Hay jinetes de luz en la hora oscura
Armando Zerolo | 13 de octubre de 2020
El dilema de las redes sociales apunta en la buena dirección a la hora de presentar las amenazas de estas aplicaciones, pero lo hace de un modo sensacionalista que diluye el problema en tesis paranoicas.
El dilema de las redes sociales es un documental que acaba de aparecer traducido al español con una notable repercusión y me pregunto si un enfoque así ayuda a educar en el uso de las redes.
Una sucesión de gente lista y guapa de Silicon Valley, a vueltas de la vida, y después de haber paladeado las mieles del éxito, nos alecciona sobre lo ilusos que somos todos los demás. Se arrogan el mérito de haber diseñado un algoritmo fatal que finalmente acabará con la civilización y, arrepentidos, quieren evitar la catástrofe proponiendo un consenso totalitario muy al estilo de las élites gnósticas. Para los que crecimos bajo la amenaza de Skynet y su Terminator esto suena a remake de serie B.
El documental advierte de que los algoritmos están diseñados para mantener al usuario conectado la mayor parte del tiempo posible. Una vez que esto se consigue orientando su consumo hacia productos especialmente indicados para él, el usuario deviene el verdadero producto de la empresa que es vendido a los publicistas como carnaza. Los individuos, convertidos en humanoides desprovistos de conciencia, son manipulados al antojo del mejor postor que, en función de lo que pague, podrá dirigir a su víctima hacia el objetivo deseado, ya sea unas vacaciones en las Bahamas o un golpe de Estado en un país Mediterráneo. Somos manipulados, y no lo sabemos.
Es una pena, porque apunta bien hacia un problema real, pero al simplificarlo lo diluye en tesis paranoicas. La soledad, la polarización, la violencia y la desinformación son para ellos consecuencia directa de un diseño malévolo, lo cual es falso, pero sí es cierto que las redes tienen un efecto multiplicador de algunos males que ya corroían a nuestra sociedad y, además, suman unas formas nuevas de relación que no aportan ninguna solución.
A decir verdad, el documental peca de lo mismo que critica. Un enfoque sensacionalista y morboso presenta un producto que apela más a las emociones y al miedo que a las razones. Una simplificación exagerada de un problema complejo conduce al espectador al miedo y a la reacción. Es un producto más, como otros tantos, apoyado en el escándalo y el sensacionalismo. Se sabe que esto funcionará en el mercado y producirá suculentos réditos, pero no entra en el fondo de la cuestión.
Es cierto que las redes sociales tienen un peligro grande si se usan mal, y que hechos como la adicción, la manipulación, las fake news, etc., son reales, y no hay que restarles importancia. Pero, para empezar, no todo lo malo es nuevo bajo el sol. Siempre hemos perdido el tiempo, nos hemos enganchado a cotillear la vida de los otros, hemos vivido de las apariencias, y solo unos pocos han sabido usar bien su tiempo libre. Esto es tan viejo como la condición humana, que no se escandalicen ahora estos puritanos californianos. Por ello, el refinamiento de los hábitos y el buen empleo de la libertad ha sido siempre el objetivo de la educación clásica.
La omisión de la educación como principal factor explicativo del problema es lo que resulta imperdonable en el enfoque, no solo por suponer que la libertad es un adorno de la personalidad, sino porque no entra a valorar la gran dificultad que existe en educar a las nuevas generaciones en el uso correcto de las redes.
Lo primero que hay que tener en cuenta es que, quizás por primera vez en la historia, no hay una generación de adultos que preceda al alumno en la experiencia. Sabe más el alumno que el profesor. Es difícil hablar a los jóvenes desde la propia experiencia porque no la tenemos. Podemos hablarles de alcohol, sexo, trabajo y relaciones sociales, y es nuestra obligación, pero no de redes. Y el drama entonces es que esta travesía compleja la realizan en una edad complicada, solos, y con un medio aún por regular en el que impera una lógica salvaje.
