y a comprar una cantidad masiva de equipos militares norteamericanos, a lo que Shinzo Abe tuvo que responder de forma comedida, porque la opinión pública nipona todavía es sensible a abandonar la política pacifista que los define desde el trágico episodio de Hiroshima y Nagasaki tras la Segunda Guerra Mundial.
Quien resultó más comedida en su papel fue la primera dama, que se mostró más discreta y en un segundo plano, como marca el protocolo. Sin embargo, Melania no termina de acostumbrarse a los viajes oficiales. Cuenta con un pequeño equipo de asesores (a diferencia de Michelle Obama, muy activa en la vida pública norteamericana) y, aunque ha decidido centrarse en el ciberacoso a menores y en la lucha contra los opiáceos, lo cierto es que llama más la atención por sus abrigos y complementos que por sus discursos. Buena muestra de ello es que las crónicas de su viaje a Japón destacan únicamente el elevado precio de los modelos elegidos por Melania en este viaje (faltando, por cierto, en su armario, prendas de diseñadores americanos y/o japoneses, lo cual hubiese sido un guiño y un acierto para promocionar la industria textil nacional, tanto del país invitado como del anfitrión). Lo más destacado de su programa de actividades culturales fue su visita a una lujosa joyería, acompañada de su homóloga nipona, para conocer el proceso de cultivo y extracción de las perlas, así como su peripecia en el arte de la caligrafía japonesa. No hubo, por el contrario, gestos sobre causas sociales o solidarias.
Corea del Norte exige ser una potencia y amenaza al mundo con sus pruebas nucleares
La visita, aunque relajada, ha sido excesivamente distendida por parte de Trump, por lo que ha terminado con un sabor agridulce… La razón es obvia: es cierto que Tokio necesita instalar un escudo de defensa antimisiles que requeriría la compra a Estados Unidos de un potente radar (el Spy-6), entre otro tipo de material defensivo, para poder hacer frente a un ataque directo lanzado desde Corea del Norte, pero también es cierto que para la sociedad japonesa es difícil acelerar de 0 a 100 en un segundo. Dicho de otro modo, son tiempos para diseñar una nueva alianza estratégica en el área del Indo-Pacífico, pero también son tiempos para cuidar las formas y el protocolo.
Donald Trump (e incluso Melania) deberían medir más su lenguaje, tanto verbal como simbólico (ya sea en los gestos o el vestir). El estilo directo y desenfadado del presidente y su pasión por el lujo y el exceso choca con la cultura nipona, a la que gusta la humildad y la reverencia en el trato con terceros. La política la hacen las personas, sin duda, pero el protocolo, los usos y las costumbres favorecen las relaciones entre las mismas y, por ende, facilitan las relaciones políticas. De hecho, dicen que Trump salió de allí con las manos vacías (de momento), sin acuerdos de ninguna compra de material armamentístico… aunque probablemente los responsables de Exteriores de ambos países se volverán a encontrar, ya que esta relación entre Japón y Estados Unidos, aunque incomode a muchos nipones, es sumamente necesaria.