Hay jinetes de luz en la hora oscura
Íñigo Méndez de Vigo | 23 de marzo de 2021
Este sacerdote, doctor en Teología y doctor en Filosofía y Letras dedicó su longeva vida al estudio, animado por Ángel Herrera, y a predicar el Evangelio uniéndolo a sus dos grandes pasiones: el arte y Europa.
En Alicante, la capital que lo acogió con afecto y generosidad, se nos ha muerto Juan Cantó, a quien tanto queríamos. En la esquela que publicaba ayer El Faro de Melilla, el periódico de la ciudad en la que nació y donde Juan tuvo una cita semanal con sus lectores durante muchos años, solo se hacía alusión a su condición de sacerdote. Lo era, y llevaba tal blasón con orgullo y dedicación .Pero era muchas más cosas. Doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Comillas, Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad de Valencia, con una joya de tesis doctoral sobre La secularización en la pintura de Giotto, Juan dedicó su longeva vida a predicar el Evangelio uniéndolo a sus dos pasiones: el arte y Europa.
Fue Don Ángel Herrera, el fundador del diario El Debate, quien vislumbró la pasión por la pedagogía en el joven sacerdote, y le animó al estudio y a la formación para, desde la solidez intelectual, participar en el debate público. Juan Cantó se esmeró en el cumplimiento del mandato de Don Ángel .Su prolífica obra y la encomienda de Alfonso X el Sabio, que le impuso el presidente Rajoy, son la mejor prueba de cuento afirmo.
Juan Cantó era un gran conversador y una persona siempre dispuesta a dar un buen consejo, como pueden atestiguar las varias promociones de diplomáticos que se sucedieron en el Foro diplomático europeo de Alicante, del que fue fundador
A mí me lo presentó mi colega del Parlamento Europeo Luis Berenguer, a finales de los noventa. Me encontré con un apasionado por Europa, ávido de conocimientos y deseoso de contribuir a la difusión de los valores europeos en las escuelas. Para ello contaba con dos armas muy poderosas: su entusiasmo y sus muchos amigos, a quienes lograba embarcar en sus proyectos. Recuerdo especialmente a Ricardo Diez Hochleitner, presidente del Club de Roma, y a Luis Díaz Alperi, alcalde de Alicante. También europeos, como Hans Gert –Pötering, presidente del Parlamento. Todos ellos le ayudaron y apoyaron en su empeño por explicar la vocación y el destino del ideal europeísta.
Dueño de una extensa y vasta cultura, Juan Cantó era un gran conversador y una persona siempre dispuesta a dar un buen consejo, como pueden atestiguar las varias promociones de diplomáticos que se sucedieron en el Foro diplomático europeo de Alicante, del que fue fundador.
Este hombre bueno, gran experto en Schuman y Monnet, poseía también un gran sentido de la Historia. Recuerdo haberle contado una conversación con Giulio Andreotti sobre la utilidad o no de batallar por la inclusión del cristianismo en el prólogo del tratado constitucional europeo. «Lo importante no es la inclusión de una palabra sino la plasmación en el texto de los principios y valores cristianos», afirmó el siete veces presidente del Consejo de Ministros italiano «Exacto», saltó Cantó. «Eso mismo habría dicho Schuman que nunca dio una batalla nominalista sino por los valores, que son los que de verdad cuentan».
Cuando sus restos reposen en el cementerio de Albatera, junto a sus padres, las banderas europeas quedarán izadas a media asta en nuestros corazones.
El libro, que reúne 17 escritos de personajes de la cultura y el mundo académico, pretende animar a una reflexión sobre lo que debe hacer Europa.