Nos cuesta ver, a nosotros los adultos, que detrás de cada cuenta hay una persona que está deseando entrar en relación con otro, y que detrás de cada like también hay un gesto humano
Los adultos que nos dirigimos a los jóvenes no solemos estar en redes y les hablamos desde lo que imaginamos. A mí mismo me pasa. Es frecuente que colegas míos me miren como un exhibicionista y todavía me pregunten que por qué las uso, y eso que soy un neófito. Creo que se imaginan que estoy enseñando a los demás el color de las uñas de mis pies o lo que estoy desayunando. No pueden evitar mirarme con altivez moralista y pensar que soy una víctima más del sistema.
Me pongo entonces en el lugar de nuestros hijos o alumnos, soportando el discurso sobre lo malas que son las redes, y me los imagino como el público que escuchaba a principios del S.XX a los Enemigos de las Máquinas Mortales, sociedad nacida para combatir al automóvil y su carácter mortal, y que arengaba así al público: «No construya, no venda, ni financie industrias destinadas a producir más máquinas de muerte y accidentes. De ese modo servirá a la causa de la humanidad y a sus propios intereses». O me los imagino como a los lectores del Journal des Débats en 1817, que publicaba la siguiente reflexión: «¿Hasta qué punto puede felicitarse la humanidad por la multiplicación increíble de estas máquinas, que colocan una fuerza ciega e insensible en el lugar de los brazos del hombre, y que deja al sorprendido trabajador sin el oficio con que sus antecesores se alimentaron?».
Puede que no nos demos cuenta de que el hecho de hablar de algo que no vivimos desde dentro nos sitúa en la ridícula situación en la que nos coloca el comentado documental. El riesgo de que nuestros hijos o alumnos nos vean como una marabunta de luditas rompiendo a martillazos las pantallas de los teléfonos es muy grande.
Aventuro dos ejemplos a modo de hipótesis para ilustrar la dificultad y la necesidad de comprender el reto educativo que suponen las redes. Uno como oportunidad y el otro como amenaza.
Los que hicimos EGB solo alcanzamos a ver que es una herramienta útil de trabajo que multiplica las relaciones y los contactos, pero nos cuesta mostrarnos a nosotros mismos, comprometernos personalmente con el medio. Seguimos ocultándonos detrás de nuestros éxitos, porque así nos educó la moral burguesa. Nos cuesta ver, a nosotros los adultos, que detrás de cada cuenta hay una persona que está deseando entrar en relación con otro, y que detrás de cada like también hay un gesto humano. Que no solo es exhibicionismo, sino también el gesto gratuito del que comparte lo que es. Mostrar nuestras ideas, nuestras ocurrencias, nuestro rostro, es muy humano, y no tiene nada de malo. No descarto, y lo propongo como hipótesis, que la falta de pudor de las nuevas generaciones también esté manifestando, aunque sea de forma exagerada, la necesidad de expresarse enteramente, de un modo que el moralismo burgués censuró.
Pero, si nos cuesta ver la oportunidad que presentan, también nos cuesta ver la amenaza. El documental lo apunta, pero demasiado torpemente. La posibilidad de alterar las conciencias, de manipular el tiempo, de influir en la política y de generar interpretaciones del presente (el relato) es enorme. Las nuevas formas de interacción y destrucción de lo real ya no son orwellianas, son algo nuevo: no es una cuestión de poder, sino de ser. La técnica condiciona la acción, y comprender cómo la forma de las redes sociales está determinando un tipo de relación social más polarizada, miedosa y vulnerable es necesario.
Es cierto que la máquina transformó el campo y creó una sociedad urbana de miserables durante la primera revolución industrial, que los coches han llegado a ser una de las principales causas de mortalidad y que también las redes sociales están llenas de peligros y amenazas. Pero señalando solo esto, simplificando y provocando una reacción de miedo no se educa ni se previene contra el peligro. Tan solo se formará a un sujeto miedoso incapaz de relacionarse bien con su entorno, o su imagen especular, un Mr. Hyde morboso cuya curiosidad perturbada lo lleve a inclinarse siempre hacia lo turbio.
Nuestra responsabilidad es educar sujetos libres y responsables que puedan aprovechar y disfrutar de las redes sin ser pescados.
Un pódcast dedicado a recomendar plataformas y aplicaciones para que padres e hijos saquen todo el partido a la nuevas tecnologías.
Los políticos se sienten cómodos en esta red social porque no requiere criterio sino cierto ingenio, espíritu «aventurista» y un único punto de consenso: lo escrito prescribe.